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De la estupidez a la locura

En la era de la mirada, el concepto de reputación ha sido sustituido por el de notoriedad

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Los mercaderes, en su afán desmesurado por acrecentar las ganancias, se tiran la luz roja a sabiendas de las condenas que van a merecer. Editoriales de renombre siguen lanzándose a los precipicios. Se relamen al editar obras póstumas de escritores harto conocidos. Lo hacen en connivencia con los herederos de los derechos de autor. El mal tiende acrecentarse. El despliegue publicitario que precede el lanzamiento de estas obras, se realiza con la intención de ganarse el favor de los lectores. Muy pocas veces cuentan con la venia de críticos solventes. De hacerlo pondrían en entredicho su prestigio. Solo algunos tontos hacen coro. La justificación viene envuelta en almíbar: la necesidad de conocer una obra imprescindible que estaba en el olvido. Siempre alegan la calidad de la obra literaria publicada. Aunque más bien en algunos casos obedece a que los albaceas desean obtener alguna plata extra. ¿Será que se hacen los ciegos u olvidan que los escritores no las hicieron públicas debido a que estaban inconclusas o en proceso de maduración?

Desde que las excusas existen no hace nada malo, todos esgrimen argumentos que piensan podrían librarles del infierno. Siempre la luz verde se enciende a partir de la consideración de dar a conocer una obra que contribuiría a tener una visión más acabada de los autores. ¿Qué necesidad tenía Matilde Urrutia de publicar para Nacer he nacido (1978), libro menor del panida Pablo Neruda? ¿Cuáles fueron las causas que impulsaron a Aurora Bernárdez para autorizar la publicación de Papeles inesperados (2009)? En ambos casos creo que mediaron razones económicas, decisiones precipitadas que en nada benefician a Neruda y Cortázar. ¿Cómo explica Silvia Lemus la autorización que hizo para que se publicara Aquiles El guerrillero o el asesino (2016), obra inconclusa de Carlos Fuentes? Los argumentos justificativos de Julio Ortega —su editor— son de extrema liviandad. No había motivaciones económicas, mucho menos razones literarias. Las sacaron de los cajones donde los escritores cometieron el error de guardarlas. Debieron destruirlas.

En el caso de Roberto Bolaño, las malas lenguas dicen que Carolina López autorizó la publicación de El espíritu de la ciencia-ficción (Alfaguara, 2016), por su situación financiera. Su estado económico la indujo a salirse de Anagrama. No tengo interés en dar crédito o desmentir estas versiones. Mis consideraciones son de otro orden. Los críticos adelantaron que no existían justificaciones literarias que llevaran a su mujer publicar esta novela. El experto Matías Capelli, al juzgar los merecimientos de El espíritu de la ciencia-ficción, concluye que tras su lectura: persiste un sinsabor ligado a cierta desilusión, a cierta sospecha de haber sido testigos de una traición. Porque sin tener en cuenta lo que el propio Bolaño o el azar decidieron sobre la obra, lo estamos viendo por primera vez desnudo, algo torpe y atolondrado, creciendo -esta vez sí- en público, transitando ese lento aprendizaje hecho de prueba y error, esa lucha solitaria que encaró hasta convertirse en el escritor que fue. Un antes y un después. Ensayos previos a su obra mayor. Los detectives salvajes (1998) y 2066 (2004).

Cansado de tantos timos, me adentré con cautela en la lectura de la obra póstuma de Umberto Eco, De la estupidez a la locura, crónica para el futuro que nos espera (Paidós, 2016). Temía estar frente a un nuevo embauque. ¿Debía atenerme a lo que dicho por la editorial? El autor la entregó a imprenta pocos días antes de morir, el 19 de febrero de 2016. Al iniciar el recorrido comprendí que estaba frente a una antología preparada escrupulosamente por Eco. Navegar por sus 497 páginas permite discernir que se trata de un libro donde el autor tuvo la dicha de hacer una separata cuidadosa de sus ensayos. Una especie de canto del cisne. El encabalgamiento perfecto de los títulos y la coherencia que guardan entre si los trabajos, ofrecen una visión amplia de la manera que el escritor italiano apreciaba los cambios a los que asistimos, en una doble dimensión: las transformaciones de carácter tecnológico y de conducta en los seres humanos.


Eco se adentra hasta la médula en fenómenos que permean nuestras vidas. Se convierte en testigo del despegue del siglo veintiuno. Una combinación de erudición y perspicacia le permiten registrar las marchas y contramarchas tecnológicas. Su sabiduría devela las conexiones existentes entre la parafernalia tecnológica del pasado con los adelantos del presente. La liberación definitiva del televisor —apunta— se produjo con la llegada del vídeo, acontecimiento con que se completaba la evolución hacia el cinematógrafo. La televisión por pago inicia la nueva era de la transmisión por cable telefónico, pasando de la telegrafía sin hilos a la telefonía con hilos. Una fase realizada por internet, que supera a Marconi y vuelve a Meucci. Con su humor característico explica que hay inventos tecnológicos más allá de los cuales no es posible ir. No se puede inventar una cuchara mecánica. La hace de mil años funciona muy bien. Volvimos a la energía eólica como alternativa al petróleo. Nada de lo acontecido en el campo tecnológico le provoca dentera.

