17 de febrero 2017
Nueva York.– El gobierno del presidente estadounidense Donald Trump convulsionó a la prensa tradicional con sus ataques a medios y su incesante difusión de “hechos alternativos” (también llamados mentiras). Pero es posible que el cuestionamiento de Trump al statu quo informativo tenga su parte buena, ya que da a los periodistas una oportunidad para erradicar los malos hábitos asociados con la demasiada cercanía al poder.
Hace unos días, generó escozor la declaración de Stephen Bannon (jefe de estrategia de Trump) al New York Times de que los medios representan el “partido de oposición”. Tal vez Bannon sólo quería desconcertar a sus interlocutores, pero sin darse cuenta les recordó también la función crítica que corresponde a los medios. En una democracia saludable, estos interpelan decididamente las políticas y conductas de los funcionarios, con lo que ayudan a la ciudadanía a exigirles rendición de cuentas.
Pero por desgracia, hace mucho que Estados Unidos no tiene medios así. En vez de eso, la prensa ha permitido a sucesivos gobiernos dictarle información sin cuestionarla. Los organismos periodísticos estadounidenses priorizaron el acceso a los círculos del poder por encima de todo, incluso si eso implicaba evitar preguntas incómodas o aceptar respuestas evasivas.
Cuando por ejercitar un “periodismo de acceso” las redacciones se identifican con las élites políticas, la prensa asume como objetivo principal explicar las ideas del gobierno a la opinión pública. Si a eso se le suman las restricciones presupuestarias de los medios, la cobertura política se convierte en una sucesión interminable de frases picantes de políticos y sus delegados, como si se tratara de un canal deportivo cubriendo el campeonato de fútbol.
En las últimas décadas, hasta los medios más meticulosamente objetivos limitaron su cobertura a un estrecho rango de temas que tienden a confirmar el discurso interesado del aparato político. Por no exponerse a otras perspectivas que no fueran las de las élites, los periodistas de los medios principales se llevaron una sorpresa cuando muchos estadounidenses que en 2008 y 2012 votaron por Barack Obama, en 2016 se abstuvieron o votaron por Trump.
Pero ninguna calamidad expresa mejor el peligro de una comunidad de prensa demasiado supeditada al poder que la invasión de Irak, un error catastrófico cuyas aciagas repercusiones todavía afligen a Medio Oriente y a Europa. Antes de la invasión, el gobierno de George W. Bush cortejó asiduamente a los periodistas de los grandes medios liberales y conservadores, que luego lo ayudaron a obtener el apoyo de la opinión pública con la difusión de denuncias (que resultaron falsas) sobre las armas de destrucción masiva de Irak.
En Estados Unidos, la única organización de prensa importante que publicó sistemáticamente artículos críticos de la argumentación belicista fue el grupo Knight Ridder (luego adquirido por McClatchy). Como más tarde explicaron los periodistas Warren Strobel y Jonathan Landay, su servicio de noticias, de nivel intermedio, no tenía acceso a funcionarios de alta jerarquía, así que tuvieron que basarse en fuentes dentro de la comunidad de inteligencia, que enseguida señalaron las incongruencias en las afirmaciones del gobierno de Bush. Cuando la prensa no necesita cultivar el acceso a fuentes oficiales, la verdad sale beneficiada.
El gobierno de Trump ya está cerrando la puerta a algunos grandes medios (el ejemplo más notorio es la CNN). Tal vez el plan del equipo de comunicación de Trump sea exigir sumisión a cambio de acceso renovado; pero para los medios rechazados, debería ser la oportunidad de liberarse. Perdido el acceso directo a los funcionarios de nivel superior, ahora podrán concentrarse estrictamente en exigir cuentas al gobierno, como corresponde.
Para ello, los medios tendrán que reconsiderar modelos editoriales arraigados. A modo de ejemplo, hace poco Steve Adler (jefe de redacción de Reuters) propuso a sus colegas cubrir el gobierno de Trump del mismo modo que cubrirían un gobierno autoritario extranjero. En una carta al personal de Reuters, Adler convocó a “renunciar a las gacetillas de prensa y no preocuparse tanto por el acceso a los funcionarios. Al fin y al cabo, no son tan importantes. Nuestra cobertura de Irán es excelente, y casi no tenemos acceso a su gobierno. Lo que tenemos es fuentes”.
Trump espera controlar el diálogo nacional, y no teme que sus mentiras le resten simpatizantes, porque estos ya creen que los medios “liberales” los odian a ellos y al presidente que eligieron. Pero aunque hay que elogiar al New York Times por describir como mentiras las evidentes falsedades del gobierno, también hay que señalar las importantes lecciones no aprendidas del desastroso desempeño de este diario en las preliminares de la Guerra de Irak.
Creer a pie juntillas las denuncias del gobierno de Bush sobre las armas de destrucción masiva (algo por lo que más tarde el New York Times pidió disculpas) fue sólo uno de los fracasos de los medios en esa debacle. Los medios de prensa no sólo permitieron al gobierno recurrir a hechos discutibles para justificar la invasión, sino también asignarles una significación exagerada, sin cuestionarla.
Vale la pena recordar que Alemania y Francia coincidieron con las afirmaciones fácticas del gobierno de Bush respecto de las armas de Irak, pero se opusieron decididamente a la invasión, porque creyeron que sus consecuencias serían mucho peores que cualquier amenaza que pudiera implicar Saddam Hussein; y el tiempo les dio la razón. Aun si las fuerzas estadounidenses hubieran hallado en Irak arsenales de armas químicas y biológicas, el juicio histórico en relación con esa guerra no será menos severo.
El comentario de Bannon sobre el papel “opositor” de la prensa debe servir como recordatorio de esta historia reciente. Para defender la democracia estadounidense de la amenaza del populismo autoritario, los medios de prensa no deben limitarse a poner en duda los “hechos alternativos” de Trump, sino que deben contar otra historia, basada en observaciones, investigaciones y evaluaciones críticas de lo que digan tanto los republicanos cuanto los demócratas en el poder.
La verdadera historia (como bien demostró 2016) se desarrolla a menudo en lugares a los que los medios no prestan atención. Adler pidió a su personal “recorrer más el país y enterarse de cómo vive la gente, qué piensa, qué la beneficia y qué la perjudica, y qué imagen, diferente de la nuestra, tiene del gobierno y sus acciones”. Los periodistas no deben tener miedo de estar en la vereda contraria al poder, porque ese es precisamente su lugar.
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Traducción: Esteban Flamini
Tony Karon es docente en el Programa de Posgrado en Asuntos Internacionales de la universidad New School de Nueva York. Antes se desempeñó como jefe de editores en la revista TIME y director editorial del departamento de prensa digital de Al Jazeera America.
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