7 de enero 2017
ATLANTA – Cada vez que a Washington llega un nuevo presidente de los Estados Unidos, trae consigo un puñado de asesores y asistentes cuyos vínculos personales, construidos con los años y fraguados en las campañas electorales, les abren un lugar privilegiado en la administración. Desde la “hermandad irlandesa” que llevó a John F. Kennedy al cargo hasta el “muro de Berlín” que controlaba el acceso a Richard Nixon, es común que amigos cercanos y confidentes pesen más que las figuras más altas del gobierno. Pero ningún presidente estadounidense en la historia había traído a la Casa Blanca un círculo íntimo dominado por su propia familia, hasta que llegó Donald Trump.
A juzgar por la historia empresarial de Trump y su campaña presidencial (en la que casi no se vieron personas de su entorno íntimo que no fueran de su familia) sus hijos adultos tendrán una importante participación en las decisiones de gobierno, a pesar de que no cuentan con experiencia en asuntos internos e internacionales. Tras pasarse la campaña electoral definiendo la estrategia y contratando y despidiendo asistentes, los hijos de Trump quedaron en lugar central y muy visible en el equipo de transición. Su hija Ivanka estuvo presente en la reunión del presidente electo con el primer ministro de Japón Shinzo Abe. Su hijo Donald participó en la elección del congresista Ryan Zinke para la Secretaría del Interior en el nuevo gobierno.
Ahora Trump está llevando su dinastía a la Casa Blanca, donde aparentemente Ivanka ocupará la oficina de la Primera Dama. Su marido, el inversor inmobiliario Jared Kushner, parece el mejor candidato (aunque sólo sea a ojos de su suegro) para el puesto de enviado especial en Medio Oriente con la misión de negociar un acuerdo de paz. Y aunque Donald (hijo) y su hermano, Eric, se quedarán en Nueva York para dirigir la Organización Trump, que controla los variados negocios de su padre, las promesas del presidente electo de que sus hijos mantendrán distancia son poco creíbles.
Todo esto genera dudas acerca de la posibilidad de que los hijos de Trump aprovechen la presidencia de su padre para beneficio de los negocios familiares; muchos apuntan a una posible infracción de normas sobre conflicto de intereses o nepotismo. Pero para Trump, son meros tecnicismos.
No es sorprendente. El modelo de gestión de Trump siempre se basó en un círculo íntimo hereditario. A sus hijos adultos se los preparó toda la vida para ir ocupando puestos cada vez más altos en la jerarquía de la Organización Trump. Ahora tres de los miembros de la junta directiva de la empresa son hijos de Trump (también miembro de la junta). Dadas la posición de sus hijos en la empresa y la relación con su padre, es indudable que influirán en el gobierno.
Las otras posiciones de alto nivel de la empresa están en poder de viejos empleados de la familia que, en promedio, han ocupado el cargo por 17 años. Varios pasaron tres décadas al lado de Trump. En comparación con otras empresas accionarias de tamaño similar, el modelo dinástico de la dirección superior de la Organización Trump y la antigüedad de sus consiglieri son sorprendentes. La lección para cualquier designado en el gobierno debería ser clara: para obtener y mantener un puesto ejecutivo, la lealtad es lo único equiparable a la herencia.
La historia moderna de la presidencia estadounidense no ayuda a determinar si el estilo de liderazgo familiar de Trump funcionará. Pero es difícil que Trump se detenga a considerar los pros y los contras de llenar su círculo íntimo de parientes, sobre todo por su propia experiencia: desde que su padre lo sumó a la empresa familiar, Trump no trabajó en ningún otro lugar.
Además, Trump no es el único jefe corporativo que prefiere que el mando “quede en familia”. En un estudio de 2016 del Boston Consulting Group, se halló que un tercio de las empresas estadounidenses con ingresos anuales por mil millones de dólares o más son de propiedad familiar; y en el 40% de ellas, la familia también se ocupa de la dirección.
También hay muchos precedentes de países gobernados por familias, aunque no en democracias desarrolladas. De Kazajistán a Congo, élites gobernantes unidas por lazos de sangre comparten el botín, se protegen de usurpadores y se aseguran de que sus hijos los sucedan en el poder.
Comparar a los Trump con, por decir algo, la familia Kim de Corea del Norte (la dictadura familiar más vieja del mundo) puede sonar exagerado, pero es probable que empiecen a aparecer muchas similitudes. Algunas ya hay.
La primera regla de las dictaduras familiares es que la lealtad está ante todo. Como las histriónicas promesas de apoyo que los comisarios y generales norcoreanos están obligados a brindar a su líder Kim Jong-un, es probable que la Casa Blanca de Trump exija fidelidad inquebrantable al clan.
Ya han recibido ese mensaje en forma contundente el próximo jefe de personal de la Casa Blanca, Reince Priebus, y el jefe de estrategia, Steve Bannon. Ambos han reiterado su admiración hacia Kushner y prometieron que tendrá mucha participación en las decisiones, a pesar de su falta de experiencia.
En segundo lugar, las funciones pesan más que los títulos. Como Kim, que pasó por encima del orden jerárquico del gobernante Partido de los Trabajadores de Corea para dar a su hermana y a su hermano puestos de alto rango, es probable que Trump confíe a sus descendientes misiones clave. Si bien las normas contra el nepotismo le impedirán ofrecer puestos oficiales a sus hijos y a los cónyuges de estos, eso en la práctica no tendrá mucha importancia; su influencia de facto, así como las prioridades personales de Trump, no tardarán en aparecer. Puede incluso suceder que los familiares tengan más influencia en la promoción de los objetivos principales de Trump que los miembros formales del gabinete, a quienes más les valdrá amoldarse.
En tercer lugar, habrá ascensos inesperados y purgas sin previo aviso. En Corea del Norte, todo esto se manda desde la cima. En el caso de Trump, hay un paralelo obvio con su personaje de reality show, entusiasta para despedir candidatos o premiar ocasionalmente a empleados de bajo rango con ascensos espectaculares. Con Trump, lo mismo que con Kim, los errores políticos pueden traer consecuencias personales (pero sólo para los ajenos a la familia).
Dos semanas antes de la elección, uno de los principales asistentes de campaña de Trump, Brad Parscale, dio pistas sobre el posible funcionamiento de la Casa Blanca con el nuevo presidente, cuando declaró: “Mi lealtad es hacia la familia”. Ninguno de los Kim podría haberlo dicho mejor.
Traducción: Esteban Flamini
Kent Harrington, ex analista superior de la CIA, fue director nacional de inteligencia para Extremo Oriente, jefe de destacamento en Asia y director de asuntos públicos de la CIA.
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