8 de septiembre 2017
Cambridge.– Estados Unidos nunca antes tuvo un presidente como Donald Trump, con su personalidad narcisista, lapso de atención breve y falta de experiencia en los asuntos internacionales, más inclinado al eslogan que a la estrategia en política exterior. Hubo presidentes, como Richard Nixon, con sesgos sociales e inseguridades personales similares, pero Nixon tenía una visión estratégica de la política exterior. Otros, como Lyndon Johnson, eran sumamente egoístas, pero tenían mucha habilidad política para trabajar con el Congreso y otros líderes.
¿Verán los historiadores del futuro la presidencia de Trump como una aberración transitoria o como un importante punto de inflexión respecto del lugar de Estados Unidos en el mundo? Los periodistas tienden a prestar demasiada atención a la personalidad de los líderes: les da buen material para escribir. En cambio, los teóricos sociales tienden a proponer teorías estructurales amplias que plantean el crecimiento económico y la ubicación geográfica como fuerzas que hacen que la historia parezca inevitable.
Hace tiempo escribí un libro en el que traté de poner a prueba el peso real de los líderes, mediante un análisis de puntos de inflexión importantes en el surgimiento de la “era americana” un siglo atrás, y especulé sobre lo que hubiera sucedido sustituyendo al presidente histórico por su contendiente más probable. Con otro presidente y las mismas fuerzas estructurales ¿se hubiera producido la era del liderazgo global estadounidense?
A inicios del siglo XX, Theodore Roosevelt fue un líder muy activo, pero su influencia se limitó en gran medida al ritmo de los acontecimientos, ya que los grandes determinantes fueron el crecimiento económico y la geografía. Woodrow Wilson cortó la tradición hemisférica de Estados Unidos al enviar tropas estadounidenses a combatir en Europa; pero el principal cambio que introdujo fue el tono moral de excepcionalismo estadounidense que dio a su argumentación en pos de un involucramiento a todo o nada en la Liga de las Naciones (y la contraproducente terquedad con que lo defendió).
En cuanto a Franklin Delano Roosevelt, que las fuerzas estructurales hubieran llevado a Estados Unidos a entrar en la Segunda Guerra Mundial en un contexto de aislacionismo conservador es al menos discutible. Está claro que la forma en que FDR planteó la amenaza de Hitler y su preparación para aprovechar un hecho como Pearl Harbor fueron factores cruciales.
La bipolaridad estructural que se dio después de 1945 entre Estados Unidos y la Unión Soviética fijó el contexto de la Guerra Fría. Pero una presidencia de Henry Wallace (si FDR lo hubiera elegido a él en vez de a Harry Truman para vicepresidente en 1944) tal vez cambiara la forma de la respuesta estadounidense. Del mismo modo, las presidencias de Robert Taft o Douglas MacArthur habrían alterado la consolidación relativamente fluida del sistema de contención que llevó adelante Dwight Eisenhower.
Hacia el final del siglo, las fuerzas estructurales del cambio económico global causaron la erosión de la superpotencia soviética, y los intentos de reforma de Mikhail Gorbachev aceleraron el derrumbe de la Unión Soviética. Sin embargo, el resultado final también le debe mucho al programa de desarrollo militar y la astucia negociadora de Ronald Reagan, y a la habilidad de George Bush (padre) para manejar el final de la Guerra Fría.
¿Es posible imaginar una historia en la que otro liderazgo presidencial impidiera a Estados Unidos alcanzar la supremacía global a fines del siglo XX?
Tal vez si FDR no hubiera sido presidente y Alemania hubiera consolidado su poder, el sistema internacional de la década de 1940 habría hecho realidad la visión que tuvo George Orwell de un mundo multipolar propenso al conflicto. Quizá si Truman no hubiera sido presidente y Stalin hubiera hecho grandes avances en Europa y Medio Oriente, el imperio soviético habría sido más fuerte y la bipolaridad más duradera. Tal vez si en lugar de Eisenhower o Bush hubiera habido otros presidentes menos exitosos en evitar una guerra, el predominio estadounidense se habría salido de sus carriles (como sucedió por algún tiempo con la intervención estadounidense en Vietnam).
Por el tamaño económico y la geografía favorable, es probable que las fuerzas estructurales igual hubieran producido alguna forma de predominio estadounidense en el siglo XX. Pero el momento y la forma en que se dio dependieron en gran medida de las decisiones de sus dirigentes. En ese sentido, aunque la estructura explica mucho, el liderazgo dentro de la estructura puede cambiarlo todo. Si la historia es un río cuyo curso y flujo dependen de las grandes fuerzas estructurales del clima y la topografía, tanto podemos imaginar a los agentes humanos como hormigas aferradas a un tronco al que arrastra la corriente o como canoístas de aguas rápidas que dirigen la embarcación y eluden las rocas, a veces hundiéndose en el torbellino, a veces emergiendo victoriosos.
Así que el liderazgo importa, pero ¿cuánto? Nunca habrá una respuesta definitiva. Los estudios académicos sobre los efectos del liderazgo en corporaciones o experimentos de laboratorio hablan de un 10% o un 15%, según el contexto. Pero esto se refiere a situaciones sumamente estructuradas de cambio lineal. En situaciones no estructuradas, como la Sudáfrica después del apartheid, un liderazgo transformador como el de Nelson Mandela lo cambia todo.
La política exterior estadounidense tiene una estructura dictada por las instituciones y la constitución, pero las crisis externas pueden crear un contexto mucho más dependiente de las decisiones de los líderes (para bien o para mal). Si en 2000 se hubiera declarado presidente a Al Gore, es probable que Estados Unidos fuera a la guerra en Afganistán, pero no en Irak. Como los hechos de política exterior tienen lo que en ciencias sociales se denomina “dependencia de la trayectoria”, elecciones relativamente menores de los líderes, incluso en un intervalo del 10 al 15% al principio de un proceso, pueden llevar a resultados muy diferentes con el correr del tiempo. Como dijo Robert Frost, cuando en un bosque uno encuentra dos caminos, elegir el menos transitado puede cambiarlo todo.
Por último, los riesgos creados por la personalidad de los líderes pueden ser asimétricos y así incidir más en el caso de una potencia madura que en el de una potencia en ascenso. Por golpear una roca o provocar una guerra, el barco puede hundirse. Suponiendo que Trump evite una guerra a gran escala, y suponiendo que no sea reelecto, los estudiosos del futuro tal vez vean su presidencia como una breve anomalía en la curva de la historia estadounidense. Pero no son supuestos menores.
Traducción: Esteban Flamini
Joseph S. Nye, Jr. es profesor de la Universidad de Harvard y autor de Is the American Century Over? [¿Terminó el siglo de Estados Unidos?].
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