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Sugar Daddy Donald, nuestro líder religioso

Trump ofreció una parte de sí a xenófobos y blancos, a la derecha militarista, conservadores religiosos y a desempleados

Una joven en una manifestación en apoyo a Donald Trump. Foto: Carlos Herrera/Confidencial

Diego Fonseca

24 de noviembre 2016

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Especial para Confidencial (III de VI partes) 

Un cowboy. Un John Wayne. Un épico. Trump ganó contra todos.

Trump no construyó un GOP ideológicamente monolítico sino un movimiento a su medida. Un hombre contra el sistema que creó su propio sistema de reemplazo, uno que gira a su alrededor. Dije:

“[Ganó] Contra los demócratas, contra el Comité Nacional Republicano, contra las élites y barones de su partido, contra la oposición de la intelectualidad y los medios, contra la percepción global. Tendrá a su favor el Senado y la Casa de Representantes. La mayor parte de los estados. Decidirá —válganos el universo— la composición determinante de la Corte Suprema de Justicia, jueces que dictarán, por décadas, la validez de numerosas reivindicaciones sociales obtenidas y deseadas. [Trump] Tiene en sus manos la llave de un poder cuasi omnímodo. Si entiende bien ese mandato, tiene ante usted una oportunidad y responsabilidad únicas. Si lo entiende mal, y no soy figurativo, será una tragedia”.


En la lógica de Trump siempre se trató de ir por todo. La ley, para Trump, está escrita por la voluntad de sus cojones. Impondrá cuanto pueda y le dejen y aceptará los límites de la ley —¿a regañadientes, hasta que cambie la correlación de fuerzas?— cuando no tenga mayor remedio. No hay demagogo, autócrata, autoritario de manual, líder de secta que no busque crear un mundo a su medida.

Si serás líder populista, romperás los moldes de la organización para que la organización se parezca a ti. Fijas las reglas, pones la mesa de lo decible y discutible. Cuando estableces eso, mueves las fichas como quieres. Te ocultas, eres opaco, muestras lo que quieres, haces cuanto quieres. Forzarás al límite las posibilidades de la ley y empujarás a tus adversarios a callejones de difícil salida. Los imbéciles criminales que van por las calles asustando personas diciendo ser supporters de Trump son funcionales a Trump: preparan el miedo, lo difunden, crean un clima de tensión generalizado. Asustarán hasta someter la conciencia ajena o asustarán hasta que alguien les responda con igual o mayor violencia. Esos son los momentos del Gran Líder: la violencia es tanta en nuestras inner cities —ya decía yo en la campaña, ¿vieron?— que debemos intervenir con dureza. Y entonces pide por más fuerzas militarizadas en las calles, poderes para intervenir. El camino hacia el autoritarismo que desemboca en autocracia y fascismo nada más necesita que los buenos no hagan nada cuando los malos empujan la democracia al abismo.

En los actos de fe propios de las religiones y las organizaciones fanáticas, las fallas del líder se subliman, siempre, bajo alguna posible cualidad superior. Trump ofreció una parte de sí a cada grupo de seguidores. A los nazis del KKK, a los xenófobos y a los blancos más traumados les dio en ofrenda a los criminales, violadores y narcotraficantes mexicanos —y una ley para bloquear el ingreso de musulmanes—, todos listos para ser deportados o contenidos por un yuge, beautiful muro. Ofreció a la derecha militarista la promesa de barrer a ISIS con la determinación que, decía, no tuvo Obama ni tendría Hillary. A los conservadores religiosos entregó blableos de defensa provida. A los desempleados, entregó la promesa de empleo seguro. A los conservadores puros, su propia determinación y una Corte Suprema adicta para echar por tierra con el liberalismo de los últimos tiempos. A los cubanos, el fin del acuerdo con los Castro. Cerraría la canilla del gasto para placer de los fiscalistas; revisaría todos los tratados comerciales para la aprobación de cuanto blue collar creyese que eso será beneficioso. Policías de ciudad y policías de frontera se cuadraron frente al autoproclamado candidato de la ley y el orden. Una masa multitudinaria asintió gustoso cada vez que alabó a la Asociación Nacional del Rifle o los animó a defender su derecho de inventariar armas de todo tipo en casa. A todos, en definitiva, les puso enfrente una cornucopia de promesas que apelaban más a sus miedos y a sus deseos que a la razón.

