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El reflujo en su peor momento

Vimos nacer y crecer el reflujo post revolución a partir de 1990, pero ni imaginamos siquiera cuándo terminará esta marea contra revolucionaria

Un artículo de Mario A. De Franco que recuerda sus días de colegio con Gustavo Porras

Onofre Guevara López

23 de mayo 2017

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De los fenómenos políticos y sociales se pueden conocer sus orígenes, seguir documentalmente su proceso y se puede ser testigo de sus crisis, pero no se puede conocer cuándo llegarán a su final. De nuestro país, conocemos los orígenes del movimiento revolucionario –la expresión más elevada de todo movimiento político—, seguimos su proceso como actores y testigos durante los años 80. Y vimos nacer y crecer el reflujo post revolución a partir de 1990, pero ni imaginamos siquiera cuándo terminará este período, o sea, figurativamente, el final de esta marea contra revolucionaria.

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Este reflujo como fenómeno post revolución no es propio ni exclusivo de los factores y personajes revolucionarios, sino también –en igual, menor o mayor medida— de todos los actores de la política nacional que de cualquier manera se relacionan entre sí y en torno a los problemas políticos que del reflujo se derivan. Tan actores fueron los que ganaron las elecciones de 1990, como los revolucionarios que las perdieron, e incluso los factores externos que se hicieron parte no invitada a nuestra política interna. Examinar quién fue primer responsable es inútil, pues lo que cuenta, en este caso, es el hecho objetivo de que todos somos partícipes del mismo proceso, hayamos entrado de primeros o de últimos.

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Pero para el caso concreto del inicio del reflujo en que nos encontramos, estuvo de primero el sinnúmero de problemas históricos derivados del atraso general del país, heredados por la revolución de 1979; con sus dificultades imposibles de superar a corto, ni a mediano plazo. Y si agregamos las limitaciones de la conducción revolucionaria, más la inexperiencia política de muchos cuadros del movimiento que se erigió en la vanguardia armada de la lucha anti dictatorial, pero que no pudieron desempeñar con la misma eficacia la función de vanguardia en el terreno de las actividades cívicas dentro de las estructuras del nuevo poder, tendremos una de las causas esenciales del reflujo. No hay proceso político sin errores, pero cuando a estos se unen deficiencias de conducta personal, esos errores se vuelven armas contrarias a los objetivos revolucionarios.

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Sumado a todo lo anterior, está la constante e histórica intervención de los Estados Unidos no solo aprovechando las dificultades ocasionales, sino creando otras dificultades y poniendo en práctica su experiencia interventora sobre nuestro país. Todo lo del pasado adquirió actualidad: la incursión de los filibusteros en 1855, la de los años posteriores a la expulsión de William Walker tras el canal interoceánico, cuya más elevada representación en la Nicaragua del Siglo XIX la tuvo el diplomático Ephraim G. Squier. Le siguió la injerencia contra el gobierno de Zelaya con la Nota Knox (1909), hasta derrocarlo en 1910; luego vino su intervención armada de 1912 que duró 21 años; y en seguida vino la entronización de Somoza García a partir del asesinato de Sandino y los 44 años de apoyo a la dinastía.

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La injerencia gringa se relevó a sí misma, cuando intentó detener la caída de la dinastía con la complicidad de la OEA. No pudo, y después agrupó a ex guardias somocistas y los juntó en un solo ejército con políticos de partidos derechistas; les financió abierta e ilegalmente con dólares de la droga su actividad militar, y la propaganda mediática (incluso religiosa) por medio de asesores de la CIA en la redacción de radios y periódicos de aquí y del exterior. Lograron la victoria electoral del 90, y se reinició el reflujo post revolución, lo cual se apoyó en errores de algunos dirigentes del FSLN, como su repartición abusiva de bienes del Estado, y aquella desprestigiada “piñata” se convirtió en un aporte –voluntario o espontáneo— al fortalecimiento del reflujo post revolución.

