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Aquí todas somos fugitivas…

Todas somos fugitivas en potencia, fugitivas a medias, fugitivas derrotadas, fugitivas que enloquecieron y que transgredieron

Portada del libro "La fugitiva", de Sergio Ramírez. Alfaguara.

Sofía Montenegro

17 de noviembre 2017

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Yo no sé cómo leerán los hombres o los críticos literarios la última novela de Sergio Ramírez, La Fugitiva y no es que me importe mucho, aunque me da curiosidad saber qué pensarán de Amanda Solano y de las tres mujeres que narran su historia: Gloria Tinoco, una señora de alcurnia, viuda y ama de casa, que de joven fue de izquierdas y que cuenta los antecedentes de la familia de la protagonista, Marina Carmona, un ratón de biblioteca, culta y politizada, que la ubica en su contexto y práctica política y Manuela Torres, la aldeana de armas tomar que llegó a ser famosísima cantante y nos narra las peripecias de su huida.

Fugitivas

Portada del libro "La fugitiva", de Sergio Ramírez. Alfaguara.

Según nos cuenta el autor,  el ciclo de vida de Amanda Solano es bastante ordinario y puede ser el de muchísimas mujeres: orfandad temprana del padre, madre sometida a un padrastro que la viola, un pretendiente patán que la secuestra y la somete al escarnio público, un marido irresponsable y suicida, un segundo marido, de “izquierda”, oportunista y tirano, que le quita el hijo y convierte su vida en exilio y calvario, culminando con su temprana muerte a los 40 años, pobre, desolada y anónima.  Para Amanda, heterosexual militante y gozosa, la única libertad que disfrutó fue la del derecho a elegir ella misma a su compañero de lecho y cambiarlo según su deseo. Su otra gran libertad íntima fue ejercer su derecho a pensar y a escribir. Pero como tenía la misma y construida manía femenina de dar lo mejor de sí misma a quien era objeto de su pasión, compartía con ellos aparte de su erotismo, su inteligencia: les regalaba sus textos inéditos  a unos hombres mediocres y egoístas que seguro lo menos que apreciaban, eran sus capacidades literarias. Amanda les regalaba su alma en carne viva, porque era toda y una sola, un continuum mente-cuerpo.  Para mí, esta es la verdadera tragedia.

La historia de La Fugitiva, se inspira en la vida de la escritora Yolanda Oreamuno (1916-1956), considerada como una de las fundadoras de la narrativa costarricense contemporánea, a la cual el establishment literario tico persistentemente ignoró. Mujer brillante y bella hasta quitar el hipo, cometió la transgresión de pensar por cuenta propia y además, decirlo de manera crítica e irreverente.  Al parecer, las élites ticas nunca se lo perdonaron. Es que a fin de cuentas fue víctima de lo que la propia Oreamuno llamó “el ambiente” en su país, que es en definitiva, el ambiente del paternalismo autoritario donde vivimos las mujeres de todas partes:

“Yo entiendo por ambiente, en términos generales, la atmósfera vaga pero definitiva que van haciendo las costumbres familiares, el vocabulario de todos los días, la política local, el modo de vivir y la manera de pensar (que frecuentemente son antípodas). Pero no niego la realidad de su influencia ni su vasto radio de acción.


En Costa Rica esas acepciones no valen. "El ambiente" es una cosa muy grande, muy poderosa y muy odiada que no deja hacer nada, que enturbia las mejores intenciones, que tuerce la vocación de las gentes, que aborta las grandes ideas antes de su concepción y que nos mantiene mano sobre mano esperando siempre algo sensacional que venga a barrer esa sombra tenebrosa y fatídica.”1

Este ambiente es el que narra Sergio Ramírez en su estupenda crónica sobre Amanda Solano, el alter ego de Oreamuno por medio de la cual el escritor logra recobrar su vida y su palabra.  Nos devuelve a los tiempos políticos y sociales, al espíritu y al testimonio de la época en que vivió la protagonista, al quietismo de  la San José de principios del siglo pasado, a  las actitudes pacatas y al mismo tiempo a las conspiraciones políticas y a las huelgas bananeras en un país donde no sólo nació uno de los primeros partidos comunistas del continente, sino que se fundó una de las más tempranas, sino la única democracia en Centroamérica, por más que la propia inconformista Oreamuno la haya apodado con sorna la “demoperfectocracia”: un sitio donde “el Presidente se pasea sin guardia por las calles, da la mano a cualquier ciudadano anónimo, y concede reportajes a los periódicos todos los días, sin que por ello los periódicos se vean obligados a hacer tirajes especiales.” Cosa envidiable en aquellos tiempos y en los nuestros, si lo comparamos con lo que vivimos hoy en Nicaragua.