Y funcionó.

Y lo hizo incluso a pesar de sí mismo. ¿Que era misógino? Pues las mujeres de Trump no se dejan tocar tan fácil y, además, decían ellas, así hablan los hombres, vamos. ¿Que su plan fiscal es dañino? Bueno, habrá que probarlo. A nadie le gusta pagar impuestos, a todos les gusta pagar menos impuestos y, después de todo, ¿acaso los otros lo hicieron mejor? ¿Y su falta de capacidad militar? Bueno, hay asesores y hay militares y hay Pentágono, ¿no? Y él es ejecutivo. ¿Acaso no hizo miles de millones? ¿Acaso no un ganador? Hizo billones en negocios como los casinos y la construcción, donde abundan los tipos duros. ¿Cómo dudar de que el bully no será el Bully-in-Chief contra los malos? ¿Que no cumple sus pactos, promete fantasías? C’mon, ¡es un jugador de póker! Un gran negociador. ¿No es brillante, acaso, sacar ventajas en un negocio? Mejor joder a que te jodan. ¿IRS? Aquí está tu sugar daddy: US$ 916 millones de deducciones, pérdidas suficientes para no declarar impuestos federales por una década. Take that from The Donald. ¿China, OTAN, México, todos esos que se benefician a costa de The Little American Guy? Ya verán cómo es un tipo duro en la mesa de negociaciones. ¿Que es un millonario que jamás hizo nada por nadie más que sí mismo, incluso cuando se trataba de filosofía? Hombre, ¿acaso no queremos ser todos millonarios? Es un self made man, un tipo como todos. Y como tal, insulta como todos, duda como todos, se rasca los huevos como todos, tiene errores, agachadas, mira traseros como todos, tropieza como todos. Trump, dirán, es uno de nosotros. No es parte del establishment político —ciertamente no lo es—, no quiere a Corporate America —y Corporate America lo ha humillado por su chabacanería circense. Donald J. Trump es un tipo que creció en Brooklyn, uno que supo hacerse su camino a pesar de todo y de todos. ¿Que su padre le dio el dinero para arrancar? ¡Pues ya hubiera querido yo que el mío hiciera lo mismo! ¿Que estafó a demasiada gente con su universidad? Bueno, you know, this is America, the home of the braves: aprende a defenderte o cierra el puto trasero.

[destacado titulo="Al matadero como caballos con anteojeras"]

Manifestantes Pro-Trump en Miami. Foto: Carlos Herrera /Confidencial

Manifestantes Pro-Trump en Miami. Foto: Carlos Herrera /Confidencial

* Trump es un candidato sin políticas: sólo tiene anuncios. Habló el lenguaje de la calle y del locker room

“La totalidad de los animales y una aplastante mayoría de los hombres viven sin sentir nunca la menor necesidad de justificación”, escribe Michel Houellebecq en Sumisión. “Viven porque viven y eso es todo, así es como razonan; luego supongo que mueren porque mueren, y con eso, a sus ojos, acaba el análisis”.

Tendemos a racionalizar todo, claro. Somos liberales: el mundo ha de avanzar por la ciencia y las ideas; la historia jamás acabará. Pero es posible que esa misma racionalización condene nuestros análisis. El voto de Trump pudo haber estado profundamente marcado por cuestiones más prosaicas que el análisis. De hecho, Trump es un candidato sin políticas: sólo tiene anuncios. Una vez que rascas la superficie, ninguna de sus ideas tiene más de dos centímetros de profundidad.

En el mito de Casandra, la mujer es una pitonisa incomprendida que anuncia las fatalidades sólo para ver que los hombres o no la entienden o la desoyen. La fatalidad liberal estaba allí pero sólo nosotros, los liberales, no la veíamos. Trump hacía campaña en pueblos chicos de Wisconsin y Michigan e iba a Pennsylvania, donde estaba cantado, cerrado con candado y con la llave revoleada lejos, que ganaría Hillary. Al cabo, esos son territorios de blue collars demócratas, es el norte y el oeste del país, no Texas, no Alabama y no el suroeste. ¿Qué tan estúpido eral tipo que viajaba a territorios donde no tenía chance de ganar? El efecto túnel es peligroso porque elimina el contexto y la perspectiva, y los liberales fuimos al matadero caminando como caballos con anteojeras: mientras las ciudades daban bien para Hillary, Trump subía a su ambulancia una armada de desdentados y heridos en los pueblos rurales que nadie quería recorrer.

