Unas cuantas horas en mula hacen falta para llegar, desde el camino ripiado en las cercanías de Siuna, a la casa de Napoleón. Es la última vivienda antes de penetrar a la zona núcleo de la Reserva de la Biósfera Bosawas en el noreste de Nicaragua. La reserva forestal más grande de Centroamérica y la tercera mayor a nivel mundial. La lluvia intensa no detiene a Napoleón, quien, a machetazos, se abre camino por una senda que nos lleva hacia una oscuridad cada vez más profunda en la tupida vegetación. Luego de una hora de caminata, estamos en el carril que indica el comienzo de la zona núcleo de la Reserva. “Si esto fuera un huevo, aquí ya estamos en la yema. El resto, la clara, es la zona que le llaman de amortiguamiento”, explicó.
Bosawas en Nicaragua, más la Reserva de la Biosfera Río Plátano, La Mosquitia y el Parque Nacional Sierra de Agalta, todos ellos en Honduras, materializan el espacio binacional de áreas protegidas más extenso en Centroamérica. Al mismo tiempo, Bosawas y sus 2 millones 42 mil 535 hectáreas representa una pieza indispensable para el establecimiento del Corredor Biológico Mesoamericano. Este último tiene por objetivo permitir el libre desplazamiento de las especies y garantizar la diversidad biológica de los ecosistemas de la región mesoamericana, conformada por Belice, Costa Rica, El Salvador, Guatemala, Honduras, Nicaragua, Panamá y México.
Hay 21 ecosistemas presentes en Bosawas y seis tipos de bosque, donde se han identificado 370 especies de plantas —entre árboles y arbustos—, 215 de aves, 85 de mamíferos, 15 de serpientes venenosas, 11 de peces y unas 200 000 de insectos. Bosawas representa, así, una riqueza, en parte inexplorada, para la investigación científica. Es, además, cuna de importantes cuencas hidrográficas que dan origen a los principales ríos del país, y espacio de conservación cultural de las etnias indígenas Miskita y Mayagna.
Sin embargo, de las 1 millón 604 mil 683 hectáreas de bosque latifoliado —árboles de hoja ancha— que poseía en 1987, para el 2010 quedaban 1 millón 39 mil 945, es decir, más de 564 000 hectáreas deforestadas y destinadas a la creación de pastizales y áreas de cultivo, según datos del plan de manejo de la Reserva. Y en los últimos cinco años, otras 92 000 hectáreas han sido deforestadas para la producción de granos básicos y ganado, según el Centro Ambiental Humboldt. Una producción impulsada por una intensa migración interna de población originaria de la costa del Pacífico y de la zona centro del país, la cual ha venido en busca de tierras fértiles y de espacio.
“Aquí esto era antes puro monte”, dice Ana, la esposa de Napoleón, mientras cocina unas tortillas de maíz. En los 14 años viviendo en la Reserva de la Biósfera Bosawas, ha visto la zona de amortiguamiento, destinada a actuar como área de contención del impacto sobre la zona núcleo, convertirse en llanos potreros de arroz, frijol, maíz o de pastoreo para el ganado. En efecto, según el estudio “crisis socio-ambiental de Nicaragua post sequía 2016”, realizado por el Centro Ambiental Humboldt, “en su totalidad, la pérdida de bosques registrada corresponde con las nuevas áreas destinadas a pastizales y agricultura”, siendo la zona de amortiguamiento la más afectada, con el 82,8 % del total de despale de bosque en la Reserva. Esto último, según un informe de la Agencia Alemana de Cooperación Técnica (GIZ).
Por definición, las zonas de amortiguamiento, si bien tienen contemplada la actividad agrícola y ganadera, no deben poner en riesgo la integridad de la zona núcleo protegida. Sin embargo, en Bosawas, los cultivos de granos no obvian ni una sola hectárea, y las matas de maíz llegan hasta el límite mismo de la frontera entre las dos áreas. En Bosawas, tres sectores están particularmente protegidos dentro del área de amortiguamiento, pero esto no ha impedido que sean afectados por la pérdida de superficie boscosa, tanto así, que han ido quedando aislados, poniendo en riesgo la conectividad del Corredor Biológico.