Una Costa Rica que tenía un Colegio Superior de Señoritas fundado desde 1888, que se proponía preparar a las mujeres en las ciencias y en las artes, con profesorado extranjero y laboratorios, que era un instituto público y completamente gratis, encabezada por una extraordinaria directora a la que apodaban Madame La Liga, puesto que las había fundado todas: la Liga Feminista, la Espartaquista, la de los Falansterios y que había replicado los experimentos de Marconi sobre la transmisión de la voz. El pensamiento laico, la creencia en el progreso, la promoción de la curiosidad y la experimentación, así como la pasión por los libros, forjaron el espíritu crítico, la rebeldía y el sentido estético de Amanda Solano. La Docta Simpatía, como la llama su compañera de colegio, Marina Carmona, estaba sin embargo atrapada en su rol de género: femenina hasta las cachas y sumisa al credo del amor que -inseparable del sexo- es el opio de las mujeres, terminando prisionera de la materno-conyugalidad,  principal candado del cautiverio de las mujeres.

Puso al servicio de la libertad colectiva y la lucha por el cambio, su voz disidente. Simpatizante republicana y del movimiento antifascista, pronto se debió haber dado cuenta de la mediocridad humana del esposo comunista, un ser autoritario, mezquino y cruel, que la lleva finalmente a raptar a su hijo y expatriarse.

El personaje de Amanda Solano, me recordó el concepto de paria de Hannah Arendt (1906-1975) que utilizó para explicar el estatuto de los judíos en relación con el resto de la comunidad nacional europea a la que supuestamente pertenecían. Proponía que era necesario para el paria apostar por la revolución y la libertad, puesto que al dar carácter organizado a su rebelión contra la sociedad el paria manifestaba un doble rechazo: por un lado a toda la sociedad y por otro, el rechazo de convertirse en advenedizo, un parvenu asimilado al grupo dominante a costa de renunciar a sus orígenes y a sí mismo. Para Arendt la situación de los parias los llevaba a desarrollar una tendencia a la utopía, una sensibilidad a las injusticias, generosidad, inteligencia desinteresada y falta de prejuicios, que usualmente los llevaba a retirarse del mundo y a invisibilizarse. Rasgos todos que comparte Amanda.

Las mujeres en un mundo masculino, somos como los parias de Arendt.  En el caso de Amanda, es una que se negó a ser una “advenediza” en un ambiente que desdeñaba por su medianía y que explicaría el dispendio con sus textos, que escribiría finalmente sólo por su necesidad de expresión sin importarle si era aceptada o no. Salvando las distancias entre una escritora del tercer mundo y una filósofa del primero, tanto Amanda Solano como Hannah Arendt, pese a que ellas eran y se reconocían como parias, fueron tratadas contra sus propios deseos como “advenedizas” en el espacio de la política y las letras.

A mí me late que Amanda intuyó aquella verdad que la gran filósofa alemana explicitó con toda claridad: que la tarea de la revolución no era la instauración de la felicidad, sino de la libertad como la forma más elevada de la vita activa, que es ante todo, libertad de opinión y libertad de acción. Para Amanda pues, como para todas las mujeres, la revolución siempre comienza con la fuga personal del cautiverio femenino: trasgrediendo roles, mandatos y límites en una sorda e íntima rebelión contra la domesticación aprendida. Una guerra intermitente en la que se ganan y pierden batallas, en una fuga que tiene como fin la vida auténtica, la autorrealización personal y con otros, para salir de la situación de mamífera y alcanzar la condición humana.  Así lo deja demostrado Amanda Solano:

Si logro esta importantísima independencia económica podré realizar mi sueño de la escritora libre, que se administra hombres cuando los necesita y a bien lo tiene, y no la babosa solemne que subordina todos sus talentos a los impulsos de esas deliciosas bestias que se llaman hombres.