Y he allí el punto: no importan. Sólo a los junkies políticos ideológicamente comprometidos y a los liberales interesan las cuestiones de fondo. El grueso de la población, he sostenido varias veces, tiene por principales actividades en su vida trabajar, consumir y emplear su vida social en familia y amigos. No tienen interés por las grandes cuestiones más allá de si esas grandes cuestiones, de algún modo concreto, afectan su realidad próxima. ¿Información, debate? What for? Basta tener lo mínimo para creer que uno no se pierde los grandes hechos. Para tomar decisiones importantes están los profesionales. Para eso elegimos congresistas, gobernadores, presidente cada cuatro años.

En los pueblos mineros de Virginia, en las fábricas de Michigan y las siderúrgicas de Pennsylvania quieren trabajos, no discusiones. Quieren pagar la renta a fin de mes y las cuentas del médico. En ciudades al límite de la resignación el cambio climático es un asunto demasiado lejano. La vida se decide pay check after pay check. Si Trump ofrece trabajo, bienvenido sea. Si Hillary ofrece un mundo sostenible, ¿eso paga la cuota escolar? Cuando un minero del carbón vota por Trump es porque ofreció, directa y simplemente, a lot of jobs. Cuando Hillary promete nuevas regulaciones contra industrias sucias para reducir el impacto del cambio climático y favorecer una matriz energética renovable, pone demasiadas palabras en juego pero el trasfondo se lee fácil: not a lot of jobs.

La defensa del medio ambiente es un lujo para el que tiene deudas, niños, un futuro no muy provisorio, está enfermo o demasiado viejo y su educación es apenas básica para la economía del siglo XX pero vive en el XXI cuando el mundo va para otro lado. Trabajo, no medio ambiente. Plata en el bolsillo, no palabras de oenegé.

Por pudor ideológico, parece, un liberal puede perder una elección capital. No es nuevo: lo he visto. Llamémosle el factor No-voto-a-Hillary-porque-soy-Susan-Sarandon. ¿Cuántos votantes de Bernie Sanders, aun cuando él mismo llamó a disciplinarse, le corrieron el cuerpo a la gris Hillary? A la izquierda no le gusta ensuciarse en el realismo político: prefiere las alturas de la Gran Verdad, del comportamiento correcto, del Buen Pensamiento y la Claridad de Ideas. Un intelectual liberal puede cometer el error de optar por el fragmento erróneo en la proposición lo perfecto es enemigo de lo bueno. Mientras, el mundo nos pasa por encima. Entre talkers y doers, el hacedor gana: nadie aguanta demasiado tiempo un discurso moralista. A los toros se los agarra por los cuernos, no se les convence con Habermas. Hay que salir a la calle y hacer algo. Ensuciarse en el barro de las contradicciones. Menos charla, más acción.

Al otro lado, entre quienes han vivido de trabajos y un modelo de país —de economía, de ideología, de nación— que se evapora, el escenario no precisa demasiadas explicaciones. Ellos enfrentaban de manera pragmática —cortoplacista, sí, pero práctica— una situación que los liberales biempensantes adoradores de las estrategias sostenibles no contemplamos: muchos no toleraban la prepotencia, el sexismo y la estupidez ignorante de Trump pero igual lo votaron porque ofrecía ideas simples y reconocibles. Trabajos para quien no tiene, dinero para blindar fronteras que creen necesario amurallar, prohibiciones a extranjeros que suponen peligrosos, matrimonios de hombres y mujeres y no de John y John —más cuando no saben si John es realmente John y no Rachel.

Trump habló el lenguaje de la calle y del locker room, de las reuniones de amigos y de un tipo común que no sabe nada de política pero ha hecho dinero y no tiene compromisos: como tal, se supone que puede hacer mucho y que, como empresario, será ejecutivo. Él lo dijo: él es un doer, los demás son talkers. Y al americano promedio, convénzanse, le gusta que se hagan las cosas pronto y sin demasiado debate.

