24 de octubre 2016
Rosario Murillo se contonea al ritmo de la música. Mueve sus caderas, pero la cámara muestra un rostro tenso. No sonríe. Sujeta el micrófono con la mano derecha, pero el índice de la izquierda mantiene un tic incontrolable: tamborilea sobre el podio. Está nerviosa. La música se detiene y ella toma la palabra para presentar a los invitados especiales que este diecinueve de julio, cuando se celebra el triunfo de la revolución sandinista, se reúnen en el entarimado adornado con centenares de arreglos florales. Tiene la voz carrasposa, como si estuviera agripada. Luego cede la palabra al comandante Daniel Ortega, su marido, su compañero político. Es el momento. Miles de nicaragüenses están pegados a la pantalla de sus televisores, muchos con sus cuentas de Twitter hirviendo. Faltan doce días para que venza el plazo de inscripción de las fórmulas presidenciales en las elecciones del seis de noviembre. La oposicición ha sido ilegalizada y no habrá competencia electoral. El único suspenso radica en la propia fórmula del FSLN. ¿La nombrará finalmente el Comandante? Murillo espera, escucha las palabras de Ortega con expresión dura. Ahí abajo hay miles de simpatizantes del Frente Sandinista que la aclamarán. El baño de masas necesario. Una Evita a la espera de ser aupada por sus descamisados. La legitimidad del pueblo. Ortega ataca a los disidentes del sandinismo, les llama ratas y recuerda que la única que siempre ha estado a su lado, en las buenas y las malas, es Rosario Murillo. Las redes sociales estallan. ¿La nombrará como su candidata a vicepresidenta? Pero el Comandante no lo hace. Hoy no. Se limita a alabarla y la declara, en una frase al mejor estilo del régimen norcoreano, como la “eternamente leal”.
Sin embargo, es un guiño necesario para despejar las dudas. Lo que hasta hace unos meses era pura especulación, chismorreo político —y hasta considerado por algunos analistas como un imposible— se esclarecía poco a poco: Ortega, en ese entarimado de flores, abre la posibilidad de convertir a su mujer en la heredera oficial de un proyecto político familiar autoritario. La sucesora constitucional del poder si el presidente llegara a faltar.
Rosario Murillo es un personaje peculiar. Su historia personal ha atrapado la imaginación de los nicaragüenses. De poeta que leía versos contra el somocismo en las gradas de los atrios de las iglesias pasó a controlar, con el triunfo de la revolución popular sandinista, los sindicatos de trabajadores de la Cultura y más tarde, con la caída del sandinismo, fue trabajando poco a poco su espacio dentro del Frente Sandinista. Se puso en contra de su hija, Zoilamérica Narváez, cuando esta denunció públicamente en 1998 a Ortega por violación, en una jugada que salvó al Comandante de hundirse políticamente, impuso el cierre de filas en el partido en torno al líder supremo, y a la postre le permitió a ella compartir el poder. Es, sin duda, una mujer inteligente y astuta, que sabe entender los tiempos. No es una política tradicional, como de alguna manera ha sido su marido. Murillo no recorre los barrios saludando ancianas ni besando niños. Tampoco es negociadora. Es una burócrata que sabe imponer el poder, que maneja de forma vertical. En Nicaragua se dice que ella es quien gobierna y aunque tiene un gran poder en la toma de decisiones administrativas, quienes conocen a la pareja presidencial aseguran que las decisiones importantes siempre las decide Ortega. Ella cogobierna como una gran regente del Estado.
Una sonrisa pícara, de satisfacción, se dibuja en el rostro de Rosario Murillo. Saluda y besa a miembros de la Juventud Sandinista apostados en la sede del Consejo Supremo Electoral, en Metrocentro, y estrecha la mano del presidente del tribunal, Roberto Rivas, quien la invita a pasar a un salón de reuniones donde ella, Rosario María Murillo Zambrana, será nombrada oficialmente como la candidata a la vicepresidencia por el Frente Sandinista de Liberación Nacional (FSLN). A las cinco de la tarde del 2 de agosto —último día para inscribir candidatos para las elecciones presidenciales— los managuas, en su trajín de fin de jornada, no parecen percatarse que en la sede del Tribunal Electoral se está sellando un acuerdo político de enorme trascendencia para el país: el Comandante ha nombrado oficialmente a su mujer como la heredera del poder.
