19 de septiembre 2017
¿Hasta dónde y bajo cuánto sonidos de tambores, de notas de trompetas en bocas de aficionados, oropeles, el levantamiento de piernas de niñas púberes y en las poses pseudo marciales con uniformes de opereta de los jóvenes, los conceptos y el sentido de patria logran penetrar en la conciencia de los estudiantes que desfilan durante los oficiales carnavales escolares de los “días patrios” de septiembre? Seguramente muy poco, y probablemente nada, a juzgar por la respuesta de una estudiante de secundaria a la pregunta de un periodista, durante una visita la hacienda de San Jacinto.
El problema es que no se trata de algo casual o del atraso educativo personal, sino de un símbolo del problema social que delata un bajo nivel de la educación en nuestro país. De tan bajo nivel es la enseñanza de la historia, que por ello la niña suplió la falta de conocimientos sobre esa materia con una incursión en la fantasía: en su respuesta acerca de qué significaba para ella el 14 de septiembre, la niña “trasladó” el Río San Juan a la hacienda San Jacinto, con su castillo y Rafaela Herrera disparando sus cañones, no contra a los piratas de Morgan, sino en la batalla de San Jacinto del 14 de septiembre de 1856 contra los filibusteros norteamericanos de William Walker.
Es por eso que los desfiles estudiantiles –con su espectáculo de oropeles—hacen la función de tapadera festiva del atrasado y deficiente sistema educativo nacional, con lo cual llenan de falsedades a los jóvenes, de angustia económica a las familias, de ignorancia a la mayoría estudiantil, de alegría a los productores y comerciantes en uniformes escolares, de tema publicitario a los medios de comunicación y de satisfacción a los políticos del gobierno. Y a estos, el espectáculo circense les sirve de alegría por dos motivos: 1) porque con eso distraen la preocupación de las familias por lo caro e inútil de la educación “gratuita” (según la propaganda oficial); y2) porque reciben el culto a sus personas (esto sí de modo gratuito) de una gran masa estudiantil durante los desfiles.
Con todos esos factores en movimiento en torno a las “fiestas patrias” de una población escolar obligada a ser parte del sistema educativo público, se estimula y justifica la creación de centros escolares privados, muchos de ellos por las iglesias, desde los preescolares a las universidades, donde la educación tiene que ser mejor –no tanto por las mejores condiciones físicas de los centros—, sino por su acceso a mejores instrumentos de enseñanza, por los que son preferidos de los padres de familia con mucho dinero y de los ilusionados padres sin recursos que venden su alma al diablo para que sus hijos se distingan estudiando en donde la mayoría de los estudiantes no puede llegar.
Pero estos sacrificios también tiene sus bemoles: uno es, que ideológicamente, estos centros privados responden a principios y anhelos de la formación educativa cultural de las clases adineradas y dominantes en la política, lo cual significa mayores posibilidades de acceso al trabajo de los egresados en la gran empresa privada y en la burocracia estatal. El principal bemol, es que la enseñanza de la historia en ambos sistema educativos, el público y el privado, no tiene fundamentos patrióticos, sino que se reduce a venerar fechas y figuras políticas dominantes sin estudiar la situación económica y social de la época en que les tocó actuar públicamente.
Y en la época actual, ¿qué clase de amor a la patria les pueden inculcar en la conciencia de los educandos, si en les ocultan o les justifican la entrega de la soberanía nacional con el tratado canalero de la Ley 840? Ahora, la gran contradicción es entre el falso amor a patria, mientras a esta le siguen castrando su soberanía con tratados lesivos y ofreciendo casi gratuitos los recursos naturales del país a empresas transnacionales.
Los fenómenos, muy propios del sistema social clasista que nos rige, también y simultáneamente les crea condiciones para hacer negocios con la educación a los prestamistas. Los clásicos usureros del pasado, hombres y mujeres con impulsos avarientos, que prestaban al 20% o mucho más sobre prendas de oro a los padres de familia para vestirlos de manera que pudieran asistir decentemente a la escuela, para la compra de los uniformes, o solo para ropa y zapatos, se han transformados en distinguidos dueños o socios de pequeñas casas de préstamos que, al poco tiempo se convierten en bancos o se asocian a los bancos más grandes.
Y, además, ahora ponen en práctica programas de créditos educativos, es decir, préstamos a los estudiantes sin recursos para que puedan pagar los altos aranceles de la universidad, quienes terminan jodidos y agradecidos, porque empeñan sus futuros salarios. Si es que consiguen trabajo, si no, los nuevos profesionales siguen empeñados con los prestamistas, y se convierten en reos del sistema financiero nacional por tiempo indefinido. De paso, con ese negocio los prestamistas se hacen propaganda de buenos y generosos amigos de los profesionales y promotores de la educación nacional.
El negocio de la educación en este país “socialista, cristiano y solidario” es un negocio redondo, aunque en cuanto a la calidad, los educandos algunas veces puedan parecer muy cuadrados. Por esto, y aún más, respecto a la educación y la falta de oportunidades de trabajar para egresados de la educación superior, es que nadie debería sorprenderse de las palabras ofensivas de Bayardo Arce (uno de los comandantes que se metieron a la revolución para no seguir siendo pobres), cuando les “aconsejó” a las profesionales jóvenes sin perspectivas de conseguir aquí un trabajo, que se fueran a “buscar novios a Noruega”.
En palabras llanas, las aconsejó ir a prostituirse a un país europeo, porque el gobierno del que gana muy bien por servirle mal, no le garantiza trabajo a nadie. Es decir a nadie que no quiera convertirse en un sirviente político de la mafia gobernante. En el caso de que los varones profesionales desocupados no quieran convertirse en rotonderos, en miembros de militancia mecánica en la “juventud sandinista” o supernumerarios en un ministerio para controlar a nombre de un “partido” inexistente, ¿a cuál de los países ricos y europeos los enviaría Bayardo Arce?
No me diga, usted lector, que sospecha que los enviaría a Escocia a convertirse en chulos consumidores de buen “güisqui”… Aunque si usted ha tomado en cuenta el gusto personal del político consejero, usted tendría toda la razón.