2 de enero 2017
Ciudad de México.– La única certeza sobre la próxima administración del presidente electo de Estados Unidos, Donald Trump, es la incertidumbre que la acompañará. Mantenerse impredecible puede ser una táctica exitosa en los negocios, pero es un rasgo inquietante, hasta peligroso, para el líder del país más poderoso del mundo. Esto es especialmente válido con respecto a tres áreas de políticas sensibles.
La primera es la economía estadounidense y su impacto en las economías del resto de los países. Si Trump recorta los impuestos y logra implementar un gigantesco programa de infraestructura, los déficits presupuestarios de Estados Unidos aumentarán, quizá drásticamente. Esto, junto con las alzas graduales de la tasa de interés de la Reserva Federal, fortalecerá el dólar, debilitará las monedas de los llamados mercados emergentes y encaminará el dinero del resto del mundo hacia Estados Unidos.
En la medida que las monedas de los países latinoamericanos, asiáticos y africanos se deprecien, sus reservas se derrumbarán o sus propias tasas de interés se dispararán, y aumentará la inflación. Para las economías que apenas han podido mantenerse a flote desde que terminó el reciente boom de las materias primas, esta es una perspectiva preocupante, si no aterradora.
Por otro lado, Trump podría mantener su aura de imprevisibilidad si no intentara aplicar recortes impositivos, implementar un gasto significativo en infraestructura o inclusive incumplir con su promesa de edificar un muro en la frontera con México. En ese caso, la economía estadounidense no se recalentaría, el repunte del mercado bursátil podría revertirse, la Fed podría posponer nuevos incrementos de la tasa de interés y los déficits estadounidenses no se dispararían fuera de control, como sucedió durante la presidencia de George W. Bush, luego de los atentados terroristas del 11 de septiembre de 2001.
Las economías emergentes no sufrirían demasiado en este escenario y hasta podrían beneficiarse con un dólar valuado de manera prudente y una economía norteamericana sin inflación ni déficit. Pero, mientras Trump proyecte incertidumbre, efectivamente creará las condiciones para que se espere lo peor, porque los mercados, los inversores, los bancos centrales y los gobiernos no tienen otra opción que prepararse para lo peor, aún si esperan lo mejor.
Lo mismo se puede decir de Cuba, un país que es fuertemente vulnerable a las promesas de Trump de revertir las políticas del presidente Barack Obama. Como el Congreso se negó a normalizar las relaciones entre Estados Unidos y Cuba rechazando el embargo estadounidense, Obama se vio obligado a recurrir a órdenes ejecutivas legalmente reversibles para aliviar las restricciones al turismo, las remesas, el comercio y la inversión.
Trump, por su parte, ha prometido deshacer todo esto a menos que pueda conseguir "un mejor acuerdo para el pueblo cubano, el pueblo cubano-norteamericano y Estados Unidos en su totalidad". Aunque no especificó a qué se refiere con esto, parece querer más concesiones en materia de derechos humanos por parte de Raúl Castro, a cambio de las concesiones unilaterales ya hechas por la administración Obama. Esto es absolutamente inviable: el régimen de Castro no va a hacer lo que nunca hizo y no negociará cuestiones políticas internas con otro país. De modo que nadie sabe si la política para Cuba de la administración Obama permanecerá en pie en el gobierno de Trump.
Si no perdura, la industria del turismo es la que sufrirá el mayor impacto. Ahora que las principales aerolíneas tienen vuelos a y desde la isla, los cubano-norteamericanos y otros turistas pueden viajar allí libremente, lo que significa que existen oportunidades de inversión en hospitalidad, telecomunicaciones, transporte, banca minorista y otras industrias relacionadas. Pero ahora que Trump podría cancelar todos esos vuelos, sería una locura que alguien se comprometiera a invertir, digamos, 200 millones de dólares para refaccionar el aeropuerto internacional José Martí de La Habana.
Una vez más, la continua incertidumbre es lo que más pesa no sólo en cuanto a Cuba, sino en lo que concierne a los potenciales inversores, que deben suponer lo peor. Ningún inversor inteligente va a apostar a que Trump actúe con sensatez y va a zambullirse en Cuba cuando las reglas de juego pueden cambiar. Y esas reglas seguirán siendo poco claras durante algún tiempo también en México -otro país que se verá desproporcionadamente afectado por las palabras y las acciones de Trump.
Durante su campaña, Trump hizo todo lo que pudo para ofender a México y al pueblo mexicano y para cubrir las futuras relaciones entre Estados Unidos y México con un manto de incertidumbre, al prometer construir el muro fronterizo, deportar en masa a los inmigrantes mexicanos indocumentados y renegociar o retirarse del Tratado de Libre Comercio de América del Norte. Hoy existe un debate en curso en México sobre si alguna de estas cosas sucederá y de qué manera el país debería responder si así fuera, especialmente con respecto a la derogación del TLCAN.
Según Trump, Estados Unidos ha sufrido una pérdida neta de empleos con el TLCAN, porque a los trabajadores mexicanos se les pagan menores salarios por trabajar de lo que se pagaba antes en Estados Unidos. Pero muchos de los que respaldan el TLCAN en Estados Unidos y muchos mexicanos sostienen que el acuerdo en verdad creó más empleos norteamericanos de los que se perdieron en los estados del Cinturón de Óxido que Trump ganó en la elección, porque hizo crecer las exportaciones estadounidenses a México. Como sea, imponer aranceles a las importaciones provenientes de México no haría más que funcionar como un impuesto a los consumidores norteamericanos. Existe espacio para la negociación, y un TLCAN nuevo y mejor, finalmente, podría abordar las preocupaciones de todos los países miembro.
El problema reside en el término "finalmente": México no tiene mucho tiempo. En el gobierno del presidente mexicano, Enrique Peña Nieto, el crecimiento económico -de apenas el 2% anual- no ha sido excepcional y la economía no puede expandirse a pasos más acelerados sin una mayor inversión extranjera. Pero eso no sucederá hasta que no se ponga fin a la cuestión del TLCAN y se aclaren y codifiquen nuevas reglas comerciales y de inversión.
Incertidumbre bien podría ser el segundo nombre de Trump y a él incluso le gustaría ese apodo. Pero para casi todos los demás, la imprevisibilidad de Trump es una cruz. Cuando llegue el 20 de enero, todos los países que tratan con Estados Unidos tendrán que minimizar la carga de su administración y hacer de esto una de sus principales prioridades.
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Jorge G. Castañeda, ex ministro de Relaciones Exteriores de México (2000-2003), es profesor de Política y Estudios Latinoamericanos y Caribeños en la Universidad de Nueva York.
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