Ahora se sabe —por fuentes cercanas al Frente Sandinista— que fue una decisión difícil. Una tercia dura dentro de un partido que, aunque controlado por Ortega, todavía cuenta con figuras históricas que no han celebrado un esquema de sucesión familiar, que trae a la memoria reminiscencias de una dictadura dinástica, la de los Somoza, con la que nadie quiere ser comparado. Fueron días de tira y encoge en los que Murillo jugó todas sus cartas para obtener la bendición de su marido. “Hoy venimos a formalizar la nominación para pedirle a Dios que nos favorezca con la continuidad de este proyecto de bien común, de buen corazón, de buena esperanza”, dijo Murillo, quien apuesta a fondo a aprovechar las creencias tradicionales de un país profundamente religioso y ha creado un lenguaje oficial con guiños al catolicismo, a los pentecostales, pero que además mantiene el misticismo revolucionario y lo sazona con su creación poética, abundante y esotérica.
¿Qué significa que Rosario Murillo se haya convertido en la heredera del Frente Sandinista? ¿Por qué Daniel Ortega le entregó la sucesión? ¿Cuáles son los cálculos políticos del Comandante? Son preguntas que muchos en el país se hacen y las respuestas son difíciles dada la cerrazón en la que vive la pareja oficial, rodeada de un pequeño grupo de operadores políticos que cumplen las órdenes que llegan desde El Carmen, la Casa Presidencial y Secretaría del Frente Sandinista.
Para algunos analistas la decisión de Ortega está relacionada a su necesidad de dejar preparada a última hora una sucesión en caso de que él falte. El Frente Sandinista tiene todavía algunas figuras históricas, entre ellas el ex miembro de la Dirección Nacional Bayardo Arce, empresario y asesor económico del Presidente, y el ex jefe del Ejército Humberto Ortega, hermano del presidente, quien intenta proyectarse como un interlocutor con algún derecho de influencia en la sucesión. Pero ninguno de los dos está en las preferencias de Ortega y el caudillo tampoco ha mostrado algún interés por cultivar nuevos liderazgos para darle continuidad a su proyecto político. “Ortega no había pensado en dejar preparada la sucesión”, explica el analista Óscar René Vargas. “Si en un momento determinado aparecen Humberto o Bayardo, él sabe que eso puede causar un problema, por lo que decidió limpiar la mesa, lo que incluía despojar a la coalición opositora de la casilla del PLI (Partido Liberal Independiente), destituir a diputados opositores en la Asamblea y nombrar a Rosario. Pero no calculó el efecto internacional que esas decisiones tendrían”, agrega.
Oscar René Vargas se refiere al descrédito internacional generado por el golpe de Estado a la Asamblea Nacional y la designación de Murillo, que han puesto a Nicaragua nuevamente en las portadas de la prensa más importante del mundo. Además, el Congreso de Estados Unidos aprobó una iniciativa coloquialmente llamadada como “Nica Act” que impone sanciones a Nicaragua, al prohibir que organismos multilaterales como el Banco Mundial y el Banco Interamericano, en los que Washington tiene una gran influencia, entreguen préstamos a Nicaragua, unos 250 millones de dólares anuales de los que depende la inversión pública.
