13 de noviembre 2017
Cada tuit de Donald Trump es una declaración de pobreza, retórica y política. El ejercicio del gobierno queda reducido a una deshilvanada sucesión de imprecaciones o auto complacencias. La pobreza sintáctica es apenas la expresión más visible, pero no la peor, de la simplificación de la política a la que asistimos con asombro y recelo. El presidente de Estados Unidos encarna los rasgos más indeseables de la política entreverada con el espectáculo y del empleo también reduccionista de las sorprendentes redes sociodigitales. El problema no es que use Twitter, sino que lo hace como recurso esencial —y prácticamente único— de su estrategia de comunicación.
Guillermo Rothschuh Villanueva, comprende con perspicacia las motivaciones de Trump: ese presidente utiliza Twitter para burlar los filtros que constituyen los medios y los periodistas. Si la prensa ha sido, proverbialmente, contrapeso y crítica del poder político —o al menos esa es la función que debería tener como parte de los equilibrios en las democracias— al utilizar esa red digital el empresario inmobiliario transmutado en presidente intenta eludir a los medios. En esa apuesta no hay un propósito de comunicación directa con los ciudadanos sino un comportamiento autoritario. Cuando trata de esquivar la mediación que ejerce la prensa, Trump quiere sacudirse la opinión analítica, nunca exenta de intereses, pero en todo caso no siempre coincidente con el poder político, que suele haber en los propios medios.
Ese propósito se complementa con las descalificaciones cotidianas que, al menos en los largos meses iniciales de su mandato, Trump acostumbró encajarles a los medios de comunicación. ¡A pesar de la tenacidad que invierte para reiterar “fake news!” cada vez que los medios profesionales señalan algunos de sus errores o dislates, la hostilidad del presidente no parece haber debilitado a las empresas de comunicación. Las ventas de The New York Times y las audiencias de CNN se incrementaron, no obstante la crisis que han padecido los medios convencionales. Pero esa revitalización de la centralidad que tienen en el espacio público contemporáneo, no garantiza que los medios salgan sin daños del auge de las redes sociodigitales y del constatable desplazamiento, por lo menos, de las formas de hacer y entender al periodismo que hemos conocido hasta ahora.
Ubicado en el contexto global que determina en buena medida nuestras maneras de mirar la realidad y mirarnos a nosotros mismos, Guillermo Rothschuh Villanueva se apoya en episodios recientes, pero no se limita a describir los desencuentros entre políticos como Trump y los medios de comunicación. A partir de los episodios que menciona, sobre todo en la primera parte de este libro, trae a la discusión a otros autores, compara sus dichos, actualiza las reflexiones de muchos de ellos. Así, para entender la obsesión de Trump contra los medios, Rothschuh Villanueva rescata aportaciones de Packard, Eco, Sartori, Lazarsfeld, McCombs, entre otros. La Era de la Posverdad puede ser leído como un breve curso para entender la comunicación del Siglo XXI y sus contraposiciones, pero también complicidades, con el poder político.
Cuando la televisión, como recuerda el autor de este libro, personaliza y subraya la emotividad de la política, va a la caza de algunas de las pulsiones más elementales de las personas y entonces nos encontramos ante una disputa por sentimientos y sensaciones. Quienes aspiran a representar a los ciudadanos no proponen razones sino impresiones. Desde hace más de medio siglo la preeminencia de la imagen moldeó y subordinó al discurso político. Ahora la novedad es que, sin haber sido desplazada, la televisión se encuentra acotada por el entorno que crean las redes sociodigitales y la abundancia de información de la que forman parte.
Pero precisamente ahora, cuando más hace falta, nos encontramos en uno de los peores momentos para el periodismo
Atareada en privilegiar el espectáculo, incluso cuando se ocupa de asuntos y personajes políticos, la televisión ha dejado en manos de Twitter y Facebook la iniciativa para diseñar la agenda pública. El afán para indagar y así nutrir esa agenda de temas distintos a los que surgen de la murmuración política y mediática tendría que ser mantenido por el periodismo profesional. La investigación que es capaz de hacer la prensa cuando se desempeña con responsabilidad e independencia puede y debiera enriquecer con hechos a la esfera pública de la que forman parte medios, prensa, política y ahora los entramados digitales. Pero precisamente ahora, cuando más hace falta, nos encontramos en uno de los peores momentos para el periodismo. La televisión arrinconó a los periódicos, explica Rothschuh Villanueva, y ahora la exuberancia de información en línea propicia que cada vez menos personas lean los diarios.
Esa declinación del periodismo profesional y en buena medida también de la confianza social que lo respaldaba ha contribuido al auge de las versiones fragmentarias, y con frecuencia incluso falsas, que pululan en Internet, pero además en la apreciación de las personas acerca de los asuntos públicos. Las mentiras siempre han sido un recurso de los políticos autoritarios y de la prensa embaucadora. Ahora, además, la reiteración de mentiras en circuitos en donde se subrayan versiones intencionalmente parciales de la realidad, como los que hay en Facebook ha propiciado que, por extravagantes que resulten, algunas falsedades ostensibles tengan credibilidad.
