12 de abril 2017
El “modelo idiosincrático de democracia protagónica propia”, al que se refiere la nota de prensa de Ortega en respuesta a Nica Act 2, seguramente es un eufemismo rebuscado para referirse a Nicaragua como a una finca privada, a un coto de caza familiar.
Cuando muy joven me reunía en el exterior con otros latinoamericanos, al momento que cada uno decía su país de origen, y yo decía Nicaragua, alguien agregaba con sorna: la finca de Somoza. Esa maldición y vergüenza no ha cambiado, a pesar de la sangre derramada. Esta pesadilla dictatorial obsesiva, que hace de Nicaragua la hacienda particular de algún gamonal, se repite una y otra vez a lo largo de nuestra historia. Lo esencial, entonces, es ver cómo responden las fuerzas sociales en cada nuevo ciclo, para entrever en la tragedia inútil una espiral ascendente de cambio. Esta elevación circular, por la presencia de un sujeto social progresivo, es la que nos permitirá escapar, alguna vez, del cerco recurrente que condena al país al mito de Sísifo.
Economía y superestructura
Esta dictadura de Ortega es, en última instancia, una herencia del precapitalismo, de una economía estancada, con escaso valor agregado, que para mantener unido el Estado requiere de una forma militarista primitiva, cuasi feudal. Por ello, cualquier aventurero sin escrúpulos encuentra, en las circunstancias propicias, que el absolutismo abusivo le resultará cómodo a las elites económicas con fuerte dependencia parasitaria.
Un modelo político distinto, que responda a la filosofía moderna del derecho, no tiene sustento sólido mientras no exista un sistema económico en expansión, que exija para su desarrollo estos avances democráticos, superestructurales.
Nica Act 2 es una carnada ideológica apetecible
Si bien Nica Act 2 confronta formalmente a la odiosa dictadura orteguista desde la perspectiva de una superestructura democrática alentadora, no responde, sin embargo, a un plan de desarrollo del sistema económico del país, a partir de un agente social que destrabe las fuerzas productivas. Es una carnada tentadora, pero, inserta en un anzuelo.
El Departamento de Estado pretende mostrar un mismo discurso político respecto a los países del Alba. La postura de Ortega en la OEA, a favor del golpe de Estado de Maduro, resulta más significativa para los congresistas que todos los arrumacos con Almagro, o el restablecimiento de relaciones con Israel. Ortega no puede pretender que su socio comercial más importante apruebe sus incongruencias políticas, y los ejercicios militares con Rusia, en momentos que lo tiene entre las uñas de ambos pulgares.
Nica Act 2 obedece exclusivamente a los intereses geopolíticos norteamericanos. De modo, que tiene sentido político, pero, tal sentido no corresponde a los intereses de la nación nicaragüense.
Alternativa nacional frente a la crisis de gobernabilidad
La disyuntiva no es entre Nica Act y Ortega. El verdadero dilema político para la nación no es la confrontación entre el orteguismo, como alternativa anacrónica repugnante, y la estrategia norteamericana, que cuida exclusivamente su patio trasero, y que utiliza una justificación ideológica vacía de contenido práctico, sin sustento en un sistema económico estructuralmente progresivo.
Esta alternativa nacional independiente aún no se vislumbra como movimiento de masas, pero, en necesario trazarla políticamente en estas circunstancias, a sabiendas que al derrotar a Ortega se derrota a Nica Act, pero, no a la inversa. Pues, mientras no se derrote a Ortega el país se enrumbará permanentemente a crisis más profundas y desastrosas.
Probablemente, Ortega es el dictador más denunciado de nuestra historia, porque no sólo es el más corrupto (que se apropió de 3,500 millones de dólares de ayuda venezolana), sino, el más absolutista y retrógrado, sin ideología, quien más abiertamente ha vendido la soberanía nacional y los más preciados recursos naturales del país. Aunque, ante las recientes amenazas criminales de un agente errático de Ortega, el rechazo al orteguismo debe incrementar.
¿Por qué es grave Nica Act?
El orteguismo cubre el déficit comercial, de 3,228 millones de dólares (el 26 % del PIB), con la inversión de capital, equivalente a toda la producción del sector agrícola.