Es difícil prever cómo gobernaría Rosario Murillo en ese panorama complejo. La cooperación petrolera venezolana, el gran combustible que le permitió a Ortega arrogarse todo el poder y a la vez desarrollar un sistema autocrático, de alianza con el gran capital y de políticas asistencialistas con los más pobres, ahora comienza a escasear, mientras Venezuela se sumerge en una profunda crisis y el gobierno de Maduro parece a punto de reventarse. Sin la cooperación venezolana, con una comunidad internacional fatigada y sin dinero de préstamos de organismos bilaterales, la Nicaragua del futuro cercano requeriría de un liderazgo capaz de negociar y demostrar flexibilidad para salvar el interés nacional. ¿Es Rosario Murillo la persona adecuada? “El capital le tiene miedo, porque ella es muy inestable y no saben cómo se puede llegar a arreglos, negociar, con ella”, asegura Vargas.
Al faltar Ortega, continúa, puede haber una disputa por espacios de poder. Los poderes fácticos del país reclamarán sus espacios, por lo que Ortega necesitaba una figura que por lo menos fuera garantía para la estabilidad de su familia y el poder económico de la élite creada al amparo de la ayuda petrolera, más de 3,500 millones de dólares desde 2007. “Ortega hizo lo que los Somoza no pudieron: garantizar los privilegios familiares”, asegura Vargas. “Si no tenes poder, no negocias. Y Ortega le dio el poder a ella para negociar. Pero la gran pregunta es si ella sabrá hacerlo”, concluye el analista.
Hubo un momento en que Rosario Murillo quería renunciar a todo. Fue en 1990. Los nicaragüenses todavía no se recuperaban de la sorpresa que causó la derrota del sandinismo, al votar para terminar con una era iniciada con la revolución, que al botar a Somoza había llenado de esperanza al mundo. La noche del 25 de febrero de ese año, Murillo, poetisa, mujer de minifaldas, botas y aretes enormes, lloraba en la sede de la casa de campaña del FSLN, el maquillaje corriéndose por su rostro mientras entonaba el himno del partido (“combatientes del Frente Sandinista, adelante que es nuestro el porvenir…”), como lo registró la periodista mexicana Alma Guillermoprieto en una crónica de la época. Lo que sería una celebración había terminado en desgracia: el presidente del Consejo Supremo Electoral, Mariano Fiallos Oyanguren, anunciaba el conteo de los votos y los resultados daban como perdedor al sandinismo.
Un día después, el 26, Murillo concedía una entrevista al periodista español Antonio Caño en la que, con amargura, afirmaba que la política, el poder, había sido duro para ella y su relación con Ortega y que con la derrota se abría la posibilidad de una vida diferente. “No quiero volver a salir en la foto al lado de Daniel Ortega”, dijo categóricamente Murillo, golpeada por la derrota del Frente y por el hecho de que el Comandante no le hacía caso. “Yo le escribí el otro día un poema, que no ha leído todavía —me da cólera, se lo llevé, se lo dejé sobre la mesa y no lo leyó—, en el que le hablaba de mis pasiones demasiado públicas”, explicó al corresponsal de El País. Sin embargo, la mujer del Comandante aspiraba a que siguieran juntos con una vida diferente, fuera del poder: “El otro día estábamos hablando en el vestidor de mi casa, y él me decía: 'Para qué queremos toda esta mierda, todas estas camisas, todo esto, yo quiero tener voto de pobreza’. Yo tampoco necesito nada, absolutamente. Y estábamos viendo si, después de todo esto, irnos (no sé si la seguridad nos dejará); es decir, vivir de otra manera. Estábamos discutiendo hasta la posibilidad de dejar nuestra casa, aunque no es una casa de lujo, no parece la casa de un jefe de Estado, pero de todas formas irnos a otro sitio”.
