3 de mayo 2017
Detrás de toda gran fortuna se esconde un crimen
Honoré de Balzac
El pasado 5 de abril, 25 congresistas norteamericanos introdujeron en la cámara baja de Estados Unidos una versión más dura de Nica Act, con la excusa de inducir a Ortega a restablecer los derechos conculcados efectivamente a los ciudadanos nicaragüenses. El 26 de abril, Ted Cruz introdujo también en el senado la misma versión de Nica Act 2. De esta manera, de acuerdo al procedimiento de formación de la ley en Norteamérica, se comprimen los tiempos totales de aprobación de la iniciativa de ley, ya que dos comités, uno por cámara, elaboran en paralelo un único documento para su aprobación casi simultánea en ambas cámaras.
Nica Act y su trasfondo geopolítico
La ley en sí condiciona la aprobación de préstamos para Nicaragua en los organismos financieros internacionales en los que Estados Unidos tiene derecho de veto, para propiciar la eventualidad que Ortega restablezca las señales claras de gobernabilidad democrática, y que respete los derechos humanos y los derechos políticos de los ciudadanos nicaragüenses. ¡Noble justificación! Pero, es sólo eso, una justificación. Bajo ese pretexto humanitario se esconde, para esta potencia hegemónica, un interés suyo más prosaico.
El arte de la guerra, decía Sun Tzu, es el engaño. Y la política cotidiana de una gran potencia mundial procede necesariamente con las artes de la guerra. Debe encubrir, en lo posible, los propósitos de su estrategia de dominación bajo nobles ideales. Salvo cuando un empresario inescrupuloso, como Trump, afincado en la presidencia de Estados Unidos, no tiene en su repertorio personal ningún ideal noble al que pueda recurrir diplomáticamente, en alguna ocasión.
Con independencia de lo que diga la letra de la ley Nica Act, lo cierto es que actualmente la política norteamericana –bajo ese apelo a la democracia, puramente ideológico - apunta claramente a la salida de Ortega del poder. El texto, sobre derechos ciudadanos es secundario para una mentalidad norteamericana pragmática, que se siente con derecho a intervenir en cualquier parte del mundo. Ambos partidos, el demócrata y el republicano, coincidirían en la salida de Ortega. Pero, su caída la promueven de manera tosca, con la sutileza de un elefante, llevándose por delante al pueblo nicaragüense.
Tanto Ortega como Nica Act le ofrecen al pueblo nicaragüense – a lo inmediato- un escenario de penuria y caos. O sea, estamos entrampados en estas circunstancias. Así ocurre siempre que el ciudadano ha perdido sus derechos, y no está presto aún a reconquistar por sí mismo el control de su destino.
Contradicción entre Nica Act y la soberanía nacional
Si bien con la caída de Ortega no hay discrepancia entre una política nacional progresiva y la pretensión norteamericana, si la hay en el método de lucha, en la alternativa de poder subsiguiente, en el modelo de gobierno que seguiría a Ortega, en el programa a desarrollar con la caída de Ortega. A la nación interesa proteger sus propios intereses, no los intereses norteamericanos. Esto obliga a la nación a derrotar a Ortega con una estrategia propia, independiente, para vencer, de paso, también a Nica Act, o sea, para restablecer plenamente la soberanía nacional.
Ambos contendientes dañan a los ciudadanos. Los norteamericanos, porque desean garantizar que Nicaragua continúe como su patio trasero (como hasta ahora, con Ortega), pero, sin tener que pagarle por ello a un matón, sin sufrir más las veleidades y aspavientos contradictorios de un bravucón errático.
Ortega, porque se propone proteger a cualquier precio sus bienes mal habidos, y como carece de escrúpulos y de principios, para conservar el poder es capaz de proponer a Norteamérica cualquier servicio sucio ilimitado (como perseguir con más ahínco y crueldad a los inmigrantes, o reprimir salvajemente a los pobladores que se opongan a la explotación minera a cielo abierto), o ceder cualquier cuota de soberanía nacional que pueda interesarles, como entregar indefinidamente escandalosas concesiones petroleras en la región del Caribe. La democracia y los derechos ciudadanos es lo de menos, en la realpolitik de ambas partes en conflicto.