Para 1997, año en el que la Unesco declaró a Bosawas reserva de la biósfera, ésta sólo representaba una parte de una enorme superficie boscosa, mucho más amplia que el área delimitada como reserva. En los mapas (ver mapa 1) es posible ver claramente cómo, desde 1983, ese bosque, dentro y fuera de Bosawas, ha ido desapareciendo de manera galopante. Y ya es posible observar, a simple vista, (ver mapa 2) el devastador avance desde el sur hacia el interior de la zona núcleo de la reserva, el corazón de Bosawas.
Producción y migración
Cuando Arsenio Arauca llegó hasta estas tierras, sólo había bosque y nula presencia de ganado. Originario de Río Blanco, departamento de Matagalpa, en el centro del país, “emigramos para este lugar porque aquí había una mejor esperanza de vida. Hay tierras más favorables, más baratas. Donde nosotros vivíamos estaba más caro y nuestro espacio era muy poco allá”. En efecto, Arsenio vendió su finca en Río Blanco a 1500 dólares la manzana (0,7 hectáreas) a un productor de ganado más grande que él, y compró, por medio del mercado negro de tierras, una finca a 400 dólares la manzana, colindante a la reserva Bosawas, en el municipio de Waspam.
Así como Arsenio, son miles los agricultores y ganaderos provenientes de la costa pacífica y del centro del país, que se han trasladado hacia el este, en la zona atlántica de Nicaragua, después de vender sus propiedades a grandes productores de ganado o de monocultivo. Según Lottie Cunningham, presidenta del Centro por la Justicia y Derechos Humanos de la Costa Atlántica de Nicaragua (CEJUDHCAN), de las 44 familias mestizas que vivían en el 2005 en territorio Mayagna Awas Tingni, a las afueras de la reserva, éstas pasaron a ser 475 en 2010 y 800 en 2014. Alejandro Peralta Bans, representante indígena del territorio Mayagna Sauni Arungka, ubicado en la reserva Bosawas, estima que de las 70 u 80 familias de colonos que vivían por el año 2000 en esa porción de la Reserva, pasaron a ser 800, y que han arrasado con el 40 % del bosque en ese territorio. Así mismo, según el informe de GIZ, “de las 314 familias de colonos que en el 2005 estaban ubicadas en territorios Mayagna Sauni Bas, al interior de la reserva, el 80 % de ellos para el 2010 ya había vendido sus propiedades avanzando probablemente a un nuevo frente pionero”.
Según Arsenio Arauca y otros productores, los bajos precios en los territorios del noreste de Nicaragua, debido principalmente a la casi nula infraestructura vial, constituyen una razón suficiente para emigrar. Así, han visto en Bosawas y sus alrededores, la oportunidad de resolver problemas de orden productivo, generar más ingresos y mejorar su calidad de vida.
En los últimos seis años, Nicaragua ha aumentado progresivamente sus exportaciones de productos agropecuarios, como respuesta al aumento en la demanda mundial de alimentos. Así, según datos del centro de trámites de exportación (CETREX), las exportaciones de carne de bovino han aumentado de manera significativa, pasando de 84 721 toneladas en 2010 a 95 066 toneladas en 2016. El ganado es hoy, después del café, el producto de exportación que genera más ingresos al país, y es el sector de producción nacional de mayor crecimiento. Al mismo tiempo, “al sumar los datos de las exportaciones de lácteos, de carne y todas las cosas que salen de la producción animal, podemos decir que tiene más relevancia, en términos económicos, la ganadería que la propia caficultura”, asegura Selmira Flores, directora del programa de investigación del Instituto de Investigación y Desarrollo Nitlapan, de la Universidad Centroamericana de Nicaragua.
