27 de enero 2017
Guillermo Moreno, ex secretario de Comercio kirchnerista y responsable de la manipulación de las estadísticas oficiales argentinas durante la “década ganada”, afirmó tras el discurso inaugural de Donald Trump que el nuevo presidente es peronista. Sin el menor rubor y ningún matiz Moreno justificó su opinión favorable al nuevo ocupante de la Casa Blanca por su defensa de la industria nacional y la consigna “América primero”. De ahí su optimismo: “Cuando retornemos al poder, ya no tendremos al mundo en contra”.
Al analizar la intervención del viernes 20 en el Capitolio, Inés Capdevilla, de una forma más sofisticada, vinculó el adanismo de Trump de partir de cero haciendo tabla rasa con el pasado con la mejor tradición de ciertos presidentes latinoamericanos predestinados para refundar sus países. Un fenómeno circular y recurrente que parece no tener fin.
En su alocución Trump le dio la espalda al pasado de Estados Unidos. No fue falta de memoria o desconocimiento histórico, sino pura reconfiguración de la realidad a su imagen y semejanza. Prácticamente nada de lo anterior le es útil, ninguno de sus predecesores tiene nada rescatable y la mención explícita de algún autor para reforzar sus ideas puede sonar a elitismo, a casta. Nada ni nadie debía interponerse al abrazo con su pueblo, el gran sujeto de la transformación nacional que él mismo liderará.
Lo único que le faltó a Trump para situarse a la altura de los mejores ejemplares hemisféricos fue prometer una nueva constitución a partir de una asamblea constituyente. De esa manera su impronta en la historia patria sería indeleble, pero parece que Trump conoce alguno de sus límites y éste es precisamente uno de ellos.
Mucho se ha hablado de su tono populista y nacionalista. Pese a ello, quisiera resaltar el componente peronista mencionado por Moreno, que más allá del proteccionismo trasnochado que quiere imponer en Estados Unidos tiene algunas otras manifestaciones como la relación directa entre el líder y las masas, sorteando las intermediaciones molestas del establishmente y los partidos políticos.
Al mediar su intervención Trump dijo: “Lo que realmente importa no es qué partido controla nuestro gobierno, lo que importa es si nuestro gobierno está controlado por la gente”. La intermediación incluso de su propio partido, el Republicano, puede distorsionar su mensaje mesiánico. Para eso twitter le viene como anillo al dedo, para mantener abiertos unos canales de comunicación privilegiados a los que hasta ahora ha accedido sin controles de ningún tipo.
Muchos políticos latinoamericanos se enriquecen en el ejercicio de sus funciones. No parecería ser el caso de Trump, que ya llega rico a la presidencia. Sin embargo, la falta de límites claros entre el manejo de la cosa pública y sus negocios particulares tanto dentro como fuera de Estados Unidos podría generar importantes conflictos de intereses y un nuevo punto de convergencia a través del continente. No sólo eso, el nepotismo, expresado en el papel cada vez más protagónico de alguno de sus familiares directos en la gestión del gobierno, es otra cuestión a tener presente.
Los populismos xenófobos europeos han manifestado su deseo de incorporar al nuevo mandatario y los valores por él expresados a su terreno de juego. Ya vimos a Nigel Farage peregrinar a la Torre Trump y también las enfervorizadas manifestaciones de Marine Le Pen o Geert Wilders en la reunión que la extrema derecha continental acaba de celebrar en Coblenza. Mientras prometía una “primavera patriótica”, Wilders señaló: “Ayer, una nueva América; hoy, Coblenza; y mañana, una nueva Europa”.
El rechazo a la democracia liberal y al libre mercado, complementado con un odio visceral a todo lo que Barack Obama pudo representar, comenzando por la defensa de las libertades y los derechos humanos, no responde únicamente al interés estratégico de volver a convertir a Rusia en una gran potencia. Los valores que Vladimir Putin dice defender son los mismos que reivindican los partidos xenófobos europeos, aunque el apoyo político y el sostén económico que algunos reciben de Moscú facilita la convergencia. Pero no se trata de fenómenos exclusivos de la vieja Europa, ya que en América Latina es posible observar opiniones similares, aunque si bien de forma autorreferencial éstas tienden a ubicarse en el otro extremo del espectro político.
El presidente venezolano Nicolás Maduro realizó una no disimulada defensa del nuevo mandatario: “No me sumo a las campañas de odio contra Donald Trump que hay en el mundo… Yo me pregunto a cuento de qué. Porque nosotros sabemos bastante de guerras sucias”. Estas afirmaciones son producto de comparar al nuevo presidente con el “nefasto” Obama, el mayor enemigo de Venezuela, el máximo intervencionista e injerencionista en América Latina e impulsor directo de tres golpes de Estado: Honduras, Paraguay y Brasil. Maduro sostuvo que en ningún caso Trump podría ser peor que Obama.
Evo Morales, a través de twitter, también se mostró relativamente optimista respecto a Trump, a su política aislacionista y a la posibilidad de restablecer relaciones bilaterales normales, con intercambio de embajadores. En un segundo mensaje fue más allá: “Ojalá con el nuevo presidente de Estados Unidos terminen las intervenciones y las bases militares en el mundo para garantizar la paz con justicia social”.
Por su parte, el gobierno cubano intentó mantenerse fiel a su estilo y Josefina Vidal, la directora de Estados Unidos del ministerio de Exteriores dijo que en ningún caso aceptarían presiones de Trump y que la “agresión no funciona con Cuba”. Pese a lo contundente de estas declaraciones, Raúl Castro ha guardado un significativo silencio sobre el tema. Algún malintencionado podría pensar que lo ha hecho para no contrariar a Putin, pero eso son puras especulaciones.
El peronismo al igual que los recientes populismos latinoamericanos han tendido a polarizar a sus sociedades. Se utilizaba al nacionalismo para movilizar a sus fieles en defensa del proyecto, a tal punto que quien no estaba con Perón o con Chávez era un traidor a la patria. Parece que Trump ha decidido recorrer el mismo camino, un camino que como ha demostrado la reciente experiencia de América Latina sólo conduce al desánimo, a la frustración y al empobrecimiento de la sociedad en su conjunto.
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Publicado originalmente en Infolatam.