¿Quién iba a decir que esa mujer romántica que escribía poemas a su compañero sentimental iba a ser la heredera política de Ortega? Quienes la recuerdan aseguran que en los ochenta era una mujer sumisa ante el Comandante. No era presentada como la primera dama, como la esposa, en las giras oficiales y tenía que tragarse la arrogancia de un hombre fuerte, el líder de la revolución. Ella no contaba. Tampoco tenía un peso importante en la toma de decisiones del gobierno. Era una poeta más en un país de poetas. Sus seguidores eran pintores, artistas de circo, actores, que la respetaban como líder de la Asociación Sandinista de Trabajadores de la Cultura, porque les garantizaba ciertos privilegios. Quienes la trataron de cerca en aquella época aseguran que era una mujer sumamente reconrosa. Había desatado una guerra abierta contra los escritores, principalmente contra el ministro de Cultura de la época, Ernesto Cardenal. “La elegimos directora de la asociación y por su vinculación al poder logró un terreno para instalar la organización. Montó una estructura y tenía medios a su disposición para deslumbrar a los artistas, pero con los que se dio de cabeza fue con los escritores. La mayoría éramos cuadros del Frente Sandinista y cuestionábamos muchas de las cosas que hacía. Entonces comenzó a aislar a los escritores, porque es una persona que no tolera la crítica”, comenta la escritora Gioconda Belli en el despacho de su casa a las afueras de Managua, con una vista privilegiada de la ciudad.
Tras la derrota del Frente Sandinista en las elecciones de 1990 frente a la Unión Nacional Opositora liderada por Violeta Barrios Chamorro, Rosario Murillo aspiró a tener un papel protagónico en el Frente Sandinista. En julio de 1991 se realizó el primer congreso sandinista para elegir, con voto directo y secreto, a las autoridades internas del partido. Rosario Murillo quería ser miembro de la Asamblea Sandinista y contaba con el aval de su compañero, Ortega. Pero en aquel momento el endoso del Comandante no era suficiente: Murillo perdió la elección, un trago amargo que la dejó fuera del juego político sin apenas haber iniciado su carrera. Eso demostró que no tenía apoyo a pesar de ser la mujer del Comandante. “En el viejo sandinismo, Murillo no tiene bases”, asegura hoy el analista Óscar René Vargas.
La foto la muestra sonriente. Los labios finos pintados de carmín, los ojos iluminados con un púrpura chispeante. Lleva rubor en las mejillas y de sus orejas cuelgan unos pendientes enormes, con una piedra color ámbar en el centro. Va cubierta de un chal rosa con flores estampadas. Muy delgada, la brisa que nace del lago Xolotlán y refresca Managua al retirarse el sol mueve su cabellera castaña oscura. Denota alegría. Satisfacción. Sale de las oficinas del Consejo Supremo Electoral al lado de su marido. Su designación quedó sellada y registrada. Es oficialmente la candidata a la vicepresidencia por el Frente Sandinista. “Agradecíamos a Dios que en este Día de Nuestra Señora de los Ángeles podíamos anunciar muchas bendiciones”, dice Murillo. A su lado, Ortega explica por qué su mujer debía ser su compañera de fórmula: “Teníamos el compromiso de palabra, después de las elecciones del 2006, y el gobierno que iniciamos en el 2007, nuestro compromiso de palabra, dijimos: Bueno, la Compañera Rosario 50, y 50... ¡Aquí vamos 50 y 50! Pero esto no se concretaba formalmente, institucionalmente… Y ahora, para ser consecuentes con este Compromiso, se hablaba, bueno, ¿quién va a asumir la Vicepresidencia, para continuar el Buen Gobierno en este país, para continuar trabajando por la paz, por la estabilidad? ¿Quién? Ahí no podíamos dudar que tenía que ser una Mujer, y quién mejor que la Compañera que ha realizado ya una labor puesta a prueba, con mucha eficiencia, con mucha efectividad, con mucha disciplina, con mucho sacrificio, ¡sin horario!”
