8 de febrero 2017
Moscú.– Tras más de dos años de contracción económica, Rusia parece haber alcanzado alguna semblanza de estabilidad. Aunque se espera que el crecimiento económico llegue a apenas un 1% en 2017, da la impresión de que ha desaparecido el temor a la desestabilización, tan presente después de la invasión a Crimea de 2014, que generó dañinas sanciones por parte de Occidente. La combinación de optimismo en asuntos exteriores, comodidades inmediatas y represión interna parece ser un potente elixir.
Igual que en los años de Leonid Brezhnev, la política exterior tiende un manto que oculta los problemas políticos internos del país. Pero a diferencia de entonces, las perspectivas rusas parecen justificar cierto optimismo. El Presidente estadounidense Donald Trump ha dejado clara su intención de mejorar las relaciones con el Kremlin y se dice que en junio se reunirá con el Presidente ruso Vladimir Putin.
Las elecciones nacionales francesas de abril también pueden apuntar en la dirección de Rusia. Tanto el candidato de centroderecha, François Fillon, como la de ultraderecha, Marine Le Pen, son ardientes partidarios de Putin, aunque también hay opciones para el centrista Emmanuel Macron, que no lo es.
Las elecciones presidenciales en la propia Rusia, que se han de realizar en marzo de 2018, parecen mucho menos tumultuosas, ya que no se esperan cambios. Putin será reelecto y Dmitri Medvedev seguirá como primer ministro, lo que parece aceptable para la mayoría de los rusos, o al menos para los cómodos moscovitas.
La infraestructura de Moscú nunca ha estado mejor: la ciudad posee un sistema de metro que funciona bien y se ha ampliado recientemente, y aeropuertos modernos, limpios y eficientes. Incluso sus antes caóticos aparcamientos se han reducido y ordenado gracias a la aparición de servicios baratos y rápidos de uso compartido de coches. Sus residentes pueden visitar centros comerciales impecables y lujosos y comprar prácticamente cualquier alimento que deseen (excepto quesos occidentales) de sus tiendas de alta gama.
Por supuesto, también hay rusos descontentos y para ello, entre otras cosas, está el poderoso Servicio Federal de Seguridad (FSB). La organización Casa de las Libertades acaba de bajar la posición de Rusia en su lista de derechos políticos al menor nivel posible.
El fantasma de la represión era evidente en el Foro Gaidar del mes pasado, un evento anual celebrado por la Academia Presidencial Rusa de Economía y Administración Pública Nacional en honor a Yegor Gaidar, reformador de la era de Yeltsin. Cada año, miles de cientistas sociales rusos y cientos de extranjeros se reúnen durante tres días para hablar sobre políticas económicas.
Los ministros de gobierno que participaban en los paneles parecían relajados, abiertos y competentes, pero atentos a no hacer declaraciones categóricas. Los problemas clave de Rusia (la ausencia de verdaderos derechos de propiedad, estado de derecho y democracia) se mencionaron este año, notablemente por boca del ex Ministro de Finanzas Alexei Kudrin, pero solo al pasar. Como de costumbre, la mayoría de los debates plenarios se centraron en los detalles del eficaz sistema macroeconómico del país. El establishment económico ruso está demasiado cómodo como para desear cambios de fondo.
Si bien puede que no sea sorprendente la postura de los ministros, en los Foros Gaidar pasados ha habido la esperanza –si es que no expectativa– de algún reto a la élite dirigente. Los economistas académicos de Moscú escuchan con atención lo que allí se dice cada año, esperando escuchar algo radical o al menos un poco desafiante, aunque ellos mismos no estén dispuestos a montar un reto.
En el Foro del año pasado, un panel de diez destacados analistas políticos liberales rusos (un espacio habitual del Foro, en el que participo) elucubró que había en camino algún tipo de reto al sistema. Algunos miembros del panel incluso predijeron un reto al régimen, por ejemplo, que un miembro de la oposición sería electo para la Duma o que las dificultades económicas generarían descontento social.
Fueron predicciones que quedaron en nada. Pocos de los europeizados liberales de Rusia votaron en las elecciones para la Duma, y los conservadores del sur y el este del país fueron muchísimo más entusiastas. Parece que nuestro panel sobrestimó los resultados económicos y subestimó el papel de la guerra y la represión en la consolidación del apoyo a Putin y sus sultanatos regionales.
De hecho, entre los rusos existe la abrumadora sensación de que la invasión de Putin a Ucrania y su anexión de Crimea fueron buenas para el país y una jugada maestra del presidente. Al transformar a Ucrania en un enemigo débil y plagado de conflictos, ahogó el incipiente sentimiento prodemocrático en Rusia, que en parte se inspiraba en el acercamiento de Ucrania hacia la Unión Europea, y azuzó la euforia nacionalista.
Hay otro acontecimiento de política exterior que puede haber beneficiado a Putin. Según Tatiana Vorozheykina, profesora de la Escuela Moscovita de Ciencias Sociales y Económicas, la destrucción de Alepo por parte de Rusia fue otra “victoria” de Putin. Si a eso se añade la creciente ola de nacionalismos de derecha en Occidente (síntoma de una crisis generalizada del liberalismo), se hace fácil pintar a Putin como el tipo de líder que un país necesita.
Este año, nadie en el panel de Gaidar ha previsto más que inercia política, más represión y conformismo de masas. El régimen de Putin se ha consolidado en torno a la bandera y pocos están dispuestos a desafiar el statu quo. Por consiguiente, las únicas fuentes potenciales de cambio son los acontecimientos y relaciones exteriores, áreas en las que Putin no tiene un control total.
En la actual situación parece que Rusia se encuentra en una firme base geopolítica. Por ejemplo, aunque el apoyo de Trump a unos lazos más estrechos puede ser bueno para Rusia, un importante ingrediente del atractivo nacionalista ruso es su capacidad de refuerzo del drama de la Guerra Fría, para lo cual necesita de enemigo a Estados Unidos (y a Occidente, en términos más generales). La amistad podría significarle problemas en el largo plazo.
Sin embargo, en el corto plazo, como señalara el analista político Dmitri Oreshkin en el Foro Gaidar, es probable que solo un acontecimiento externo extremadamente sorpresivo (un llamado “cisne negro”) pueda gatillar cambios en Rusia. Puede que el nuevo equilibrio del país no sea bueno, pero parece estable por ahora.
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Traducido del inglés por David Meléndez Tormen
Anders Aslund es miembro sénior del Consejo Atlántico y coauthor con Simeon Djankov de Europe’s Growth Challenge (El reto del crecimiento de Europa).
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