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Obituarios

En mis registros han quedado direcciones electrónicas y números de teléfonos de los que nunca más llamarán

Mario Urtecho

23 de diciembre 2016

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Está muriendo la gente que antes no moría. Cada deceso es asfixiante, como choques eléctricos en la madrugada. Están ultimándose los ciclos terrenales de gente valiosa. Así ha sido desde el inicio de los tiempos, pero no siempre estuvimos tan cerca ni los acompañamos en sus partidas. Ahora, de las extensas planicies de sus vacíos, emergen y se entretejen hiedras de recuerdos. 

En mis registros han quedado direcciones electrónicas y números de teléfonos de los que nunca más llamarán ni contestarán las voces conocidas. Jamás volverán las pláticas, las bromas, las carcajadas, los acuerdos de vernos mañana a tal hora en tal lugar, o la semana entrante. Sin duda algo de nuestra vida se fue con los que se fueron. El resto se irá con nosotros.

El 20 de enero se fue el poeta, escritor y periodista Edwin Yllescas Salinas, ése que cuando buscaba al muchacho que habitaba en él casi siempre lo encontraba colgado de un barrilete, flaco, friolento hasta la cintura en la poza del río, encaramado en un trompo, empinado sobre una bicicleta, sitios donde el mordisco del ángel habitual encontraba su presa favorita.

Al atardecer del 7 de abril doña Coco regresó a las estrellas. Mujer de ñeque. Transitó la vida con dignidad y sin dobleces; honesta y transparente, como amanecer de verano. En limpio, despacio y con buena letra, escribió las lecciones de su vida, en la que sin metáforas el trabajo fue su digno laurel. Estoicismo, humildad, amor y ternura, caracterizaron el vasto vivir de mi mama. 


La noche del 27 de julio partió la poeta y escritora Vidaluz Meneses Robleto, revolucionaria y cristiana legítima, dueña de una poesía íntima, sin altisonancias, amiga de sonrisa franca y fresca que alguna vez expresó su deseo de morir de espaldas a la noche, para que el cielo sembrara su cosecha de estrellas en su dorso desnudo. Lo logró. Antes de la medianoche calzó sus sandalias. 

El 3 de septiembre se marchó el poeta y sacerdote anglicano Luis Vega Miranda. Creció entre los ataúdes que su padre hacía y vendía en la funeraria San José, en la Calle 15 de Septiembre. Decía que hay sueños que mueren con uno y otros que se realizan, y hay sueños de otros que siguen siendo nuestros. Son los de quienes inmolaron sus vidas por una Nicaragua sin dictaduras. 

El 20 de septiembre se apagó la sonrisa del actor, humorista y director de teatro Valentín Castillo López. Durante muchos años, y gracias a la televisión, él entró a miles de hogares nicaragüenses con su reconocido personaje Amado Felipe, acompañado de su familia Peladilla, haciéndonos olvidar, con su genio y figura, las dificultades del diario vivir en la Nicaragua de postguerra.     

El 1º de octubre, antes de irse el invierno, el poeta y novelista Fernando Silva Espinosa navegó hacia los raudales del cielo. Nos legó su barro en la sangre, su Río San Juan, su manera de hablar, con gestos, ojos, guiños, manos, dedos, onomatopeyas, y hasta lo que no decía. Cuando escribía las cosas le salían solitas, -decía- pero lo que escribía le quedaba mejor cuando escribía hablando.

El 25 de octubre arrió velas el escritor, poeta y pintor Donaldo Altamirano López. Un infarto lo sorprendió en Minneapolis. También se llamó Pedro León Carvajal y Teofrasto Talavera. Los tres vieron florecer el cadáver, conocieron todos los días de su muerte, y precisaron las fracciones de algún total. Pedro León nos dejó dicho en sus poemas dónde germinaba el buen pasto.

La noche del 19 de noviembre se despidió el escritor, historiador y periodista, Roberto Sánchez Ramírez. Gran conversador, siempre haciendo planes, siempre metido en libros. Empecinado en preservar los recuerdos de la vieja Managua. Su grave enfermedad nunca lo amilanó ni domeñó. Aseveraba que para saber morir hay que saber vivir. O viceversa. Y lo consiguió.

Trece días antes, un inmenso fraude atropelló a la escuálida democracia nicaragüense. Quedó baldada. Presenta graves escoriaciones, estupor mental y rigidez muscular. Quienes la hemos visto en su lecho pensamos que su situación es de diagnóstico reservado. Agoniza. No sabemos si morirá. Ojalá que no sea necesario donar nuestra sangre, otra vez, para salvarle la vida.

Managua, Ahuacalí

13 diciembre 2016

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Mario Urtecho

Mario Urtecho

Escritor nicaragüense, originario de Diriamba. Autor de "Voces en la Distancia", "¡Los de Diriamba!", "Clarividencias", "Los nicaraguas en la conquista del Perú", "Mala Casta", "La mujer del padre Prado y otros cuentos", y "200 años en veremos". Editó la revista literaria "El Hilo Azul" y ha revisado obras de prestigiados novelistas, cuentistas, poetas, historiadores y ensayistas, incluida la antología "Pájaros encendidos", de Claribel Alegría, y la poesía completa de Leonel Rugama y Ernesto Cardenal.

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