El posicionamiento de la producción ganadera en la balanza de exportaciones se ha visto reflejado, este último tiempo, en los créditos que este sector ha recibido por parte de las instituciones financieras, aunque en una progresiva concentración de beneficiados. Según datos de la Asociación Nicaragüense de Instituciones de Micro Finanzas (ASOMIF), en 2013, el financiamiento a la ganadería fue de 24.37 MM dólares y se distribuyó entre 14 791 productores. Mientras que en 2014, el monto de crédito para ganadería ascendió a 26.88 MM dólares, pero financió a 13 604 productores. “Las financieras intentan ser cautas en la colocación de créditos para intentar tener mayor seguridad sobre el retorno del crédito”, señala Selmira Flores. “El resultado es que hay crédito en mayor volumen para un segmento cada vez más pequeño de productores ganaderos (…) que tienen capacidad de manejar hatos más grandes”.
Según el estudio “¿Es posible financiar la ganadería en la frontera agrícola de Nicaragua de manera sostenible?” —realizado por la Universidad Centroamericana de Nicaragua, la Universidad de Amberes Bélgica y el Fondo belga para la investigación científica (FWO)— si bien dichos créditos no están destinados, en la formalidad, a financiar compra de tierras, la acumulación de ganancias permite a los productores finalmente ampliar sus fincas o comprar otras. Esta creciente concentración de tierras al oeste del país, se relaciona de manera directa con el proceso migratorio de pequeños productores como Arsenio Arauca. Esto, puesto que atraídos por los bajos precios de las tierras en el este del territorio, e impulsados por la cada vez mayor concentración de tierras en el oeste, “las poblaciones campesinas menos favorecidas han tenido que buscar formas de sobrevivencia en los recursos que quedan, poniendo desde luego en peligro la estabilidad ecológica del país”, explica Víctor Campos, director del Centro Ambiental Humboldt. Así lo confirma un colono instalado recientemente en la reserva: “En el Pacífico ya no se cosecha nada. No hay espacio para trabajar. Los ricos tienen las grandes propiedades. No podemos tener ni para nuestros hijos nada, entonces buscamos aquí un futuro para nuestros hijos”.
Los campesinos al llegar a estos territorios boscosos, luego de talar el bosque virgen, rozan la vegetación baja, queman y siembran con granos básicos, tales como el frijol, el arroz y el maíz. Estas tierras, aunque “en los primeros años tienen bastante materia orgánica, al quedar desprotegidas, las correntillas provocadas por las fuertes lluvias empobrecen el suelo rápidamente. Los agricultores van buscando así otras zonas donde cultivar sus granos, lo que se conoce por agricultura migratoria, y este espacio lo viene a ocupar la ganadería extensiva”, le explicó a Mongabay Latam el ingeniero forestal Héctor López.
La conveniencia de la expansión
Navegamos siete horas por el río Waspuk, al interior de la zona núcleo de la Reserva de la Biosfera Bosawas, hasta llegar a la mina de oro artesanal Santa Rosa Murubila, ubicada en la frontera entre las zonas núcleo y la de amortiguamiento. Desde ahí, seis horas en mula hacia el este y el sol pega sin tregua sobre las praderas que casi se pierden de vista, con troncos a medio quemar, vestigio de la selva arrasada no hace mucho. Unas cuantas vacas pastan y no se inmutan del sonido de la motosierra que se oye a lo lejos.
Nicolás, cuyo apellido reservamos por razones de seguridad, es líder de la comarca San Luis de la Esperanza, donde viven más de 600 personas, completamente aisladas, todas originarias del oeste. Nicolás tiene cuatro manzanas de siembra entre yuca, arroz, malanga y maíz. En el resto de la finca, el ganado se desplaza tranquilo entre el abundante pasto, aunque ninguno de esos animales es de su propiedad. “Los que tienen más ganado, los que son ‘billetuditos’ (forma coloquial de decir adinerados), ellos nos consiguen ganado a medias. A nosotros nos dan las terneritas chiquitas. Las terminamos de dar por criadas, que estén ellas adultas. Una vez que el ganado es adulto y ya parió, me queda el ganado chico para mí y regreso las vacas adultas”, le contó a Mongabay Latam.
Así, grandes y pequeños ganaderos, a través de un sistema denominado de mediería participan juntos en una economía que impacta de manera significativa a la estabilidad de la Reserva Bosawas, así como al Corredor Biológico del que forma parte.
