5 de diciembre 2017
En el 2007 el economista norteamericano Bryan Caplan publica probablemente uno de los libros más influyentes para el estudio de la economía política, sistemas políticos y las democracias occidentales: “El mito del votante racional: Por qué las democracias eligen malas políticas.” (The Myth of the Rational Voter: Why Democracies Choose Bad Policies). En su obra, Caplan propone que, aunque de manera individual el votante medio es racional, como sociedad los votantes actúan de manera que muchas veces contravienen al bien colectivo común. La paradoja es que, en democracias formales, aun las malas decisiones deben de ser respetadas.
Al parecer, Honduras se ha convertido en un estudio de caso de la tesis de Caplan. En sociedades polarizadas y con instituciones débiles, los votantes son víctimas de los sistemas políticos y sociales que ellos mismos crean. La re-elección presidencial se ha convertido, en este sentido, en uno de los más grandes problemas que la teoría de los sistemas políticos modernos aun no resuelve. En la práctica, la reelección ha tenido consecuencias nefastas para la historia reciente de Centroamérica. Esto ha provocado que Honduras se encuentre, nuevamente, en los titulares de los principales periódicos a nivel mundial. La crisis política y a la violencia en las calles de Tegucigalpa a raíz de las elecciones han prácticamente paralizado al país.
Esta ha sido la segunda crisis política y social que involucra directamente a las fuerzas armadas en menos de una década. Acá el problema es doble: institucional y constitucional. Es institucional porque la sociedad hondureña, históricamente bipartidista y altamente polarizada, no ha sabido manejar institucionalmente el diálogo político entre gobierno y sociedad. La crisis también es constitucional porque la re-elección es un fantasma que Centroamérica no ha logrado exorcizar, aun cuando existan leyes de rango constitucional que explícitamente prohíben la re-elección para cargos presidenciales.
El problema hondureño es ciertamente complicado. Aunque el Tribunal Supremo Electoral (TSE) de los resultados y nombre a un ganador, su legitimidad será mínima por el lento conteo y por el extraño apagón informático del miércoles que ha levantado suspicacias en todos los sectores del país. Y es que, aunque la crisis sea de carácter nacional, podría tener consecuencias para Centroamérica.
En este escenario aparecen otros actores regionales con roles importantes. El Sistema de Integración Centroamericano (SICA) es uno de ellos. Sin embargo, aunque el objetivo primordial del SICA sea la promoción de la paz, la libertad, la democracia y el desarrollo en Centroamérica (a como se le mandatan los artículos introductorios en el Protocolo de Tegucigalpa) lo que pasa en Honduras es un síntoma de las profundas transformaciones políticas e institucionales de las que necesita Centroamérica para lograr una verdadera paz, libertad y democracia en la región.
Y a pesar de que la máxima autoridad del SICA, la Reunión de Presidentes de los estados miembros, cerró filas con el entonces presidente depuesto Manuel Zelaya después del golpe de estado en el 2009, el rol del Sistema de Integración en la actual crisis hondureña es menos claro. De hecho, el espacio de acción institucional del SICA (al igual que la OEA, la UE, o cualquier organismo regional o internacional) es limitado en cuanto el problema que vive Honduras es un problema soberano y que, por lo tanto, deberá ser resuelto por los hondureños.
Las lecciones que Honduras ha mostrado en las últimas horas son muchas. Primero, el uso de las fuerzas armadas parece ser la respuesta fácil para contener el descontento colectivo de un sistema político que está al borde del colapso. El mensaje entre líneas es que, si los resultados no dan tranquilidad a la sociedad, las armas lo harán a la fuerza. Segundo, en sistemas políticos altamente polarizados con instituciones estatales poco legítimas, las ansias de re-elección electoral crea una (mala) combinación necesaria para encrudecer la polarización y hacer estallar crisis políticas. Finalmente, Centroamérica observa preocupada e impotente de lo que pasa en nuestro vecino país. El reto, parafraseando a Caplan, es que la elección racional del votante medio sea aplicada a la sociedad en su conjunto: la búsqueda de la paz, la democracia, la libertad y el desarrollo como un bien colectivo común a nivel Centroamericano.
*El autor es Doctor en Ciencias Políticas por la Universidad de Milán y Director Ejecutivo de LAB-CA.