13 de marzo 2017
La cordialidad del encuentro entre Pedro Pablo Kuczynski y Donald Trump contrasta con la tensión y la incertidumbre que experimentan las relaciones de EE.UU. con América Latina. Aunque la reunión aparentemente salió bien, hay razones para preocuparse.
Como si siguiera la campaña electoral, el primer discurso de Trump ante el Congreso estadounidense estuvo plagado de referencias xenófobas y falsas acusaciones contra los inmigrantes. Sin pruebas, Trump culpa a los inmigrantes latinos, especialmente a los mexicanos, de cometer crímenes y quitar empleos a los locales. Según informes periodísticos, agentes federales han acelerado la expulsión de inmigrantes indocumentados, muchos con varios años de residencia en EE.UU. y sin antecedentes criminales.
Además, Trump culpa al comercio exterior por la pérdida de empleos industriales en EE.UU., ha prometido renegociar el tratado de libre comercio de América del Norte (Nafta), se retiró del TPP y su administración está evaluando ignorar los dictámenes de la Organización Mundial de Comercio para aumentar drásticamente el proteccionismo. Trump también confirmó su intención de construir un muro en la frontera con México, una iniciativa de escasa practicidad que envía un fuerte mensaje negativo a la región. Finalmente, la propuesta de presupuesto de Trump recorta drásticamente los fondos para asistencia internacional, lo que podría resultar en reducciones importantes en los proyectos de cooperación en América Latina y otras partes del mundo. Este discurso y estas acciones dañan la imagen de EE.UU. en la región.
Por ahora no toda América Latina ocupa el rol de chivo expiatorio que el presidente estadounidense le ha adjudicado a su vecino del sur. Kuczynski mismo pareció resaltar las diferencias entre su país y México poco antes de la reunión cuando dijo que “el Perú no exporta delincuentes” y que el comercio bilateral es favorable a EE.UU. en varios miles de millones de dólares. Hasta el momento, Trump tampoco ha dado muestras de querer revisar los acuerdos comerciales bilaterales que tiene EE.UU. con el Perú, Chile, Colombia, Centroamérica y Panamá.
Sin embargo, la región no puede ser complaciente. En el centro de la retórica y las políticas de Trump contra la inmigración y el comercio, hay una ideología ultranacionalista impulsada por su poderoso asesor Steve Bannon, quien parece ser el cerebro del “Estados Unidos primero”. Al mismo tiempo, los republicanos en el Congreso están divididos en temas centrales como la revisión del Nafta y la continuidad del deshielo con Cuba, hoy puesto en duda. Trump ha nombrado a conservadores tradicionales en su Gabinete, pero no siempre los escucha a la hora de diseñar políticas o escribir discursos. Nada indica, entonces, que el resto de América Latina no pueda volverse blanco de la ira nacionalista de Trump en el futuro. Todo es incierto.
Otro tema central es el narcotráfico, donde hay señales de un refortalecimiento de las políticas más “duras”. Washington podría aumentar la presión sobre el Perú y Colombia, y seguramente oponerse a las iniciativas para la flexibilización de las políticas antidrogas, incluyendo la legalización.
Aunque algunos cuestionaron el apuro de Kuczynski en visitar a Trump, evitar al líder del país más poderoso del mundo por los próximos cuatro años no es una opción. Defender el interés y los valores latinoamericanos requerirá un esfuerzo por articular posiciones comunes para enfrentar a Trump cuando haga falta y encontrar puntos de cooperación posibles. Un ejemplo de potencial cooperación es la crisis venezolana: EE.UU. podría acordar posiciones comunes con líderes que condenan el autoritarismo chavista, como el propio Kuczynski y el argentino Mauricio Macri. Por otra parte, en los próximos meses Trump deberá nombrar a sus funcionarios a cargo de diseñar la política hemisférica. Esto empezará a aclarar las numerosas dudas sobre sus intenciones en la región.
La próxima cumbre de las Américas, que se realizará en el Perú en abril del 2018, será una oportunidad inmejorable para que Trump se reúna con sus pares latinoamericanos, escuche sus preocupaciones y encuentre puntos de acuerdo. EE.UU. se beneficiará si coopera con sus vecinos. De lo contrario, tendrá mucho que perder si basa su política hemisférica en prejuicios ideológicos.