21 de abril 2017
París.– Francia elegirá presidente. Dados los considerables poderes del ejecutivo francés (que incluyen la autoridad de disolver la Asamblea Nacional), la elección presidencial, que se celebra cada cinco años, es la más importante de Francia. Pero esta vez hay mucho más en juego. Es la próxima Revolución Francesa.
Los dos candidatos favoritos son Marine Le Pen, del ultraderechista Frente Nacional, y Emmanuel Macron, que fue ministro de economía durante la presidencia del socialista François Hollande, pero que ahora se presenta como independiente. El previsible enfrentamiento entre Le Pen y Macron en un balotaje el 7 de mayo sería un hito en la política francesa: la primera vez en sesenta años en que los principales partidos de la izquierda y la derecha no estén representados en la segunda vuelta.
Francia no ha vivido una conmoción política semejante desde 1958, cuando en mitad de la Guerra de Argelia, el general Charles de Gaulle ascendió al poder y redactó la constitución de la Quinta República. Esa transformación, como cualquier gran ruptura política, fue impulsada por la combinación de una dinámica subyacente profunda y las circunstancias particulares del momento.
Ahora no es diferente. Empecemos por la dinámica subyacente: el surgimiento en la mayoría de los países desarrollados de una desconfianza popular hacia las élites, una sensación de impotencia, temor a la globalización económica y a la inmigración, y preocupación por la movilidad social descendente y la desigualdad creciente.
Estos sentimientos (junto con el papel histórico del Estado francés en el fomento de la identidad nacional y el crecimiento económico) han contribuido a un aumento del apoyo al Frente Nacional. El discurso nacionalista y xenófobo de Le Pen y sus políticas económicas populistas se parecen a los del candidato ultraizquierdista Jean-Luc Mélenchon.
Si bien el apoyo al Frente Nacional viene creciendo hace más de una década, hasta ahora el sistema electoral francés a doble vuelta evitó su llegada al gobierno, al permitir a los votantes unirse en su contra en la segunda vuelta. Y la incapacidad del Frente Nacional para hacer alianzas mantuvo el poder en manos de los partidos principales de izquierda y derecha, aun mientras Francia transicionaba hacia un sistema político tripartidario.
Macron está aprovechando las circunstancias actuales para forzar el estallido de ese sistema tripartidario. Su gran acierto (que al principio pocos entendieron) fue darse cuenta de que la división derecha‑izquierda se había convertido en un obstáculo para el progreso, y que la elección presidencial era una oportunidad única para trascenderla sin ayuda de un movimiento político organizado. En un momento en que el pueblo francés rechaza cada vez más el sistema de partidos tradicional, la debilidad inicial de Macron no tardó en tornarse fortaleza.
En esto ayudó (como el mismo Macron reconoció) la fragmentación de derecha e izquierda en años recientes; sobre todo la izquierda, donde apareció una clara división entre una corriente reformista liderada por el ex primer ministro Manuel Valls y otra tradicionalista representada por el candidato del Partido Socialista, Benoît Hamon. Los problemas de los socialistas se agravan por la existencia de una izquierda radical empeñada en eliminarlos, así como en España el partido izquierdista Podemos trató de reemplazar al Partido Socialista Obrero Español.
En cuanto a la derecha, el origen de sus penurias no es tan claro. Sus fuerzas se mantienen en general unidas en cuestiones económicas y sociales. De hecho, hasta hace unos meses, se esperaba que su candidato presidencial, François Fillon (de los Republicanos) liderara el pelotón de la primera vuelta por amplio margen. Pero un escándalo referido a su conducta personal (se lo acusa de pagar a su esposa e hijos por empleos inexistentes siendo miembro del Parlamento) hirió su candidatura, tal vez de muerte.
Cualquiera sea la razón del retroceso de la derecha, Macron supo sacar buen provecho de él, así como de las fracturas que afectan a la izquierda. Ahora el joven independiente tiene una posibilidad real de resultar electo presidente el 7 de mayo, lo que alteraría el sistema político de la Quinta República.
Pero la victoria electoral sería sólo el primer paso. Para gobernar en Francia, con su sistema híbrido entre presidencialista y parlamentario, Macron necesitaría mayoría en la Asamblea Nacional. Esto permite conjeturar dos escenarios.
En el primero, Macron obtiene rápidamente mayoría parlamentaria, porque los votantes franceses deciden reforzar su mandato en la elección de junio para la Asamblea Nacional. Es una posibilidad imaginable, pero incierta: aquí la falta de un movimiento político organizado de base perjudica a Macron.
Por eso es posible que de la elección de junio surja un segundo escenario: una coexistencia con una coalición parlamentaria formada por un pequeño bloque de derecha, un numeroso bloque de centro y un bloque de izquierda irremediablemente dividido. Esta situación es familiar en muchos países europeos. Pero en Francia, en cuyo republicanismo se originó el espectro ideológico de izquierda a derecha que hoy define la política en todo Occidente, sería una auténtica revolución, capaz de dictar el fin del Partido Socialista.
Dado el poder simbólico de la divisoria izquierda‑derecha, los votantes franceses, y con ellos su dirigencia política, suelen enmarcar casi todos los problemas del país en términos ideológicos. Ni la opinión pública ni los políticos tienen experiencia con modos de gobierno basados en acuerdos de coalición amplios. Esto explica en parte las parálisis del sistema político, que a veces dificultan la implementación de reformas, y la novedad que supone para Francia el discurso de Macron, que incluye planes de reforma claros.
Una eventual victoria de Le Pen sería un terremoto para la política francesa (por no hablar de la Unión Europea). Pero incluso el ostensiblemente moderado Macron representa, a su manera, una postura realmente radical. Puesto que es casi seguro que ambos candidatos llegarán a la segunda vuelta, a Francia le aguarda una revolución política, gane quien gane.
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Traducción: Esteban Flamini
Zaki Laïdi, profesor en el Institut d'études politiques de Paris (Sciences Po), fue asesor político del primer ministro francés Manuel Valls.
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