La cantidad de ganado en el país ha ido en alza, pasando de 2,6 millones de cabezas en 2001 a 4,1 millones en 2014, según el último censo agropecuario. Aunque según ganaderos e industriales de la carne, el real número alcanzaba a esa fecha las 5,8 millones de cabezas. Según este indicador, en 13 años, el espacio geográfico para la producción agrícola se habría duplicado, pues en Nicaragua, la ocupación de la pradera es en promedio de una cabeza de ganado por hectárea. Esta situación es “totalmente ineficiente desde el punto de vista de la producción ganadera”, aseguró Víctor Campos. Esto puesto que “el animal se desgasta buscando su alimentación por todo ese territorio abierto, y al final no produce ni la mitad de la leche y carne que debería producir”, explica Héctor López.
Esta deficiencia en la productividad es compensada por los ganaderos nicaragüenses con extensión, puesto que en lugar de aumentar la rentabilidad por animal, se crean más zonas de pastoreo para introducir más animales. Por ahora, esto continúa siendo posible puesto que “las condiciones climáticas de la zona atlántica del país permiten asegurar agua y forraje, que son los recursos necesarios para mantener una producción de bajo costo”, explica Víctor Campos. Así, mientras que en El Salvador producir un litro de leche cuesta US$0.68, en Nicaragua ese litro cuesta US$0.35, sin incluir los costos ambientales.
Realizar una ganadería intensiva que se traduzca en mayor productividad, mejor aprovechamiento del espacio y por ende una disminución de la tala para el acondicionamiento de praderas, requiere inversión en investigación, en mano de obra y sobre todo en infraestructura. Sin embargo, hasta ahora, no hay ninguna política que busque mejorar el aprovechamiento de los espacios.
La falta de gobernanza
Bosawas no sólo lleva el título de área protegida por ser Reserva de la Biosfera, según decreto de la UNESCO, sino también por ubicarse en la región autónoma del Atlántico Norte, que hace parte de los territorios cedidos a las comunidades indígenas del Caribe a fines de los ochenta. Por ley, estas tierras no se pueden vender ni comprar ni permutar. Pero las transacciones ilegales de tierras se realizan continuamente y sin dificultad alguna en las capitales de cada municipio, donde abundan las notarías y oficinas de leyes que efectúan los trámites como confirmamos en Mongabay Latam durante el reporteo en la zona.
En el cerro Banacruz, una de los tres sectores protegidos dentro de la zona de amortiguamiento de Bosawas, Pablo, traficante de tierras y a quien hemos cambiado su nombre a petición suya, camina a paso firme cerro arriba para llevarnos al despale. Conoce bien cada pasada, ya “de tiempo de trabajar en estos montes. Nosotros aquí despalamos estas manzanas y ahí entran los traficantes de madera que pagan 12 córdobas (US$0,40) el pie (30 cm). Hacemos los contratos, sacamos la madera, metemos los camiones y ahí va directo a los aserríos (aserraderos) y de ahí salen los muebles. Lo que es mesa, cama, asientos. Después empastamos (sembrar el pasto), vendemos caro esta propiedad para buscar una propiedad más grande”. Sólo la madera roja y preciosa de especies como el cedro macho, el cedro real, el guapinol o el níspero es vendida. La madera blanca, menos cotizada, es quemada.
Pero el negocio de Pablo no es la madera. Lo suyo consiste en vender fincas a los productores de ganado con el valor agregado de entregarla “limpia” es decir, ya despalada. De esa manera, puede vender más caro para comprar una propiedad más grande y así sucesivamente. “Si nosotros vendemos esta propiedad a otro, lo primero que busca el otro es el pasto y que esté limpio el terreno para él traer ganado, y nosotros así nos metemos a otro lugar. Si usted viene a esta finca, le gustó y se arregló con nosotros de precio, nosotros perfectamente bien le vendemos sin ningún problema. Luego vamos a Rosita -la capital de uno de los municipios que comparten Bosawas-hacemos los trámites de papeles y ya es suya la finca, y nosotros nos largamos con el dinero a otro lado”.
