13 de agosto 2017
“Sentir lo invisible y ser capaz de crearlo, eso es arte.”
Hans Hofmann
VirZOOM's anuncia con jolgorio unas bicicletas estacionarias con anteojos que a base de realidad aumentada te llevan por un viaje virtual a cualquier destino mientras ejercitas, una trampa le llaman, para no sentir el esfuerzo ni el tiempo. Están diseñadas para llevarte por aventuras, correr a campo traviesa, sobrevivir batallas, estar en competencias con renombrados ciclistas o bien cruzando paraísos. Le llaman el inicio de los vSports (deportes virtuales) y en las grandes ligas del emprendimiento ya hay un listado de 10 startups ocupándose en el asunto. Al punto que ya otorgan medallas y premios en competencias imaginarias.
Junto con Tinder están transformado radicalmente nuestra puerta al mundo lúdico. En el campo profesional ya se escuchan las campanas anunciando la automatización en todas las industrias. Para resumir, en menos de 125 años nos quedaremos todos sin trabajo o al menos tal y como lo conocemos. Heidi y Alvin Toeffler lo dijeron desde hace 37 años; “el amanecer de esta nueva civilización es el hecho más explosivo de nuestras vidas". (La tercera ola, 1980).
En medio de esta explosión reflexioné sobre aquello que los futuristas han advertido como uno de los grandes retos del futuro - no se preocupan únicamente por el tema económico producto del inminente desempleo (simplistamente resuelto con la idea de una renta básica universal), el problema – nos dicen – es todavía más grave; una depresión colectiva a causa de miles de personas sintiéndose sin propósito en sus vidas. El trabajo es el perfecto escudo para no asumir compromisos emocionales en nuestro entorno, el sedante idóneo para no arriesgarse a sentir. Su preocupación es muy válida. En nuestros tiempos, según la Organización Mundial de la Salud, una de cada 10 personas sufre depresión, anuncian que en el 2020 será la segunda causa de discapacidad en el mundo. Si a esto sumamos que el desempleo ya es una de las principales causas de la depresión, ¿Qué podemos esperar del futuro?
Nick Bostrom, un connotado pensador y futurista, argumentaba que al hablar de inteligencia artificial se requería de un análisis desde la perspectiva ética que analice cómo se violenta el sentido de la existencia de la humanidad. Yo, me pregunto, qué impacto tendrán los robots sexuales en nuestras vidas, algunos alegan que disminuirán los delitos sexuales, yo me cuestiono, ¿qué pasara con el tejido social a falta del roce y sexo entre humanos?
Pareciera ser que muchos están dispuestos a intentarlo. La Fundación para una Robótica Responsable recién publicó (Julio 2017) un estudio titulado “Nuestro Futuro Sexual con los robots”, analizan todos los productos existentes en el mercado que oscilan entre los 5,000 y los 15,000 dólares, algunos inclusive con tipos de personalidades programadas y con un molde de silicona que simula la piel humana. Según sus hallazgos, “Los hombres parecen el doble de propensos a aceptar esta posibilidad e incluso llegan a mostrar signos de nerviosismo al tocar las partes íntimas de muñecas sexuales”. Uno de los autores, Noel Sharkey, concluye: “Es posible que todo este mercado quede reducido a un nicho dedicado a una minoría fetichista, pero también existe la posibilidad de que el sexo con robots cambie nuestra forma de relacionarnos y se convierta en la norma. Hay demasiada incertidumbre y lo que necesitamos es mucha más ciencia sobre el tema”.
Hay suficientes razones para estar asustados. Claramente, el problema no es únicamente la falta de un propósito para vivir, sino lo que provoque en nosotros la falta del tacto. La emoción por lo novedoso podrá enajenarnos un tiempo, los robots podrán ser un fetiche o una tendencia generalizada, las pantallas y los wearables tendrán gran capacidad de seducción, sin embargo, mi visión es que esta emoción no perdurará. Después de un tiempo el cuerpo regresará a sus instintos básicos, el imperativo del tacto y el olfato.
Nuestra historia muchas veces cíclica y repetitiva. Los artistas serán los renovados héroes, la síntesis de lo sublime de nuestra propia existencia. Back to basics dicen los gringos. Necesitaremos el olor de la brisa, la ola que muere a tus pies, el embriagador canto del mar, cortar frutas y morderlas, el peso del libro en el cuerpo al leerlo, el olor de sus páginas cuando se abren por primera vez, el gusto de rayarlos y dormirse con ellos, un abrazo desembarazado y sin tiempo, un beso parsimonioso y húmedo, el calor de otro ser humano y su peso sobre otro cuerpo.
Los ricos del futuro serán los dueños de las experiencias, los que aún conserven la capacidad de entender el llanto de un poema, la fuerza de una obra, tomarles las manitas a los niños, recibir las lágrimas o la risa del otro sin preámbulos ni poses, vivir la gloria de la música, el sudor del ejercicio, el golpe en la tierra con el paso firme, el encuentro de las manos, la tierra mojada o el golpe del agua que se revienta en tu espalda cuando cae desde su montaña. Estos serán las y los ricos del mundo.
En paralelo (y tal vez contradictoriamente) al desarrollo de la inteligencia artificial y a la hegemonía de la máquina moderna, un nuevo modelo económico ya anuncia la supremacía de las experiencias sobre las cosas, de sentir a poseer. Aun cuando muchos le hicieron cantos fúnebres, la puesta en escena sobrevivió a la televisión con el mismo brillo de hace miles de años, el libro al Kindle y la comunicación de boca a boca al Internet. Así el cuerpo sobrevivirá al robot. Así de simple. Así ordenará nuestra humanidad: La revolución del tacto.