31 de octubre 2016
Con independencia del desenlace de la actual crisis que atraviesa Venezuela, nada en ese país volverá a ser como antes. La movilización popular y la tan temida represión posterior resaltarán una vez más el carácter autoritario del régimen, con la diferencia de que esta vez no habrá marcha atrás y será imposible convencer a los venezolanos y a la comunidad internacional de las enormes virtudes del proceso bolivariano. Los sucesos de la última semana han servido para dejar expuestas todas las vergüenzas del chavo madurismo y para que caiga definitivamente la careta de la revolución bolivariana y del gobierno al servicio de los pobres.
Hoy las cosas no son iguales a lo que ocurría años atrás cuando vivía y reinaba el comandante eterno. Para comenzar Nicolás Maduro no es Hugo Chávez. Y si bien el primero sigue contando con el pleno respaldo de Cuba, el descenso en el precio del petróleo limita los márgenes de actuación de unos y otros. En segundo lugar la Asamblea Nacional está en manos de la oposición. Esto compromete seriamente la posibilidad de seguir emitiendo el mensaje del carácter marginal y antisistema de quienes forman la columna vertebral de los “enemigos” del proceso (los tan denigrados escuálidos y pitiyanquis).
El deterioro de la situación interna es de tal magnitud que el respaldo popular del chavismo se ha contraído dramáticamente. Las opciones electorales del oficialismo son tan bajas que han debido postergar a “finales del primer semestre de 2017” las elecciones regionales del próximo diciembre. La vaguedad de la fórmula muestra las dificultades y limitaciones del Consejo Nacional Electoral (CNE) presidido por Tibisay Lucena. Pese a ser teóricamente un poder independiente, el CNE ha demostrado una vez más su total subordinación al gobierno. Sin embargo, el punto más escandaloso y que ha provocado la actual crisis fue la determinación del CNE de aplazar sine die la convocatoria del referéndum revocatorio.
Cuando el chavismo ganaba una elección tras otra y se erigía en un modelo de democracia, la figura del revocatorio se presentaba como la prueba indudable del compromiso democrático del régimen. La legitimidad de origen de los sucesivos gobiernos chavistas y del de Maduro eran el escudo protector que defendía al movimiento bolivariano de críticas internas y externas. Pero también en el frente internacional (especialmente en América Latina) las cosas han cambiado, y mucho.
Al mando de la “desprestigiada” OEA (Organización de Estados Americanos) ya no está el chileno José Miguel Inzulza, que terminó siendo un cómplice del chavismo, sino el uruguayo Luis Almagro, que contra todo pronóstico se ha erigido en un crítico feroz del madurismo y sus constantes ataques a la democracia. En unas recientes declaraciones, tras la suspensión de la recogida de firmas para permitir el revocatorio, el Secretario General de la OEA llamó a los países de la región a tomar “acciones concretas para defender la democracia”, dado su convencimiento “del rompimiento del sistema democrático”. También dio un paso más en su intento de aplicar la Carta Democrática al señalar que “sólo las dictaduras despojan a sus ciudadanos de derechos, desconocen el legislativo y tienen presos políticos”.
Su actitud es posible por las transformaciones operadas en la región. El fin del proyecto hegemónico cubano venezolano de ámbito regional es evidente. Los nuevos gobiernos de Argentina y Brasil han supuesto un cambio cualitativo en la forma de afrontar el problema venezolano. Del silencio (y hasta la complicidad) de Cristina Fernández y Dilma Rousseff se ha pasado a la actitud mucho menos permisiva de Muricio Macri y Michel Temer. Y quien dice Fernández y Rousseff también dice Kirchner y Lula, por no mencionar a José Mujica y otros mandatarios latinoamericanos. Si bien Evo Morales, Rafael Correa y Daniel Ortega siguen siendo férreos defensores del régimen, sus voces suenan mucho más débiles y más aisladas que en el pasado.
En esta ocasión, y con una rapidez inimaginable en el período anterior, 12 de los 35 países que integran la OEA mostraron “su profunda preocupación” por la decisión del CNE de postergar el revocatorio. Lo importante de este comunicado es que 10 gobiernos latinoamericanos (Argentina, Brasil, Chile, Colombia, Costa Rica, Honduras, Guatemala, México, Perú y Uruguay) junto a Canadá y Estados Unidos, sospechosos habituales de intentar deponer al chavismo, se han negado a justificar lo injustificable. Por eso el texto concluye que: “La decisión del Poder Judicial de prohibir la salida de territorio venezolano de los principales líderes de la oposición… afecta la posibilidad de establecer un proceso de diálogo entre el Gobierno y la oposición, que permita una salida pacífica a la crítica situación que atraviesa esa hermana nación”.
Almagro abunda precisamente en este punto cuando considera definitivamente acabada la misión de mediación de UNASUR integrada por Leonel Fernández, Martín Torrijos y José Luis Rodríguez Zapatero. Para el responsable de la OEA, la misión enviada por Ernesto Samper ha terminado ayudando involuntariamente al gobierno de Maduro en sus intentos de impedir que el referéndum revocatorio se celebre antes del 10 de enero de 2017, lo que podría provocar la convocatoria de nuevas elecciones presidenciales.
Mientras Almagro habla claramente de dictadura, muchos latinoamericanos siguen callando frente a lo que ocurre en Venezuela. Las múltiples denuncias de golpe por el juicio político contra Rousseff se han convertido en clamoroso silencio en todo lo que respecta a la mal llamada revolución bolivariana. Pese a ello, el régimen chavista está viviendo su crisis final. El intento ilegal de Maduro y los suyos de perpetuarse en el poder puede tener éxito o, por el contrario, puede saldarse con su salida. En este último caso no sería descartable un gobierno militar de transición que permita la convocatoria de nuevas elecciones. Por el contrario, de concretarse la continuidad del chavismo, con o sin Maduro al frente, el gobierno “popular” habrá devenido lisa y llanamente en una vulgar dictadura, cada vez más aislada internacionalmente.