“Este es un fenómeno complejo puesto que hay traficantes de tierra, hay abogados que están metidos en eso”, señala el sociólogo Manuel Ortega, presidente de la academia de ciencias de Nicaragua, quien fue en la década de los ochenta asesor presidencial y más tarde gobernador de la actual Región Autónoma del Atlántico Sur.
Las tierras pasan así, de productor en productor, a través de transacciones ilegales. Otras son simplemente ocupadas sin ningún acuerdo económico de por medio o son “vendidas” por las autoridades indígenas por un monto promedio de 860 dólares la manzana (0,7 hectáreas), según declararon a Mongabay Latam algunos de los mestizos que han adquirido tierras. “Todos los mestizos que estamos en estos lugares hemos comprado tierras a los miskitos y a los mayagnas, y ellos siguen vendiendo terreno. Si vos llegas más donde ellos viven y vos le decís que te vendan cinco manzanas, 50 manzanas, 200 manzanas, ellos siguen vendiendo”, precisó Arsenio Arauca. Este discurso se repite tanto en las zonas aledañas a la reserva Bosawas, como es el caso de Arsenio, como dentro de la reserva misma. En efecto, “hay líderes corruptos que venden la tierra indígenas”, confirma Lamberto Chau, juez comunal indígena del municipio de Waspam. Esto ha provocado a su vez el desplazamiento de las comunidades indígenas hacia la frontera norte del país y también un conflicto armado entre indígenas y mestizos.
Manuel Ortega explica que “el proceso de venta de tierras y de legalización ilegal de territorios indígenas, tiene que ver con un proceso muy fuerte de corrupción que se ha encontrado en algunas esferas de los gobiernos locales, de partidos de gobierno, tanto liberales como del propio partido de gobierno sandinista, y de organizaciones indígenas. Lo que se ha demostrado es que hay una fuerte corrupción que involucra gobiernos locales, abogados de la zona que legalizan ilegalmente títulos de propiedad, partidos políticos que ofrecen territorios a cambio de votos, o no desalojar a cambio de votos, lo que complejiza el problema”, señaló.
A la compra y venta ilegal de tierras se suma el deficiente registro de las municipalidades respecto a la real ocupación de las tierras. Así, por ejemplo, las 86 fincas registradas en la municipalidad de Siuna, uno de los municipios donde se sitúa Bosawas, sólo representarían el 1,16 % del total de fincas que se estima existen realmente en ese municipio, según el informe de la GIZ.
Es así como la falta de gobernanza ha propiciado el avance no planificado de una producción económica intensa en la zona de amortiguamiento y en el sur del núcleo de la Reserva Bosawas, con profundos impactos ambientales y en la que se articulan diferentes actores. Los agricultores y pequeños ganaderos que ven en la Reserva la oportunidad de satisfacer sus demandas; los traficantes de tierras y facilitadores de transacciones ilegales, entre los que se cuentan abogados, representantes políticos y autoridades indígenas; los traficantes de madera; y finalmente los grandes productores ganaderos.
El futuro de Bosawas
Según un informe de la FAO, se espera que a nivel mundial los precios del ganado aumenten en relación al precio de los cultivos, puesto que a “medida que la población cuente con mayores ingresos –en especial en las economías emergentes–, la demanda de carne, pescado y aves de corral experimentará un fuerte crecimiento”. Sin embargo, se espera también que el aumento de la demanda de alimentos para una población creciente y con mayor poder de compra, se cubra principalmente a través de incrementos de la productividad.
Por ahora, la realidad productiva de Nicaragua no está alineada con las aspiraciones de la FAO, y todos los informes y denuncias de organizaciones y centros de investigación científica, que alertan sobre la alarmante situación de Bosawas, parecen caer en un saco roto. Y es que la salvación de la Reserva, para los expertos, no está en manos de soluciones específicas para la protección de Bosawas, sino en voluntades políticas que apunten a una transformación global de la producción agropecuaria en Nicaragua.