Ortega lleva en el poder diez años, pero, la sensación ciudadana es que lleva allí toda una vida. Y el fastidio es el primer síntoma de la rebelión contra el abuso y la corrupción.
¿Diálogo con Ortega?
Por ello, entre otros factores, un diálogo con Ortega, promovido por la oposición-electorera-verdadera (para abrirse ellos algún camino fácil hacia los puestos públicos, de espaldas a la población), no tiene incidencia alguna en la dinámica de la crisis, que apunta a la salida de Ortega, más que a cambios democráticos aparentes con Ortega en el poder.
Por tal razón, los acuerdos de Ortega con la OEA no tenían, tampoco, posibilidad de convertirse en alguna vía creíble de superación de la crisis, ni para la nación ni para los norteamericanos. Almagro intervino torpemente en el conflicto, sin conocer, en el nuevo escenario internacional, la naturaleza y los plazos de la contradicción entre Ortega y Norteamérica.
A la par de Adolfo Díaz y de Somoza, ningún otro gobernante nicaragüense ha seguido tan fielmente las instrucciones norteamericanas, como lo hace Ortega. Pero, para los norteamericanos se ha creado un nuevo escenario estratégico a nivel regional con la bancarrota del modelo rentista petrolero, y se presenta la oportunidad de cambiar políticamente el tinglado, de hacerlo ideológicamente más presentable y confiable. Más predictible, diríamos, dentro de un algoritmo matemático que, en principio, rechaza como insumo válido la variable errática orteguista.
¿Usted está de acuerdo con Nica Act?
Esta es una pregunta capciosa. Es una demanda metodológicamente mal formulada, que esconde una trampa de lógica formal. Por ello, los orteguistas adelantan esta pregunta perentoriamente en todos los foros posibles, para suscitar un apoyo nacionalista, inconsciente, al absolutismo orteguista. Sustrayendo, de mala fe, de la ecuación compleja de la crisis de la realidad nacional, a la dictadura. Nada menos, que a la contradicción fundamental que enfrenta la nación con Ortega.
Nica Act no es concebible sin la existencia de la dictadura orteguista. No tiene vida propia, de modo, que no puede ser aceptada o rechazada por sí sola, sin su complemento de causalidad. Se produce Nica Act porque existe dictadura orteguista, esta expresión, es lo que en lingüística se llama un enunciado lógico de causalidad eficiente.
La pregunta sobre Nica Act, a secas, es como si les preguntasen a los conductores si rechazan las multas de tránsito, sin vincular cada multa con una infracción concreta a las señales viales. Obviamente, Nica Act, perjudica a Ortega, perjudica gravemente la estabilidad, o la continuidad, de su poder arbitrario (poco importa si no le perjudica tanto en su patrimonio mal habido, eso es políticamente intrascendente). Pero, Nica Act no es una opción nacional, de modo, que no es posible dejar de considerar sus contradicciones. Nica Act es la posición de una potencia extranjera cuya motivación no es la solidaridad, sino, intereses geopolíticos propios que. a lo inmediato, arrasan también con las condiciones de vida del pueblo.
El punto es que el pueblo no debe escoger entre Ortega y Nica Act. Si acaso, debe incrementar su lucha en contra de Ortega para derrotar, de paso, también a Nica Act. Porque Nica Act también debe ser derrotada, pero, no aisladamente de la lucha contra Ortega, sino, en su carácter secundario, de acción subordinada. Este es el planteamiento estratégico de la lucha nacional.
La pregunta correcta debería ser: ¿está usted de acuerdo con el modelo dictatorial y corrupto de Ortega que propicia la intervención extranjera en nuestra realidad política, afectando las condiciones de vida de la población? Obviamente, no. Pero, habrá que combatir el fenómeno integral, tanto en contra de la contradicción principal (que es Ortega), como en contra de la contradicción secundaria (que es Nica Act). Sin confundir una con la otra, y sin inclinarse por una o por otra.
El autor es ingeniero eléctrico.