Guillermo Rothschuh Villanueva
29 de octubre 2017
PUBLICIDAD 1M
PUBLICIDAD 4D
PUBLICIDAD 5D
La crónica constituye un formidable antídoto contra la crisis y desafíos que plantean los nuevos tiempos para el periodismo
Algunos autores ubican la crónica periodística como literatura misma. Confidencial | Agencias
A mis alumnos de Escritura
creativa, UCC—2017.
“Se suele decir escritor y periodista, o periodista
más que escritor o escritor más que periodista.
Yo nunca he creído que haya posibilidad de hacer
un distingo entre ambas funciones, porque, para mí.
el periodista y el escritor se integran en una sola personalidad.”
Alejo Carpentier
Los cruces entre literatura y periodismo —o a la inversa— se han vuelto cada vez más frecuentes. En la década de los sesenta y setenta del siglo pasado, en esta orilla del mundo, el ejemplo al que recurrían para recalcar las semejanzas entre ambos géneros, era presentar como modelo, al escritor estadounidense Ernest Hemingway. Para entonces, varios escritores en diversas partes del mundo, habían espigado de manera exitosa en estas dos confluencias literarias. El purismo de algunos escritores, les llevaba a establecer fronteras infranqueables. No aceptaban su mixtura o revoltura, no obstante que los primeros en cimentar el género, fueron los Cronistas de Indias. La crónica nació en los albores del descubrimiento, conquista y colonización de la América nuestra. Insurgió en tierra americana y fructificó. Se asentó y mantiene su frescura. Goza de un nuevo estatuto. Una alta valoración.
El mexicano Carlos Monsiváis —como todo adelantado— fue de los primeros en romper lanzas. Difuminó las líneas fronterizas que separaban al periodismo —concretamente la crónica— de la literatura. Todavía existen algunos iluminados que se niegan a aceptar estos entrecruzamientos. Colocan a la literatura en un universo aparte —excelso— y ven al periodismo con cierto desdén. El ensayo de Juan Villoro —La crónica es el ornitorrinco de la prosa— ha devenido en clásico. Los motivos son más que obvios. La crónica es literatura bajo la prisa, la definió Monsiváis. Villoro se sintió tentado de parafrasear a su maestro. Dirá, La crónica es literatura bajo presión. Un acierto teórico y una reflexión aguda. La crónica hace suyos innumerables recursos literarios. Se interna en sus predios para nutrirse y aprovechar cada uno de sus logros. Sabe extraer réditos, donde los haya.
A Monsiváis se debe una de las aproximaciones más fructíferas, concibe la crónica como la reconstrucción literaria de sucesos o figuras, género donde el empeño formal domina sobre las urgencias informativas. Su definición forma parte del cuerpo discursivo de su antología de la crónica mexicana, A ustedes les consta, (Grijalbo, segunda edición corregida y aumentada, México, 2006). Entre el enjambre de los primeros cronistas —los denominados padres fundadores— destaca una mujer: Elena Poniatowska. Novelista consagrada, la mexicana escribió un testimonio redondo —La noche de Tlatelolco, Grijalbo, 1971— sobre la represión militar emprendida con saña por Luis Echeverría, Secretario de Gobernación del gobierno de Gustavo Díaz Ordaz. Un breve repaso de la Antología de la Crónica latinoamericana actual, (Alfaguara, 2011), de Darío Jaramillo Agudelo, basta para ratificar su condición literaria.
El desarrollo de la crónica cuenta con su propia trayectoria, es dueña de historias particulares en diversos países enclavados en América Latina. Jaramillo Agudelo sigue sus distintos hitos. Desde los cronistas del siglo diecinueve, pasando por los modernistas, hasta desembocar en los clásicos modernos de la narrativa latinoamericana: García Márquez, Tomás Eloy Martínez, Elena Poniatowska y Carlos Monsiváis. Un anclaje más que necesario. Especialmente para Centroamérica y de manera particular para Nicaragua. Aún queda por hacer un análisis exhaustivo de la crónica nicaragüense. Urge forzar una mirada hacia dentro del país. La mayoría de los antólogos latinos, europeos y estadounidenses, siempre omiten incluir a los nuestros. Durante los últimos quince años, han aparecido un conjunto de jóvenes incursionando exitosamente en los terrenos de la crónica.
Al otro lado del Atlántico, el español Jorge Carrión, ubica a la crónica al mismo nivel de la literatura. Va más allá. No le basta citar al texto de Villoro, llama a su antología sobre la crónica, Mejor que ficción, (Anagrama, 2012). Está más que convencido que los elementos señalados por Villoro, son evidencia palpable — especialmente irrefutable— de la forma que la crónica trasiega hacia su territorio, técnicas sustantivas de la literatura, (se sirve de la novela, el reportaje, el cuento, la entrevista, el ensayo, la autobiografía y del teatro moderno y grecolatino). Para Carrión, el periodismo y la literatura se gestan simultáneamente. Instalado en el corazón de las grandes novelas, destaca cómo sus cultores siguen “métodos de composición parecidos a los de la investigación periodística. Lo real es un territorio tanto para la ficción como para el periodismo”. Los vasos comunicantes resultan inobjetables.