Los devaneos de Silvio Berlusconi eran los de un régimen de populismo mediático. El primer ministro italiano gustaba hacer sus anuncios más importantes a través de la televisión. Se saltaba las trancas del Parlamento. El populismo mediático es un régimen donde entre el jefe y el pueblo se establece una relación directa a través de los medios de comunicación, sin acudir al Parlamento donde no necesita ir a buscar un consenso que tiene asegurado. El Parlamento ejercía el papel de notario, se limitaba a registrar los acuerdos tomados por Berlusconi y Bruno Vespa, el presentador del programa televisivo. Eco cree que Berlusconi inauguraba una forma de gobierno inédita. ¡En este lado del mundo sabemos que no es así! En Venezuela lo hizo mucho antes el comandante Hugo Chávez y en Ecuador Rafael Correa. Las afinidades en el populismo mediático consisten que los gobernantes pueden contradecirse en sus comparencias. No así en el Parlamento. Si afirman algo queda registrado. Después no pueden negar lo dicho. ¡Bondad del medio! Por eso la TV entusiasma a los políticos.

La propuesta del gobierno italiano de sustituir los libros de textos por materiales obtenidos de internet, ofrece la oportunidad para replantear el diálogo entre libros y redes sociales. Internet no está destinado a sustituir los libros. Es su complemento y un incentivo para abrir el apetito de la lectura. Los libros continúan siendo el instrumento principal en la transmisión y disponibilidad del saber. Internet oferta inmensas cantidades de información y la educación no consiste solo en transmitir información. El maestro y los textos escolares son  ejemplo de una escogencia rigurosa dentro del vasto universo informativo. Hay que insistir —recalca Eco— que la cultura no es acumulación de saber sino discriminación entre toneladas de información disponibles. La lectura permite descubrir aquello que el maestro no enseña (por pereza o por razones de tiempo) y los autores consideraron fundamental incluir en sus libros. Eco sugiere incorporar en los libros direcciones fiables de internet, para profundizar y los estudiantes puedan sentirse protagonistas de una aventura personal.

A los jóvenes les parece natural vivir en un mundo —señala Eco— donde el bien principal (ahora ya más importante que el sexo y el dinero), es volverse visibles. Los seres humanos vivimos en la era de la mirada. La televisión le otorga carta de existencia. Los Talk Show son escenarios donde las madres están dispuestas a contar los más sórdidos asuntos familiares, con tal de ser reconocidas al día siguiente entre sus pares. Se conmueve al constatar que la gente haga el ridículo más grande con tal de aparecer en la pequeña pantalla. ¡Nada las detiene! Para grandes contingentes humanos aparecer en la TV se ha convertido en el único sucedáneo de la trascendencia, un sucedáneo gratificante: nos vemos (y nos ven) en un más allá, pero a diferencia del más allá religioso, en este más allá terrenal todos nos ven. El valor dominante —insiste Eco— es aparecer y por supuesto la forma más segura para ser vistos de cuerpo entero, es en la televisión. Aunque algunos, ante la imposibilidad de acceder ante este dispositivo recurren a los selfies.

Muchas personas están dispuestas a realizar cualquier tontería con tal de ser vistas. Facebook se ha convertido en el escaparate mayor donde ensayan distintos desplantes con la intención de hacerse ver. Registran hasta los hechos más intrascendentes. Se muestran cada vez más osadas. Los baños han sustituido a los estudios fotográficos. No importa que el set sea deplorable. Los decorados de los inodoros forman parte del paisaje. En la era de la mirada, el concepto de reputación ha sido sustituido por el de notoriedad. Eco distingue ambos significados. Antes las personas aspiraban a tener una buena reputación. Hoy lo que importa es ser reconocidos. Pero no como estima o premio, sino en el sentido más banal. Esperan que los otros al verlos por la calle, digan: Mira, es él. Eco por demás se adelantó a Donald Trump. El italiano expresa que para muchos su existencia depende de Twitter. Tuiteo ergo sum. Contrario a libros publicados por pésimos albaceas, el de Eco resulta fascinante. Valía la pena publicarlo. ¡Es un libro para siempre!

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Guillermo Rothschuh Villanueva

Guillermo Rothschuh Villanueva

Comunicólogo y escritor nicaragüense. Fue decano de la Facultad de Ciencias de la Comunicación de la Universidad Centroamericana (UCA) de abril de 1991 a diciembre de 2006. Autor de crónicas y ensayos. Ha escrito y publicado más de cuarenta libros.

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