10 de abril 2017
Oxford/Shanghái.– En la actualidad, muchos de los furiosos debates sobre migración que se extienden a lo largo de todo el mundo reflejan la errónea suposición de que admitir el ingreso de inmigrantes es un acto de generosidad – y, a su vez, un acto muy costoso. Sin embargo, muy al contrario de constituirse en una carga económica, los inmigrantes representan una gran oportunidad económica para los países de destino. Los países que adoptan un enfoque reflexivo y de largo plazo con respecto a la inmigración pueden capturar beneficios grandes y tangibles.
Una nueva investigación de McKinsey Global Institute (MGI) muestra que los migrantes transfronterizos – más del 90% de los cuales se ha desplazado por razones económicas – representan únicamente el 3,4% de la población mundial; sin embargo, su contribución llega a casi el 10% del PIB mundial. Debido a que cerca de dos tercios de estos migrantes residen en países desarrollados, donde la productividad tiende a ser la más alta, el impacto de su trabajo se maximiza, lo que conduce a beneficios económicos de largo alcance. Los migrantes de todos los niveles de habilidades contribuyen al mencionado efecto.
Los migrantes añadieron aproximadamente unos USD 6,7 millones de millones al PIB mundial en el año 2015 – alrededor de USD 3 millones de millones más de lo se proyectaba que ellos hubiesen producido en caso de que se hubieran quedado en sus países de origen. Debido a que los flujos de países en desarrollo a los países desarrollados generan los aumentos más grandes de productividad, estos destinos dan cuenta de más del 90% de la contribución total de los migrantes al PIB mundial. MGI estima que en el año 2015 los inmigrantes generaron aproximadamente USD 2 millones de millones en Estados Unidos, USD 550 mil millones en Alemania, USD 390 mil millones en el Reino Unido, USD 330 mil millones en Australia, y USD 320 mil millones en Canadá.
Incluso, es probable que estas estimaciones sean demasiado modestas, si se tiene en cuenta que los inmigrantes son también una fuente importante de innovación y espíritu empresarial. Ellos pueden desempeñar un papel particularmente importante en países con poblaciones que envejecen rápidamente, ya que apoyan el muy necesario crecimiento de la fuerza laboral, mejoran el ratio de dependencia de la tercera edad, y contribuyen con ingresos fiscales.
De manera contraria a la creencia popular, los inmigrantes generalmente no toman empleos que de lo contrario serían tomados por trabajadores nativos del país. Muchos inmigrantes se afianzan en una nueva comunidad tomando empleos que están disponibles precisamente porque las personas del lugar no los quieren. Una gran cantidad de investigaciones muestran que los inmigrantes tienen un impacto negativo insignificante en los salarios y el empleo de los trabajadores nativos, por no mencionar su impacto sobre los recursos fiscales de los países de destino.
Sin embargo, los estudios también sugieren que en Europa y América del Norte los inmigrantes pueden ganar un 20 a 30% menos que los trabajadores nativos del país, teniendo niveles educativos similares e incluso dentro de las mismas ocupaciones. Debido a que los inmigrantes tienen una menor capacidad de negociar eficazmente sus salarios – por causa de, por ejemplo, barreras idiomáticas o credenciales no reconocidas – los países terminan con un mercado laboral de dos vías.
Esta desigualdad se extiende más allá de los aspectos económicos. MGI determinó que de los 18 destinos principales, ninguno ha logrado resultados de integración sólidos en todos los ámbitos, a pesar de que a algunos les fue mejor que a otros en sus intentos. En todos los principales destinos, los inmigrantes no sólo enfrentan una mayor cantidad de obstáculos económicos que sus contrapartes nativas, también tienen dificultades para obtener vivienda y atención de salud de calidad, y sus hijos enfrentan brechas para la consecución de sus logros educacionales. Muchos informan que experimentan discriminación y desconfianza. Todo esto socava la capacidad que tienen los inmigrantes para contribuir a sus nuevos países.
El problema es que, en muchos países, el debate sobre la inmigración comienza y termina con la pregunta de cuántas personas se deben admitir y qué perfiles deberían tener. Rara vez dicho debate se extiende a la creación de caminos reales para que dichos inmigrantes se asimilen plenamente y maximicen sus contribuciones económicas.
La concentración de una mayor cantidad de atención y recursos en la integración puede ayudar a que los recién llegados alcancen su pleno potencial productivo – mismo que es el resultado más conveniente para todos y cada uno de los países de destino. Tales esfuerzos pueden transformar las vidas de los inmigrantes y las vidas de los inmigrantes de segunda y tercera generación, que serán quienes conformen la fuerza laboral del futuro.
Con este fin, las iniciativas a corto plazo destinadas simplemente a vincular a los inmigrantes con empleos son inadecuadas. Al fin y al cabo, un grupo desfavorecido en cuanto a educación, vivienda, atención de salud y vida social y cívica siempre estará en desventaja en el mercado laboral, aunque se hagan esfuerzos por conectar a ese grupo con los empleos.
Si se quiere que los inmigrantes alcancen toda su potencial, los países de destino deben dedicarse, de manera holística, a llevar a cabo intervenciones económicas, sociales y cívicas. Además, debido a que las poblaciones de inmigrantes cambian con el tiempo, dichas intervenciones deben ser iniciativas de largo plazo. Para alcanzar el éxito final se requiere que participen activamente, y por igual, los inmigrantes y las comunidades anfitrionas.
Las organizaciones locales y las ciudades de entrada, como Nueva York, Londres y Berlín, son ya pioneras en abordajes eficaces para la integración de los inmigrantes. Tienen la profundidad de la experiencia y el sentido de responsabilidad que se necesita para aprovechar la oportunidad que presenta la inmigración.
La magnitud de esa oportunidad es monumental. Según la investigación de MGI, la reducción de la brecha salarial entre los inmigrantes y los trabajadores nativos a un nivel que se sitúe entre el 5 a 10% generaría una cifra adicional de entre USD 800 mil millones y USD 1 millón de millones al año en producción mundial. También traería beneficios sociales adicionales, incluyendo tasas de pobreza más bajas y mayor productividad para los destinos que se conviertan en líderes.
Por supuesto, la inmigración implica desafíos y costos a corto plazo para los países de destino, particularmente cuando toma la forma de una afluencia grande y repentina de refugiados. Sin embargo, estos costos son contrarrestados con creces por los beneficios de mediano y largo plazo que conlleva la inmigración – siempre y cuando los gobiernos trabajen activamente para apoyar la integración.
En el mundo interconectado de hoy, la migración es inevitable. La pregunta es si vamos a crear poblaciones aisladas, descontentas y dependientes de los inmigrantes, o si seremos los creadores de un poderoso motor de crecimiento y dinamismo.
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Traducción del inglés: Rocío L. Barrientos.
Jonathan Woetzel colaboró en la elaboración de este artículo.
Ian Goldin es profesor de Globalización y Desarrollo y director del Programa Oxford Martin sobre el Cambio Tecnológico y Económico de la Universidad de Oxford. Jonathan Woetzel es director del McKinsey Global Institute y socio sénior de McKinsey & Company, con sede en Shanghái, China.
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