17 de mayo 2017
Atenas.– Antes de la segunda ronda de la elección presidencial francesa, DiEM25 (el movimiento paneuropeo de demócratas, principalmente de izquierda, que ayudé a fundar) prometió a Emmanuel Macron que "nos movilizaríamos plenamente para ayudarlo" a derrotar a Marine Le Pen. Lo hicimos -generando la ira de muchos en la izquierda- porque mantener "igual distancia entre Macron y Le Pen", en nuestra opinión, era "inexcusable".
Pero nuestra promesa a Macron tenía una segunda parte: si "se convierte en un funcionario más del establishment profundo de Europa", intentando aplicar un neoliberalismo sin futuro ya fallido, "nos opondremos a él con la misma energía que utilizamos -o deberíamos utilizar- para oponernos a Le Pen hoy".
Aliviados ante la victoria de Macron, y orgullosos del claro respaldo que le brindamos, ahora debemos cumplir con la segunda parte de la promesa. Ningún período de "luna de miel": debemos oponernos a Macron de inmediato. He aquí las razones.
El programa electoral de Macron dejó en claro su intención de continuar con las políticas laborales que comenzó a introducir como ministro de Economía del ex presidente François Hollande. Tras hablar con él sobre estas políticas, no tengo ninguna duda de que cree en ellas con convicción. Sigue una larga tradición de considerar que las restricciones legales para despedir trabajadores son las responsables de la caída del empleo permanente y el surgimiento de una nueva división entre empleados protegidos y precarios -entre empleados internos, con puestos bien remunerados y cuasi permanentes, y empleados externos, que trabajan como proveedores de servicios sin beneficios y, muchas veces, con contratos de cero horas-. Los sindicatos y la izquierda, según esta visión, son en verdad una fuerza conservadora, porque defienden los intereses de los empleados internos ignorando los apremios del creciente ejército de empleados externos.
Para Macron, un verdadero progresista no sólo debe apoyar las reformas que refuerzan el derecho de los empleadores a despedir y regentear trabajadores; igualmente importantes son las mejoras en la seguridad social para aquellos que pierden sus empleos, la capacitación en nuevas habilidades y los incentivos para tomar nuevos empleos.
La idea es simple: si los empleadores tiene más control sobre cuánto tiempo y cuánto dinero les pagan a sus empleados, contratarán a más trabajadores con contratos normales. Y la mejor red de seguridad social garantizará que haya trabajadores con las capacidades correctas.
Por supuesto, esta idea no tiene nada de nuevo. Conocida por el desafortunado neologismo de "flexiguridad", fue implementada con cierto éxito en Dinamarca y otros países escandinavos en los años 1990. Pero la flexiguridad está destinada a un fracaso rotundo en Francia, fortaleciendo así a los nacionalistas xenófobos de Le Pen, porque puede funcionar solamente en un contexto macroeconómico de crecimiento liderado por la inversión. Desafortunadamente, este no es el contexto que ha heredado el nuevo presidente francés.
En la Francia de hoy, la inversión en capital fijo, en relación al ingreso nacional, está en su nivel más bajo en décadas -y sigue cayendo-. Esto refuerza las expectativas deflacionarias que, cuando los despidos se vuelven más fáciles, implican una rápida reducción de puestos de tiempo completo y permanentes. En resumen, en lugar de mejorar la división entre empleados internos y externos, la legislación laboral de Macron la agravaría.
La mayor dificultad de Macron será la misma de Hollande: lidiar con Alemania. El gobierno alemán -y, en consecuencia, el Eurogrupo de ministros de Finanzas de la eurozona, dominado por Alemania- nunca pierde la oportunidad de castigar a los franceses por no haber podido llevar el déficit presupuestario del gobierno por debajo del límite acordado del 3% del PIB.
Macron ha prometido lograrlo despidiendo a empleados públicos, recortando el gasto de los gobiernos locales y aumentando los impuestos indirectos, lo que en definitiva perjudicaría a los más pobres. En cualquier economía afectada por una inversión baja y en caída, recortar el gasto público y aumentar los impuestos indirectos seguramente debilitará la demanda agregada, confirmando así las expectativas pesimistas que impiden que los inversores inviertan y le dan otra vuelta a la rueda deflacionaria.
Como si esto no bastara, Macron ha prometido corregir una injusticia que, en su opinión, representa una carga para los franceses ricos en activos pero con ingresos bajos: prometió reducir los impuestos a la riqueza o a los activos que no generan ingresos por sobre un cierto piso. Como sucede con la flexiguridad, esto tiene una lógica: gravar los activos que no generan ingresos tiene poco sentido desde un punto de vista ético, político o económico.
Aun así, reducir los impuestos a la riqueza sin antes cerrar los vacíos legales que permiten a las personas con ingresos elevados (que muchas veces también son ricas en activos) pagar su porción del impuesto a las ganancias no tiene mucho sentido. Hacerlo mientras se practica la austeridad sobre los pobres es cometer un acto de vandalismo en una sociedad ya dividida.
Macron entiende el disparate en los cimientos de la eurozona. Y ha prometido trabajar hasta el cansancio para convencer a Alemania de que Europa debe crear rápidamente una unión bancaria adecuada, un seguro de desempleo común, un mecanismo de reestructuración de deuda para países como Grecia y Portugal, un tesoro federal apropiado, eurobonos (que operen como los bonos del Tesoro de Estados Unidos) y un parlamento federal que legitime la autoridad del tesoro federal.
¿Qué hará, entonces, Macron cuando Alemania diga nein? En verdad, los alemanes ya lo han dicho. Según Wolfgang Schäuble, el ministro de Finanzas de Alemania, todo lo que Europa necesita hoy es convertir el Mecanismo Europeo de Estabilidad en un Fondo Monetario Europeo. En otras palabras, si Francia quiere una financiación conjunta, debe someterse a la misma condicionalidad que hundió a Grecia. Martin Schulz, el líder de la oposición socialdemócrata de Alemania, coincide en que no hace falta ninguna institución fiscal nueva y propone sólo que Francia y Alemania financian en conjunto algunos proyectos comunes de inversión. En otras palabras, nein significa nein.
Hollande, no olvidemos, también ganó la presidencia francesa con la promesa de hacerle frente a Alemania en materia de política macroeconómica de la eurozona -y luego rápidamente abandonó la pelea-. Si Macron quiere tener éxito, necesitará una posición alternativa y una estrategia europea creíbles que pueda implementar sin el visto bueno alemán. No hay pruebas de un plan de estas características. Todo lo que vemos es una disposición a hacer no importa lo que exija Alemania por anticipado, incluyendo "flexiguridad", austeridad y demás, con la esperanza de que Alemania luego acepte algunas de sus reformas para la eurozona antes de que sea demasiado tarde.
La gente razonable entendió que había que respaldar a Macron en contra de Le Pen. Ahora tendrá que entender que las políticas de Macron empeorarán el ciclo deflacionario y regresivo que es el mayor aliado de Le Pen. Con la elección terminada, oponerse a Le Pen ahora significa oponerse a Macron.
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Yanis Varoufakis, ex ministro de Finanzas de Grecia, es profesor de Economía en la Universidad de Atenas.
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