Durante la campaña presidencial de 2016 en Estados Unidos, la circulación de mentiras en las redes digitales fue un recurso empleado, muy especialmente, por simpatizantes de Trump. No se puede asegurar que esas versiones persuadieron de manera significativa a los votantes de ese candidato que, como suele ocurrir, se nutrieron de informaciones en diversos espacios sociales y mediáticos. Pero sí, se ha podido documentar el desplazamiento de los medios tradicionales como fuentes de noticias para un importante segmento de ciudadanos.
A Guillermo Rothschuh Villanueva le inquieta el auge de la posverdad, pero no se recluye en una apreciación catastrofista de esa tendencia. Frente a las mentiras en Facebook se mantienen (sin que por eso hayan superado sus dificultades financieras) medios de comunicación profesionales como el ya señalado The New York Times. Ante la simplificación de los tuits de Trump y sus propagandistas se extiende una reflexión crítica, que ahora puede ser global, gracias, incluso, a las redes sociodigitales. En contraste con los modos rústicos y el talante soez de ese personaje, hay quienes, como el francés Emmanuel Macron, reivindican valores civilizatorios.
Esa apreciación del escenario público global (medios, política, sociedad, redes) le permite al autor de este libro identificar las limitaciones del entramado comunicacional en América Latina y muy especialmente en Nicaragua. Los lectores nicaragüenses de La Era de la Posverdad encontrarán situaciones y denominaciones que les resultan conocidas porque forman parte de un panorama mediático insuficientemente desarrollado. Telcor (de comportamiento “pusilánime” ante la necesidad de propiciar diversidad y calidad en los medios), Ángel González cuya presencia furtiva pero influyente es antitética con la transparencia y la pluralidad que requieren las sociedades abiertas de nuestro tiempo, la familia presidencial con una injerencia en los medios que contradice principios democráticos elementales. Esos y otros actores son parte de un sistema comunicacional —y, así, de un sistema político— que se mantienen estancados. Junto con las reflexiones sobre el mundo y sus cambios, este libro de Rothschuh Villanueva nos ayuda, a los lectores no nicaragüenses, a actualizar nuestro conocimiento sobre ese país.
Analista enterado y ponderado de los medios de comunicación, a Guillermo Rothschuh Villanueva le preocupa el riesgo de que las características esenciales del periodismo (y de manera más amplia de la escritura) sean desplazadas por el vértigo y la ligereza de la información digital. Cuando los reporteros deben entregar tantas notas diarias que ninguna tiene densidad ni esmero, o cuando hay géneros esenciales del periodismo que están siendo relegados como la crónica y la entrevista, estamos ante una transformación que no augura un buen futuro.
A la escritura se le arrincona, para que comparta espacio con llamativas ilustraciones en los nuevos diseños de los diarios o con incitaciones audiovisuales en los formatos multimedia. A los periódicos los leemos cada vez más en línea y a los libros en dispositivos electrónicos. A Rothschuh Villanueva, como a muchos que crecimos en el entorno analógico y casi sin darnos cuenta nos encontramos instalados en un mundo digitalizado, esos cambios le abren perspectivas, pero también le traen una suerte de nostalgia anticipada. Está convencido, junto con Umberto Eco, que la textura y el olor de los libros son irreemplazables. Pero no se niega a la fascinación ante un Kindle, en donde podemos transportar centenares de libros que se leen con toda comodidad en una pantalla amigable.
Consciente del peso que tiene la palabra escrita, Guillermo Rothschuh Villanueva no olvida que “antes que la escritura está la lectura” y se nos muestra como lector exigente con autores que le gustan, a la vez que condescendiente con causas y símbolos que van más allá de la escritura. Comparto plenamente la reivindicación que hace del periodismo de calidad que siempre implica información original pero además buena escritura. Me identifico con los gustos literarios que hacen especialmente disfrutable la segunda parte de este libro, con enteradas menciones a Borges, Cortázar, Pérez-Reverte, Monsiváis, Caparrós. Definitivamente coincido con Rothschuh Villanueva cuando considera que el último libro del gran Carlos Fuentes, una novela inacabada que fue editada de manera póstuma, es tan mala que nunca debió haber sido publicada. A mí me ocurrió que, simplemente, después de la mitad no pude seguirla leyendo. Pero Guillermo Rothschuh Villanueva es tan disciplinado y serio que, a pesar de que lo descorazonaba, la leyó tres veces.
En este libro Guillermo Rothschuh Villanueva confirma que, para ser buen autor, antes que nada, hay que ser buen lector. Él es un pensador que lee y por eso escribe con pasión e inteligencia.
Prólogo de La Era de la Posverdad, Guillermo Rothschuh Villanueva.
Raúl Trejo Delarbre, Instituto de Investigaciones Sociales de la Universidad Nacional Autónoma de México, (UNAM).
Ciudad de México, 2017.