Nica Act amenaza con liquidar los préstamos que respaldan tanto las reservas monetarias internacionales como las inversiones públicas. Aunque Ortega haya contratado préstamos con el BCIE (habría que ver la influencia operativa de los créditos del BID, que pone como precondición a este banco la complementariedad y consistencia estratégica con sus objetivos). Nica Act atemoriza, además, las inversiones de capital privado, que ven venir sanciones del poder norteamericano, y saben que la calificación de riesgo de las agencias internacionales bajará las garantías de pago del país al nivel de basura.
La falta de inversión privada hará que afloren las otras variables económicas que muestran la debilidad estructural de la economía nicaragüense. El país se enrumba a una crisis económica, que afecta a todos. Esa afectación generalizada, generará conflictos sociales que tensionan mucho más los rasgos dictatoriales, en una reacción en cadena que lleva a una crisis del modelo de sociedad, que Ortega llama “idiosincrático protagónico”.
Cuando uno quita la llave de volta etrusca de un arco, la entera cúpula cae, dado que pierde la orientación estructural de las tensiones hacia los arbotantes. Nica Act busca eliminar la llave de volta de la economía dependiente de Nicaragua.
Ortega no quita presión a las denuncias de Nica Act
Existía un breve plazo para que Ortega actuara diligentemente, y mejorara su posición respecto a los derechos humanos. No para fingir una mejoraría, con simples comunicados respecto a las elecciones municipales, firmados con la OEA, sin acometer, siquiera, el cambio más elemental, como sustituir y enjuiciar a Roberto Rivas (el símbolo mundial más descarado de fraude electoral).
Al igual que Somoza, la dictadura orteguista no tiene plan contingente. En este momento crucial, Ortega saca un comunicado sin sentido político, sin línea alguna, sin capacidad de maniobra, mal redactado, lleno de frases vacías, incoherentes, que no se sabe qué pretende ni a quién va dirigido. No hay ni una pequeña autocrítica que vislumbre, aunque sea por diversionismo, algún cambio. Lo peor es que Ortega, ante el despliegue de una ofensiva financiera escriba ese mensaje confuso, remitido a sí mismo, con alabanzas tontas sobre su sabiduría y capacidad. Como señala Maquiavelo, “Cum parole non si mantengono li Stati”.
La dirección orteguista, ni ve el posible desarrollo de la crisis ni sabe enfrentarla, y da traspiés con los ojos vendados en un terreno minado. Ortega anunció torpemente ante la Asamblea Nacional, el 21 de febrero, que no tiene plan de contingencia:
“Y bueno, aquí en Nicaragua nosotros tenemos bien claro que ni hay Plan B, ni Plan C, ni Plan D; hay Plan A nada más…”.
O sea, dice Ortega, el acuerdo con la OEA es pura chafa. Esto, a Ortega le parecerá muestra de firmeza, pero es, simplemente, un anuncio de su incapacidad de dirección ante la incertidumbre de un conflicto. Ortega se atuvo con viveza de ratón, cortó la baraja, continuó repartiendo las cartas, mientras mostraba a Almagro cinco ases en la mano, a la vista de todos.
No ha entendido ni pizca de la amenaza. Es, políticamente, la dictadura más incompetente de la historia latinoamericana.
Gatopardismo al revés
El capital entremezclado en el tejido del modelo orteguista, debería ganar tiempo, por lo menos, con concesiones gatopardistas (que todo cambie para que nada cambie). Adelantando con racionalidad una alternativa ideológica que, con cambios superestructurales, esconda el rostro repugnante del abuso dictatorial, desmarcándose de los rasgos absolutistas.
Ortega ha preferido que nada cambie para que resulte que todo deba cambiar. Es un gatopardismo al revés, que lo lleva a desaparecer de la escena, con su modelo idiosincrático de poder.
En el caso de Ortega, uno recuerda aquel célebre epitafio:
Aquí yace un hombre que hizo mucho bien y mucho mal...
Cuando hizo el bien lo hizo mal, y cuando hizo el mal lo hizo bien.