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El Berlusconi de Estados Unidos

Narcisistas que van por libre, como Berlusconi y Trump, suelen preferir llegar a acuerdos a título personal y a otros autócratas como interlocutores

Donald Trump durante un acto de su campaña, en el Parque Bayfront en Miami. Confidencial|EFE

Bill Emmott

25 de noviembre 2016

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Londres.– En las últimas semanas el mundo ha estado tratando de adivinar la conducta que tendrá Donald Trump una vez asuma el cargo y las políticas que impulsará tras una larga campaña de declaraciones contradictorias. Los ex presidentes estadounidenses que también fueron empresarios (Warren G. Harding y Herbert Hoover) ejercieron hace demasiado tiempo como para dar alguna orientación. Pero hay un precedente en Europa: el italiano Silvio Berlusconi.

Berlusconi fue pionero de lo que Trump ha logrado. Como él, es un empresario que inició su fortuna en el negocio inmobiliario. Cuando entró a la política en 1994 era un forastero aunque, igual que Trump, durante largo tiempo había estado rodeado de personas que conocían bien el sistema.

Los parecidos no acaban allí. Tanto Trump como Berlusconi estaban muy familiarizados con los entresijos de los tribunales; Trump se ha movido rápido desde las elecciones para resolver las demandas por fraude contra la Trump University, pero tiene abiertas cerca de 70 otras demandas contra él y sus empresas. Y ambos tienen una serie de conflictos de interés con su papel de jefe de gobierno debido a la extensión de sus imperios comerciales.

Al igual que Trump, Berlusconi se las arregló para presentarse al mismo tiempo como un potentado y un populista. Prefería comunicarse directamente con la gente, por encima de los medios tradicionales y las estructuras partidarias. De alguna manera, su preferencia por las mujeres glamorosas y las residencias ostentosas elevaba su arrastre popular.


La comparación entre Trump y Berlusconi está lejos de ser superficial. De hecho, la experiencia de Italia con Berlusconi -o il cavaliere (el caballero), como se lo conoce en su país- da seis claras lecciones sobre lo que los estadounidenses y el mundo pueden esperar de Trump.

Primero, nadie debería subestimar al próximo presidente de EE.UU. Ya ha desafiado las expectativas: pocos esperaban que siquiera ganara las primarias republicanas. Sin embargo, muchos siguen prediciendo su inminente caída, suponiendo que no durará más de cuatro años en la Casa Blanca, si es que antes no se le destituye mediante un juicio político.

La experiencia de Berlusconi cuenta una historia diferente. También sus contrincantes lo subestimaron una y otra vez. Los comentaristas lo consideraban demasiado ignorante e inexperto para durar como primer ministro, suponiendo que no sobreviviría al tira y afloja de la política o las presiones del gobierno.

Sin embargo, Berlusconi sigue siendo una de las figuras centrales de la política italiana. En los últimos 22 años ha ganado tres elecciones generales y sido primer ministro durante 9 años. Cada vez que los periodistas o intelectuales han intentado llevarlo a un debate público, han perdido. Los críticos de Trump (de hecho, todos los observadores estadounidenses) deberían tener eso en mente.

La segunda lección es que probablemente Trump lleve en lo esencial una campaña política permanente, imponiendo su presencia sobre la mesa. A menudo Berlusconi ha hecho uso de la televisión para tal fin, en especial sus propios canales comerciales. En lugar de conceder entrevistas que no puede controlar, solía trabajar con sus acólitos preferidos, o simplemente hablaba en directo a la cámara. Más de algún programa de debates políticos se ha visto interrumpido por una llamada del primer ministro exigiendo intervenir.

De Trump podemos esperar no solo que siga con sus ráfagas de tuits, sino el uso de la televisión especialmente programas de tertulias y otros canales para hablar directamente a la gente. La decisión de Trump de hacer público un vídeo de YouTube de dos minutos y medio en que enumeraba sus prioridades, en lugar de una conferencia de prensa, refuerza esta idea. Si bien puede parecer una actitud poco presidencial, funciona… al menos si la ejecuta un maestro del mercadeo que no se toma los hechos muy en serio.

La tercera lección del éxito de Berlusconi es que incluso alguien muy rico y poderoso puede presentarse como víctima. De hecho, incluso estando en el cargo, denunciaba ser atacado por el poder judicial, sus rivales de negocios, los “comunistas” o el sistema político.

Podemos esperar que Trump haga lo mismo cuando se dé el caso. No importa que sea un multimillonario nacido en cuna de oro o que en las próximas elecciones sea el mandatario en funciones. Se presentará como víctima de los ataques de enemigos egoístas e interesados.

La cuarta lección es que va a haber insultos. Berlusconi usó sus periódicos y canales de televisión para ensuciar con tanta fuerza a sus oponentes que el escritor Roberto Saviano las llamó macchina del fango o “máquinas de enlodar”.

Los ataques de Trump a los medios de comunicación, a menudo a través de Twitter, anuncian esto, así como sus promesas de campaña de “abrir las compuertas” de las leyes antidifamación. Es probable que su principal agente en este ámbito sea su recién nombrado estratega en jefe, Stephen Bannon, ex director de la ultraderechista Breitbart News.

La quinta lección es que probablemente Trump aprecie la lealtad por sobre todo en su gobierno, tal como lo hiciera Berlusconi. Ya ha convertido a sus tres hijos mayores (que se supone han de administrar sus negocios durante su mandato) en actores clave de su campaña y equipo de transición.

Puede que las leyes federales prohíban a Trump nombrar a sus hijos en cargos de gobierno, pero no hay duda de que seguirán al centro de la toma de decisiones. Ya su hija Ivanka Trump y su esposo, Jared Kusher, estuvieron presentes en el primer encuentro de Trump con un jefe de gobierno, el japonés Shinzo Abe. Hasta los nombramientos de Trump que no pertenecen a su familia (a menudo figuras polémicas o radicales que no tendrían cabida en ningún otro gobierno) reflejan un énfasis en la lealtad personal.

La última lección de Berlusconi es que hay que tomarse en serio las expresiones de admiración hacia hombres fuertes como el Presidente ruso Vladimir Putin.  Las narcisistas que van por libre, como Berlusconi y Trump, suelen preferir llegar a acuerdos a título personal y a otros autócratas como interlocutores. Las visitas favoritas de Berlusconi al exterior mientras se desempeñaba en el cargo eran a la dacha de Putin y a la tienda del ex dictador libio Muammar Gadafi, no a tediosas reuniones del Consejo Europeo ni cumbres del G-20.

No obstante, en último término hay una diferencia clave entre Silvio Berlusconi y Donald Trump. El primero no tenía un verdadero programa estando en el cargo, excepto beneficiar sus intereses empresariales y personales y fortalecer su propio poder dando recursos y haciendo favores a sus partidarios. Su mayor perjuicio a los italianos fue su inacción ante el estancamiento económico, pero al menos no lo empeoró. En contraste, Trump sí lo tiene, por difícil que sea de descifrar. Está por verse si las cosas mejorarán o empeorarán con él.

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Traducido del inglés por David Meléndez Tormen
Bill Emmott fue editor en jefe de The Economist.
Copyright: Project Syndicate, 2016.
www.project-syndicate.org


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