Al frente, Hillary: aburrida, larga, explicativa, señorona, maestrita, petulante con un tipo como Trump —uno que habla como yo, Joe, ex soldador en Michigan. Hillary da peroratas de balances geopolíticos, compromisos con aliados globales, equilibrios, consensos, acuerdos: todo eso toma tiempo, todo eso no provee soluciones ya. Hillary tiene ideas complehas que requieren explicación —la razón—; Trump tiene dos o tres ideas sencillas de digerir dichas en un lenguaje poco complicado. Y las repite siempre, y no gasta demasiadas palabras. Fast food político. Y es divertido, y ella no. Y es nuevo, y ella no. Y es hombre, y ella no. Y es tramposo, pero ya nos confesó que lo era, eh; ella mentía y no dijo nada hasta que la descubrieron. Crooked Hillary. The Donald, my man.[/destacado]

[destacado titulo="La magia realista de Donald Trump"]

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* La gente votó a Trump con las vísceras, la verga, el cheque del próximo mes, dios de su lado, la vagina, la tradición y la familia

Escribí en “El realismo mágico de Donald Trump”, durante la campaña electoral:

“En julio, poco antes de la Convención Nacional Demócrata, Newt Gingrich, uno de los explicadores oficiales de Donald Trump, se sentó con CNN a discutir las estadísticas de crimen en Estados Unidos. La presentadora recordó que las cifras mostraban una tendencia a la baja pero Gingrich defendió su idea de que, en realidad, las personas se sienten más amenazadas. «Lo que yo digo es igualmente verdadero», dijo con la misma porfía de su jefe político. «Yo voy con lo que la gente siente; usted vaya con los teóricos».

“Newt Gingrich es un sofista pero tiene razón: Trump ha demostrado que la realidad es una ficción que sólo precisa de la fe de sus seguidores para convertirse en verdadera. Gabriel García Márquez definió al realismo mágico como un hecho rigurosamente cierto que parece fantástico. La campaña de Trump funciona al revés: su «magia realista» consiste en fantasías que parecen ciertas a ojos de sus creyentes. Tal vez por eso las frases que Trump más reitera sean llamados a la fe. «Confíen en mí». «Créanme».

“Como si alguna vez hubiera leído a Kant, Trump crea una realidad con su palabra, pero es una realidad turbia. En la doctrina trumpiana no hay revelación sino ocultamiento, abunda la manipulación, escasea el sentido común. Predomina la forma sobre el fondo.

“La campaña de Trump es un ejercicio de credulidad carismática, una estafa masiva. Está dirigida a las emociones de sus creyentes, no a la razón. Por eso cada vez que la prensa y Hillary Clinton procuran comprender la lógica de su juego de timo, Trump se ríe en sus caras: «They still don’t get it».

“Las ideas de Trump parecen provenir del universo bizarre. En su campaña no hay espacio para fórmulas, métodos, políticas: sólo la promesa de un fin sin importar los medios. Allí está la idea de repatriar casi US$ 5 billones de dólares de ganancias corporativas y hacer crecer el país a casi 4% cada año para crear 25 millones de nuevos empleos, algo si no imposible al menos improbable. Es un proyecto mesiánico donde el líder todo lo sabe y no se discute. «No me pidan que les diga cómo los llevaré allí», dijo en un mitin. «Nada más déjenme llevarlos».

“Y el engaño funciona. Al decir de Gingrich, los seguidores sienten a Trump y él sabe cómo hablarles: simple, al nervio y a la sangre.

“Pero si la ausencia de razón puede ser audaz, el delirio suele ser fatal. «Yo soy su voz», dijo Trump en la Convención Republicana, ante el rugido de la masa. «Yo puedo arreglar esto solo». Trump no es un político bondadoso sino un demagogo brutal, adorado por la derecha más retrógrada del país. ¿Qué puede pasar cuando el mayor ejército del mundo quede al mando de un mesías inestable que se cree infalible?

“América Latina tiene una larga tradición de líderes portadores de verdades reveladas. Vengo de un país, Argentina, que en 2016 cumple setenta años marcado por una fe política, el peronismo, que parece inagotable. Desde el primer gobierno de Juan Perón, en 1946, su movimiento se erigió como una fuerza mística que resistió persecuciones y perduró estirando sus fronteras ideológicas. Ya cadáveres, Perón y Evita se volvieron figuras de culto, Algo similar sucedió en la última reencarnación peronista, el kirchnerismo. Cuando murió Néstor Kirchner en 2010, sus sucesores montaron a su alrededor una religión de consumo rápido, bautizaron calles y escuelas con su nombre y hablaron de él como un ánima presente.