He leído la novela de Sergio Ramírez como un palimpsesto, puesto que debajo de la historia de Amanda Solano y de sus amigas, no sólo se recobra la vida de Yolanda Oreamuno sino la de muchas de nosotras, sino todas. Fugitivas en potencia, fugitivas a medias, fugitivas derrotadas, fugitivas que saltaron por la ventana, fugitivas que enloquecieron, fugitivas que abandonaron todo, fugitivas asesinadas en la huída, fugitivas que se recluyeron en un claustro y fugitivas que se mueren en el sofá, como Eunice Odio. Fugitivas que como el Coronel Aureliano Buendía pelearon cientos de batallas y las perdieron todas. Pero están también las fugitivas que llegaron al otro lado, las transgresoras sobrevivientes, que se conquistaron a sí mismas y al mundo que las escupía; las que se hicieron dueñas de su pensamiento y de su palabra, las que actúan políticamente para transformar su vida y la de las otras, las memoriosas, las que cantan a pleno pulmón, las que ejercen su libertad y su erotismo le pese a quien le pese, las que desafían toda la mezquindad, prejuicios y disparates de los hombres.

Me parece un acierto por eso que Sergio Ramírez culmine esta obra dándole la palabra a Manuela Torres, la cantante del “Corrido de Cananea”, que traspasó los cercos de la finca familiar, del abuso sexual de sus tíos y de la heterosexualidad obligatoria, que amó al tequila y a Frida Khalo, temeraria, deslenguada e intensa, pues es todo un canto al optimismo y la autonomía.  El periodista magistral que es Sergio, nos hace sentarnos en la sala con Manuela, en cuyas palabras resuenan el humor, la ironía y la larga memoria de la no menos mítica Chavela Vargas. En su voz inconfundible y profunda, aguardentosa y ahumada, esta fugitiva exitosa nos dice:

Fui libre todo lo que quise, míralo si quieres como una maldición que me cayó a mí y le cayó a Amanda, y también a Edith. Las tres maldecidas por la suerte sólo por no querer cárcel burguesa, por no dejarnos encerrar en ningún calabozo moral, qué matrimonio ni qué ocho cuartos, y toda esa pantomima de la familia sacrosanta. Porque tú has venido para que te hable de Amanda, ¿no?...

Y es que hablar de Amanda, es hablar de todas. Es un logro del novelista hacernos sentir a todas estas mujeres de ficción, como mujeres histórico-concretas, plenamente creíbles y muy cercanas, donde podemos reconocer alguna parte de nuestras propias vidas, luchas y huídas. ¿Cómo pudo Sergio, sin ser mujer, hacerlo? El hecho de que estas mujeres nos convenzan de que lo son, sería un indicador de lo que se ha dicho tantas veces: que la mente no tiene sexo. Un ejemplo del otro lado, sería Marguerite Yourcenar quien supo dar vida no sólo a un hombre, sino a un emperador romano en “Memorias de Adriano”.

Sin embargo, me queda la duda puesto que aunque la mente no tiene sexo, sí tiene condiciones de existencia como varón o mujer. ¿Desde qué sitio encontró el autor, sin haber pasado por la ordalía de ser mujer, la empatía suficiente para conectar con Amanda, con la “otredad” femenina?

Supongo que por la palabra y la acción de escribir, que les dota a ambos, como diría Arendt, de su verdadera condición humana. Pero yo, como  amante de las palabras y escritora de cuentos perdidos en el marasmo de la cotidianeidad, quisiera que el autor nos hiciera ahora la confidencia en el sobaco de la confianza, como una de nosotras: porque aquí, Sergio, todas somos fugitivas.


1 Yolanda Oreamuno. “El ambiente tico y los mitos tropicales”.

Texto leído en la presentación de La Fugitiva realizada en la Librería Literato el 28 de junio, 2011.


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