20 de abril 2017
Londres.– Tras la inesperada decisión británica de abandonar la Unión Europea y el también inesperado triunfo de Donald Trump en la elección presidencial estadounidense del año pasado, tal vez usted piense que las cancillerías europeas habrán elaborado planes de contingencia detallados para una victoria del ultraderechista Frente Nacional de Marine Le Pen en la elección presidencial francesa. Si es así, se equivoca.
Al parecer, la idea de un triunfo de Le Pen es tan aterradora y tan amenazante para el futuro de Europa, que muchos prefieren no pensar en ella ni hacer planes al respecto. Pero esa amenaza es precisamente la razón por la que Europa debe pensar seriamente en la posibilidad de que Le Pen gane la elección, por improbable que parezca.
No hay duda de que como presidenta de Francia, Le Pen podría dañar seriamente el proyecto europeo. Se ha posicionado como la antítesis de la canciller alemana Angela Merkel, y juró abandonar el Espacio Schengen de libre movilidad y la eurozona. En cuanto a la UE en sí, Le Pen promete seguir los pasos del RU: renegociar las condiciones de permanencia y luego llamar a un referendo sobre el acuerdo. Si la UE rechaza sus exigencias de reformas, promoverá la salida de Francia.
Pero entre el Brexit y el Frexit habría importantes diferencias. Mientras muchos euroescépticos británicos imaginan una Gran Bretaña globalizada comerciando con el mundo, Le Pen quiere introducir políticas proteccionistas. En lugar de apertura, Le Pen (que ahora se dice gaullista) quiere profundizar relaciones de “gran potencia” con Rusia y Estados Unidos, y hace hincapié en defender los valores cristianos “tradicionales” y combatir al terrorismo en el contexto de un orden mundial multipolar.
En pos de estos objetivos, Le Pen promete aumentar el gasto de defensa de Francia hasta el 3% del PIB (el valor de referencia para la OTAN es 2%), dejando en claro a los votantes que ninguna parte de ese gasto se usará para apoyar misiones de estabilización en África. En este sentido, una victoria de Le Pen equivaldría a una ruptura no sólo con la postura mayoritaria europea, sino también con la orientación estratégica de Francia en las últimas décadas.
Es verdad que las encuestas de opinión todavía favorecen al independiente de centro Emmanuel Macron para la segunda vuelta. Pero muchos temen que sus simpatizantes no muestren tanto entusiasmo como los de Le Pen para salir a votar.
El apoyo popular a Le Pen se mantuvo bastante constante en los últimos meses; su ventaja en las encuestas de opinión para la primera vuelta sigue estable, mientras la política francesa se ve sacudida por escándalos y desconfianza. Esta tormenta política perfecta hizo que el sistema bipartidario francés se fragmentara en un esquema cuatripartidario y dejó a los favoritos prácticamente fuera de carrera, mientras Le Pen resultó mayormente inafectada.
Las razones del ascenso de Le Pen tienen que ver tanto con su reinvención del Frente Nacional como con el entorno político externo. Le Pen consiguió salir del gueto de la extrema derecha, con una estrategia general formulada por su aliado Florian Philippot, que apunta a aumentar el atractivo del Frente en grupos clave que antes lo evitaban, especialmente los funcionarios públicos, las mujeres y los católicos.
Philippot viene promoviendo este plan con la afirmación de que el Frente Nacional “no es ni de izquierda ni de derecha” y trabajando para sentar las bases de un gobierno de Le Pen; en este sentido, está tratando de crear una nueva élite política que cumpla funciones en un gobierno del Frente Nacional y que ayude a superar la resistencia del “Estado profundo” francés a la agenda del partido. Y ha estado explorando los límites a lo que un presidente puede y no puede hacer sin permiso del parlamento (por ejemplo, llamar a referendos).
En comparación con Le Pen y su equipo, la dirigencia europea se ve terriblemente mal preparada. Es verdad que tantas incógnitas ponen un límite a los planes que se pueden hacer públicos; de hecho, en este momento, hacer declaraciones concretas puede incluso ser contraproducente. Pero eso no implica que sea suficiente advertir que una victoria de Le Pen supondría el fin de la UE, y no hacer nada más.
En vez de eso, la dirigencia europea debería analizar su capacidad de manejarse con una presidencia de Le Pen. Incluso si triunfa, le costará conseguir mayoría parlamentaria, de modo que podría terminar en lo que los franceses sugerentemente llaman cohabitation con un parlamento y un primer ministro hostiles. ¿Pueden los otros gobiernos de la UE crear una coalición informal con esos elementos del gobierno francés?
La dirigencia europea también debe empezar a pensar en qué respuesta darle al pedido de Le Pen de renegociar las condiciones de permanencia, y hasta qué punto resistir sus intentos de separar a Francia del resto de Europa. ¿Debe la Comisión Europea desarrollar planes propios para el supuesto de que Francia abandone la eurozona y el Espacio Schengen?
Incluso puede haber razones para que la dirigencia europea facilite la retirada francesa de la UE, y así evite que Le Pen trate de desmantelarla desde adentro aliándose con líderes de la laya del primer ministro húngaro Viktor Orbán. Es sin duda una posibilidad que se debe considerar.
Decir que son cuestiones difíciles es decir poco. Pero se trata precisamente de eso: ponerlo negro sobre blanco servirá de prueba de lo disruptiva que sería una victoria de Le Pen. De hecho, desde la perspectiva de la UE, una presidenta hostil en Francia (el país de Jean Monnet) sería mucho más destructiva que el Brexit.
Si algo aprendimos del annus horribilis que fue 2016 es que las encuestas de opinión pueden equivocarse. En vez de cerrar los ojos y esperar que esta vez los encuestadores tengan razón, la UE debería hacer planes incluso para la peor de las hipótesis. Tal vez nunca haya que implementarlos, pero hay que prepararlos ahora, para no lamentar más tarde su falta.
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Traducción: Esteban Flamini
Mark Leonard es el director del Consejo Europeo de Relaciones Exteriores.
Copyright: Project Syndicate, 2017.
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