El estadounidense Tom Wolfe, concibe la crónica como expresión propia de sus coterráneos. Denomina lo que considera como una nueva grafía, Nuevo periodismo, (Anagrama, 2006). En su doble condición: cronista y autor reputado de este texto imprescindible, quiere que nos apropiemos de este fenómeno supuestamente estadounidense. Wolfe se ubica desde su perspectiva de cronista. Está persuadido que el periodismo ha nutrido a la literatura. Las deudas que guardan son mutuas. Constituye un exceso seguir negando que la crónica no sea considerada literatura. Para Mario Vargas Llosa, Carlos Fuentes, Gabriel García Márquez, José Lezama Lima, Miguel Ángel Asturias y Alejo Carpentier, “la novela de caballería y la Crónica de Indias, forman parte de su genealogía como creadores;” expone Carrión. La crónica todavía no ocupaba el centro del tablado. Hoy pasa por su mejor momento.
En el ámbito comarcal latinoamericano, la existencia de más de una decena de revistas consagradas a la difusión y conocimiento de la crónica, muestran su vigor y pertinencia. Etiqueta Negra, El Malpensante, SoHo, Suplemento Página/12, Sala Negra de El Faro, Gatopardo, Malayerba, Emeequis, Lamujerdemivida, revista Ñ del diario El Clarín, Letras Libres, El Tiempo, de Colombia, la publicación digital Terra magazine, etc. A lo anterior sumemos las antologías publicadas en habla española, (para tener una visión de conjunto, resulta oportuno consultar el texto de Carrión). No hay manera de perderse. La crónica se hace cargo de temas similares a los que abordan los novelistas latinoamericanos. Con la diferencia que sus incursiones las realizan dentro de un espacio real. El estricto apego a los datos, se traduce en una absoluta tiranía. No pueden ser falseados.
Jorge Carrión piensa que la crónica no es un género, sino un debate. Una discusión abierta que pareciera no tiene visos de concluir. El surgimiento simultáneo del periodismo y de la ficción moderna, provoca desconcierto entre algunos expertos. Los préstamos recurrentes no cesan desde entonces. Tres grandes escritores —Balzac, Dickens y Zola— recurrían a un sistema de trabajo idéntico al utilizado por los periodistas. Salían a la calle —libreta en mano— para anotar lo que veían y escuchaban en el mercado o en los bajos fondos, ratifica Carrión. El trabajo reporteril de García Márquez en El relato de un náufrago, (1970), una acertada constatación. Entrevistó a Alejandro Velasco —en sesiones diarias de seis horas— durante veinte días, enseñanza que debería tomarse al pie de la letra. No existe otra manera de adentrarse en la aventura riesgosa e inequívoca de la crónica.
Martín Caparros insiste que su interés por la crónica, es de carácter político. Igual que Villoro, señala que la crónica es una mezcla, en proporciones tornadizas, de mirada y escritura. En su ponencia —Por la crónica— en el congreso Internacional de la Lengua Española de Cartagena (2007), anota que la crónica constituye una forma de decir que el mundo también puede ser otro. Más allá de la insistencia de los cronistas por indicar que la crónica prefiere hacerse cargo de temas banales, hay autores que optan por internarse en el campo de la denuncia. Nunca estará demás, insistir en la aparición sincrónica de los libros escritos por el nicaragüense Pedro J. Chamorro Cardenal y el argentino Rodolfo Walsh (Estirpe Sangrienta: los Somoza y Operación masacre), publicados en Argentina en 1957. Es el tinglado del que se sirven para levantar su voz contra la tortura y los asesinatos políticos.
Para la periodista española Rosa Montero, no debe haber duda, las afinidades sanguíneas del periodismo con la literatura, saltan a cada momento. Las controversias resultan bizantinas. El empuje incontenible de las redes sociales, asesta un duro golpe al periodismo. Contrario a lo diagnosticado por especialistas, la crónica constituye un formidable antídoto contra esta crisis. La red abre infinitas posibilidades para la crónica. Las recriminaciones de los editores, sobre la falta de espacio para publicar textos de mil quinientas palabras, las nuevas plataformas digitales las vuelven insustanciales. Los pronósticos señalando la desaparición del periodismo, no tienen cabida. Los soportes han cambiado y seguirán cambiando. Con el añadido, que la posverdad coloca de nuevo en primera fila, a periodistas y editores. Hoy más que nunca, se convierte en imperativo, ¡saber quién dice qué!
Archivado como:
PUBLICIDAD 3M
Comunicólogo y escritor nicaragüense. Fue decano de la Facultad de Ciencias de la Comunicación de la Universidad Centroamericana (UCA) de abril de 1991 a diciembre de 2006. Autor de crónicas y ensayos. Ha escrito y publicado más de cuarenta libros.
PUBLICIDAD 3D