3 de enero 2017
Si fuese posible personificar el balance político de 2016 habría que seleccionar a Doña Francisca Ramírez, la campesina salida de las entrañas de Nueva Guinea para poner en jaque al todopoderoso régimen de Daniel Ortega. Los recuerdos frescos de la represión desatada en su contra dan una idea de la crisis que causa en un aparato autoritario que se consideraba imbatible hasta finales de noviembre: Estado de sitio para frenar la protesta campesina encabezada por Doña Francisca.
El protagonismo de esta señora la coloca en la estela de mujeres valientes de la historia reciente que han luchado por la democracia y la libertad en Nicaragua. Aunque su presencia en la arena política termine siendo efímera, su ejemplo ya ha quedado grabado en la memoria. A diferencia de sus antecesoras, Doña Francisca no ha entrado a la política por la puerta de las abstracciones sobre los problemas colectivos, sino por la vivencia directa de los suyos. En otras palabras, no salió a buscar la política con fusiles ni pancartas sino que la política vino a su casa para intentar arrebatarle sus tierras. Por eso su mérito es mayor.
En este tránsito de lo personal (su tierra, su casa, sus hijos, sus animales…) a lo de todos (el Consejo Nacional para la Defensa de la Tierra, Lago y Soberanía) hemos visto cómo ha ido madurando en su discurso y sus actuaciones, pasando de los lugares secundarios detrás de los campesinos que dirigieron las primeras protestas, a ser la vocera principal de la lucha contra el canal. Una breve trayectoria que la ha llevado a reivindicar valores postmerialistas ante la amenaza de ser despojada de algo tan material como la tierra. Es fácilmente observable que Doña Francisca forma parte de nueva generación de mujeres valerosas y valiosas que como Doña Irinea Mejía y la maestra Nilmar Alemán, han puesto por delante la dignidad, la solidaridad y la libertad a pesar de sufrir en carne propia la crueldad de la represión orteguista.
Estas mujeres rurales mantienen abiertas las llagas por donde supuran las contradicciones de un gobierno que se autodenomina de izquierda: la saña contra los más pobres, la insolidaridad con los migrantes y la inquina hacia quienes pretendan oponerse a sus planes de rapiña. Por eso el orteguismo se siente desafiado, y aunque ninguna de estas señoras sea una amenaza real para su estabilidad, como no puede ensillarlas en la oligarquía ni el pro-imperialismo, las percibe como el desafío latente al que todo régimen autoritario se enfrenta todos los días y a todas horas, y cuyo ejemplo teme que se reproduzca, incluso dentro de sus propias filas, porque al fin de cuentas lo que cada una representa es el legítimo derecho a la resistencia ante una dominación ilegítima.
Ello explica que el ensañamiento con Doña Francisca pretendiera ser aleccionador. Las dimensiones de la represión de los últimos días de noviembre estuvieron en correspondencia con la movilización creciente de una protesta campesina que amenazaba contagiar a la Capital. Había que reprimir el ejemplo con lecciones.
Y el régimen autoritario respondió como mandan los manuales de las dictaduras: impidiendo la coordinación, censurando la comunicación, obstaculizando el derecho al libre desplazamiento y asaltando a sangre y fuego las movilizaciones.
El gobierno del partido mejor organizado del país mandó a reprimir la coordinación (una vez más) entre los focos de la resistencia. Si los campesinos de Nueva Guinea se hubieran quedado protestando en las profundidades de sus colonias no hubiera habido ningún problema, igual que los grupos de El Tule, Nueva Segovia, Rivas o Carazo. El problema era (y siguiendo) que concertaran entre sí una estrategia común y que además escalara hacia otras organizaciones de la sociedad civil y hacia los partidos que habían sido expulsados de la Asamblea Nacional. Por eso había que impedir la coordinación.
La familia dueña de los medios de comunicación más influyentes del país, saboteó con el uso de la fuerza los intentos de los medios independientes de informar sobre los alcances de la movilización campesina y de la represión de su guardia pretoriana. Había que negar, ignorar y borrar de la opinión pública lo que en realidad estaba pasando para recrear una realidad ficticia.
El partido-gobierno que para celebrar sus imposturas no tiene empacho en utilizar los presupuestos y medios públicos, utilizó esos mismos recursos y medios para impedir que los vehículos que llevaban a los campesinos a Managua llegaran a su destino. Había que bloquear buses y camiones, había que cortar los caminos con bulldozer y las carreteras con retenes militares, había que bajar los pasajeros del transporte público y registrar sus mochilas y bolsos. Incluso había que robar y destruir (sí, la propia policía) los vehículos de Doña Francisca para que no salieran de sus comunidades.
El gobierno-partido-familia que moviliza a sus feligreses cómo y cuándo quiere, que acarrea a empleados públicos y a beneficiarios de sus políticas focalizadas a rotondas, caminos y plazas para “mostrar músculo”, ordenaron a sus fuerzas antimotines que golpearan y dispararan para desalentar la movilización campesina. Había que transmitir el mensaje de la impunidad de los agresores y el desamparo de los agredidos. Y para mayor pisoteo de la ley, un secretario político del partido ordenándole a la policía la devolución de los vehículos de Doña Francisca.
Pero como la señora no tiene cara de haber aprendido ninguna de estas lecciones el régimen continuará tratando de descabezar la rebelión. Seguirá buscando o fabricando cualquier excusa para desacreditarla o llevarla a la cárcel, porque de lo que se trata es de liquidar el ejemplo, someterla de la misma manera que el orteguismo ha hecho con los políticos cobardes que han pactado o renunciado a la lucha contra el autoritarismo. Ni siquiera en ese hipotético caso la historia contemporánea podrá negar que Doña Francisca Ramírez, doña Chica, representa los ovarios de Nicaragua.