“Es común en América Latina afirmar que nuestros dirigentes pueden hacer de cada nación un lugar más iconoclasta que Macondo pero Trump ha demostrado que también hay caudillos en la 5ta Avenida de Manhattan. “Los gringos nos han ganado”, me dijo Alberto Trejos, el ministro de Costa Rica que negoció el último tratado de libre comercio latinoamericano con Estados Unidos. “En Cien años de soledad, García Márquez inventó diecisiete Aurelianos Buendía con una cruz de ceniza en la frente, pero Trump supera toda ridiculez”.

“En algún punto, los americanos y los latinoamericanos no somos tan distintos. Mientras en América Latina los nacionalismos de izquierda movilizan a los crédulos con una pasión patriótica sobreactuada —una cierta fe—, en Estados Unidos, todavía una sociedad puritana, la credulidad religiosa es consubstancial a la política. De hecho,  la Constitución misma postula que los hombres son iguales porque “el Creador” lo dispuso, así que en tiempos desesperados la sociedad estadounidense suele ver a su presidente como un mesías capaz de salvar la integridad nacional. Sin ir muy lejos, Oprah Winphrey, sacerdotisa de la iglesia catódica,  dijo que Barack Obama era «The One».

“El peligro de Trump es su egolatría descontrolada que no reconoce dogma, institución o límite. Los valores son secundarios a su propio yo: Trump pide que no crean en ideas sino en él, como si fuera la síntesis de la sabiduría, rey o dios. En América Latina sabemos cómo es dejar en manos de caudillos incontrolables el destino colectivo. Y lo sabían también los Padres Fundadores de Estados Unidos cuando decidieron eliminar la figura del derecho divino de los reyes de la Constitución. «Virtud o moralidad son resortes necesarios del gobierno popular», escribió en esos años George Washington. El problema: ni virtud ni moralidad habitan la fe de Donald Trump”.

*

La gente votó a Trump con las vísceras, la verga, el cheque del próximo mes, dios de su lado, la vagina, la tradición y la familia, la avidez, el deseo, el fusil de asalto en el closet y el cráneo caliente. No que no piensen: pensaron en quitarse de encima a los políticos profesionales que, sienten, viven en el mundo burocrático de Washington DC bien pagados por sus impuestos. No pensaron demasiado las consecuencias de las ideas —no políticas— de Trump, pero eso habla también de que el estado de cosas pudo no dar para más: si no pensaron no era que no supieran o supusieran, tal vez era que no les importaba porque estaban, ante todo, demasiado enfadados.

La ignorancia es antes un asunto de voluntad que de incapacidades, al cabo. Quizás eligieron no saber más. Quizás nada más les bastaba saber que lo que creían era lo adecuado y correcto, aunque no fuese verdadero. De modo que, como muchos, decidieron dejar en manos del líder las decisiones importantes, como tantas otras veces. Pero esta vez es un líder distinto, un outsider, uno que habla, es, como ellos: un americano que quiere ganarle al sistema. ¿Que la decisión les costará? Seguro, pero ya llegará el tiempo de preocuparse por eso. Trump tendrá un tiempo de gracia, como todos, antes de que le caiga encima un enojo conocido. Mientras, le han dado la diestra por un rato. “Somos americanos”, decía el General Custer protagonizado por Bill Hader en Night at the Museum. “Nosotros no planeamos, ¡hacemos!”.

Y si bien el enojo puede primar, los enojos no se limitan al rechazo al establishment y sus políticas. Hay enojos raciales, contra los extranjeros en general, contra los grandes empresarios, contra Washington, contra los políticos profesionales, los latinos, los mexicanos en particular, cualquier musulmán, los negros. Algunos podrán ser justificables, otros son simplemente aberrantes. Pero Trump fue el vector ideal para reunir todas esas demandas: un hombre sin un cuerpo ideológico definido, un oportunista. Alguien que hará lo necesario para llegar, ganar y permanecer. Alguien que un día dice blanco y poco después hallará la excusa cromática para presentarlo como negro.[/destacado]

(Mañana: El cartero trajo una postal sepia de Alemania)


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