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El reflujo tuvo continuidad con los gobiernos neoliberales, cuyos políticos le dieron rienda suelta a sus ambiciones postergadas por medio del negociado con la devolución de bienes confiscados en los ochenta a quienes se los habían robada bajo el somocismo o cobrando a buen precio bienes de menor valor. A esta corruptela se sumó Daniel Ortega, pactando con Arnoldo Alemán, lo que le dio ampliación a la corrupción hacia el terreno político cuando se repartieron los cargos públicos, y se convirtieron en usufructuarios del erario casi por partes iguales. De esta manera, dieron nueva dimensión y mayor profundidad al reflujo post revolución, pues amplios sectores populares se frustraron y entraron a un estado de pasividad extrema; la política dejó de interesarles, y se dedicaron a sobrevivir como sea, lo que les moldeó una nueva conducta que les hizo perder la ética de su radar, quedando expuestos grandes sectores a la manipulación que ahora practican el gobierno y la oposición.

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En esas condiciones fue que llegó Ortega al poder en 2007, con un FSLN ya falsificado, y dio comienzo a la destrucción de la institucionalidad con sus reformas a la Constitución Política con el propósito de reelegirse de forma indefinida junto a su clan familiar. Con su absoluto control de los poderes del Estado y sus fuerzas armadas, impuso fácil y continuamente los fraudes electorales. Aquí entra en el juego la colaboración de políticos oportunistas de todos los matices y de la cúpula empresarial del país, dando su contribución al reflujo a cambio de prebendas, baratas algunas, pero juntas a otras grandes hacen un despilfarro multimillonario, el que pesa sobre las espaldas de los trabajadores del campo y de la ciudad.

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La oposición anti orteguista, fraccionada y reaccionaria, dentro de la cual hacen militancia algunos políticos tenidos como de izquierda, contribuye con fuerza al reflujo al desechar de su agenda la acción popular para adoptar el pragmatismo resignado, una herencia libero-conservadora que consiste en esperar “soluciones democráticas” a los problemas políticos nacionales de parte de organismos internacionales manejados por Washington, como la inefable OEA, y hasta del propio congreso de los Estados Unidos. Para ello parten del hecho real de que bajo el régimen familiar y autoritario de Ortega se restringen los derechos políticos y humanos, se han lanzado a los pies de congresistas de ultra derecha, rogándoles que castiguen la corrupción de este gobierno con leyes como la “Nica Act”.

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En medio del reflujo, el contrato canalero –Ley 840— le ha provocado una fisura por donde surge una esperanza con la rebeldía espontánea del sector campesino afectado por el proyecto canalero. Esta rebeldía social en el área rural, es lo más importante que ha ocurrido durante el reflujo, el que se refugia más en las zonas urbanas que apenas despierta ante el movimiento campesino. El proceso anti canal tendrá un alcance incalculable en la medida que en las áreas urbanas se adquiera conciencia de su importancia, pues se fundamenta en la defensa de la soberanía nacional, y por suerte descontaminado de partidismo político. Ese perfil patriótico no atrae a los partidos políticos, por lo cual no es rara su indiferencia ante este movimiento social.

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La derecha sigue su actuar enfermizo de otorgarle a los Estados Unidos el derecho de meter sus narices en nuestros asuntos internos como curandero de esta “democracia” rota en la Nicaragua del reflujo post revolución, para que les rescate una “democracia” que aquí nunca ha sido. Para ganar el favor gringo, siguen con fidelidad la política contra el gobierno venezolano, al cual Estados Unidos califica de “amenaza inusual y extraordinaria” a su seguridad nacional con un cinismo tan grande como la inseguridad en que el mundo vive bajo su militarismo. Con esa indignidad pretenden pagar su ayuda para alcanzar el poder, y les dan las espaldas a nuestra historia y contribuyen a que la historia de otros pueblos siga o vuelva a ser sometida a los designios norteamericanos.   Sin duda, vivimos el peor momento del reflujo.

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Ruperta y Ruperto:

--La paranoia en USA es mayor que la de los peores años de la guerra fría, Rupertó, pues ahora hasta miran a su casta Casa Blanca invadida por el rojo diabólico del Kremlin…

--Igual pesadilla tiene el criminal que, apenas cierra los ojos, Rupertá, mira cómo… ¡la sangre de sus víctimas se le viene encima!


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Onofre Guevara López

Onofre Guevara López

Fue líder sindical y periodista de oficio. Exmiembro del Partido Socialista Nicaragüense, y exdiputado ante la Asamblea Nacional. Escribió en los diarios Barricada y El Nuevo Diario. Autor de la columna de crítica satírica “Don Procopio y Doña Procopia”.

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