29 de abril 2017
No puedo estar de acuerdo con el Nica Act. Ver a un Senador como Ted Cruz, extremadamente conservador, radicalmente enemigo de libertades que yo al menos considero sagradas, convertirse en supuesto “aliado” del pueblo nicaragüense; pensar en las consecuencias de esa sanción norteamericana sobre nuestra economía y el precio que pagaremos, sobre todo los más necesitados, me lleva de vuelta en el tiempo a esa época funesta donde EEUU dispuso nuestro destino como nación.
Si apoyara el Nica Act, tendría que también, retrospectivamente, concluir de que la guerra de la Contra benefició a Nicaragua porque concluyó con el advenimiento de un gobierno democrático, cosa que no puedo aceptar.
Pero vamos a ver: ¿qué pasó en la práctica con los gobiernos democráticos? La intervención norteamericana no dio a luz a fuerzas políticas necesarias para el progreso del país. La coalición de la UNO no duró ni siquiera el tiempo que Doña Violeta Chamorro fue presidenta.
Luego vino Alemán, que acabó en la cárcel por corrupción, seguido por el gobierno de Bolaños, que sí avanzó la democracia al estructurar y poner en efecto la autonomía municipal, pero que políticamente fue débil pues se quedó, como Doña Violeta, gobernando en un panorama de descomposición y fragmentación partidaria.
Quiero decir con esto que no ha bastado, ni bastó oponerse al indudable autoritarismo y poca democracia que hubo en los ochenta, apelando a la intervención norteamericana. Sin restar responsabilidad a la política de sabotaje del FSLN en relación al gobierno de Chamorro, se debe también asumir la responsabilidad de la clase política nicaragüense de no haber podido conformar y menos consolidar una alternativa sólida que pudiera cambiar la correlación de fuerzas interna.
A pesar de la obvia desconfianza popular hacia el retorno del Sandinismo en el 2006, Daniel Ortega ganó la batalla usando una mezcla de astucia política, la fidelidad al sandinismo de un suficiente porcentaje de la población y, de nuevo, la falta de consistencia y unidad de la oposición.
La muerte, tan “oportuna” de Herty Lewites, por otro lado, descalabró las posibilidades del sandinismo crítico de alterar porcentajes y también tambaleó la unidad lograda por él dentro de las filas del MRS. Este partido ya sin Herty, también se fragmentó y ha sido con un enorme esfuerzo que ha logrado recomponerse y ser actualmente el más temido por el Orteguismo, cuyas maniobras han logrado incluso aislarlo de la coalición lograda en 2008 y 2010 y que resultó en la formación de otro grupo: Ciudadanos por la Libertad. Pero lo cierto es que, actualmente, ni siquiera la izquierda está unida en Nicaragua.
¿Qué va lograr entonces el Nica Act? Volviendo a los ochenta, se puede deducir que no será una medida como esa la que cambiará la situación de la oposición dentro del país.
Es predecible que se recrudezca la represión que ya estamos experimentando, como fue evidente en la última marcha convocada por el movimiento campesino contra el canal. Igual que en los ochenta, el Orteguismo y su afinado aparato de propaganda, apelará al antimperialismo histórico y verdadero del pueblo nicaragüense y lo usará como machete para cercenar y satanizar a cualquiera que se oponga a la soberanía, no del país -que ya se vendió de todas formas a Wang Jing- sino a la soberanía de la seudo-monarquía que nos rige.
Sin medios de comunicación en este principado, sin unidad de propósitos, con políticos dispuestos a venderse, u otros incapaces de subordinar sus vagas objeciones ideológicas o su protagonismo para hacer acuerdos mínimos que permitan la consolidación de un alternativa ¿qué traerá el Nica Act, si nosotros mismos no parecemos ser capaces de consensuar y ceder para dar unidos una batalla consistente a lo interno y recuperar los derechos democráticos que nos han sido conculcados?
Es cierto que Ortega y sus aliados han actuado de manera destructiva, abusando de su poder para descabezar los intentos de unidad de la oposición. El descabezamiento de la Alianza PLI en las últimas elecciones, fue un golpe bajo y creo que el binomio gobernante perdió más de lo que admite al proceder de esa manera. La abstención rotunda e indiscutible en las elecciones de 2016, dio la medida de la desaprobación popular.
¿Pero qué pasó con la Alianza? ¿Cómo es posible que quienes estaban dispuestos a ir a elecciones nacionales sólo unos meses antes, encontraran que diferencias ideológicas no les permitían seguir unidos con el MRS? ¿Qué intercambio hubo o promesas de personería jurídica, que quizás ni se cumplan, para que los anulados procedieran de esa forma?
Como dice un dicho, “se necesitan dos para bailar un tango” O sea que, otra vez, caemos en la falla de fondo: la falta de consistencia, de entereza frente a las ofertas de un poder que usa las debilidades de la clase política. El poder sólo fracasaría, ante la rectitud y esa rectitud es una virtud de la que parecen carecer demasiados personajes de la política nacional.
Me duele como mujer nicaragüense hacer estas consideraciones, pero yo opino que sería más constructivo que, en vez de apelar al Nica Act, enfrentáramos a este régimen con actitudes verdaderamente patrióticas que les impidieran el divide y vencerás. Es necesario un plan de consenso, una propuesta de pacto social y de la Nicaragua que queremos, que logre entusiasmar a la población, un apoyo y enaltecimiento de las líderes que han surgido en estos años y que están dispuestas a no venderse, ni rendirse.
Hay muchos vigores dispersos en nuestro país. Tenemos la fuerza, faltan la consistencia, la madurez y rectitud. No es a los Estados Unidos a quién corresponde poner las velas en el entierro. Es a nosotros a quienes corresponde.