De esta manera Ortega dio su bendición a Murillo. Cedió oficialmente el cetro del poder. No hubo baño de masas ni fanfarria, pero la nombró su heredera. Y el Comandante hacía referencia al trabajo incansable de una mujer que controla todas las decisiones administrativas del gobierno. Nada se mueve sin sus órdenes. Murillo tiene una voz de mando que se obedece sin replicar. Un funcionario público que habló en condición de anonimato dijo que a Murillo puede ocurrírsele una idea a las dos de la mañana y ordena levantar a todo el gabinete. A él le sucedió en una ocasión y tuvo que correr hasta la Secretaría del FSLN para escuchar las órdenes. Nadie contradice, no hay objeciones, todos escuchan y toman apuntes sobre lo que dice “la compañera” y en muchos casos tiene que ser de rápido cumplimiento, porque ella debe dar a conocer los resultados en sus alocuciones diarias, el monólogo en el que brinda partes meteorológicos, presenta proyectos, decreta asuetos y pagos adelantados de salarios para funcionarios públicos, habla de la virgen y sus milagros, calma a la población cuando el suelo tiembla o anuncia el nacimiento de niños sanos paridos por mujeres enfermas por zika.
Ningún ministro puede arrogarse el derecho de hablar en primera personas sobre la administración de su carteras. Al mediodía, cuando la fotografía de Murillo aparece en los canales controlados por su familia, es ella quien anuncia las buenas nuevas. El manejo de la radio y la televisión de la comunicación oficial es la piedra de toque de su forma de gobernar. El 18 de octubre tomó el micrófono para informar que el Ministerio de la Economía Familiar había entregado 400 Bonos Productivos Alimentarios en Teustepe, Boaco, Santa Rosa del Peñón, San Francisco del Norte, Villanueva y Jinotega. Ese mismo día dijo que el programa gubernamental Usura Cero entregó créditos a 3,200 “protagonistas” —mujeres beneficiarias—, organizadas en 1,341 “Grupos Solidarios”, en 102 municipios del país. Un día antes había anunciado la instalación de una planta de vacunas en cooperación con la Federación Rusa, la potencia emergente con la que el gobierno de Ortega coquetea, y también anunció la visita de empresarios “que están viniendo a nuestro país a explorar la posibilidad de instalar aquí nuevas inversiones”, pero sin especificar de qué tipo. El 14 de octubre anunció que el ministro de Hacienda y Crédito Público, “el compañero Iván Acosta”, asistiría a la Asamblea Nacional a presentar el Proyecto de Ley del Presupuesto General de la Repúblicade 2017, “en el que se destacan elementos relevantes de la continuidad del Buen Gobierno, Cristiano, Socialista y Solidario, de nuestro Comandante Daniel”, pero sin informar que el presupuesto presenta un déficit de 248 millones de dólares, una brecha que el gobierno prevé cubrir con préstamos y donaciones.
En esas mismas alocuciones Murillo también puede perder la paciencia. Controladora como es, en algunas ocasiones exhibe su disgusto público cuando los funcionarios le someten informes de proyectos inacabados, o simplemente sin ningún sentido. Ella lee todo y se percata del fiasco cuando está frente al micrófono. Sucedió el 2 de junio de 2016, cuando leía un parte del Instituto Nicaragüense de Estudios Territoriales (Ineter), que había consolidado los sismos registrados en el país. “La forma en que pasan los reportes no es la correcta, no es la apropiada, para darlo a conocer a las familias, sobre todo de Managua que estamos en alerta. Así es que vamos a pedirles que trabajen mejor los reportes”, dijo Murillo. Fidel Moreno, secretario de la Alcaldía de Managua y uno de los principales operadores de Murillo también ha resultado regañado. A él Murillo le dijo: “Le digo al compañero Fidel Moreno, que es el que nos transmite estas informaciones, que se tome en serio el trabajo de reportar para el pueblo nicaragüense, que es el que nos está escuchando”.
Moreno es una de las figuras emergentes del nuevo Frente Sandinista y forma parte de los anillos del poder bajo el control de Murillo. Como él hay otros operadores en puntos claves de la administración pública que hacen cumplir las órdenes de la candidata vicepresidencial. Para analistas como Óscar René Vargas se trata de “feudos” y de una decisión de Ortega de relegar el trabajo administrativo del gobierno que a él le causa abulia. La primera dama no gobierna, sino que “supervigila”, dice Vargas. Ella “controla el país en cuestiones tácticas, aprueba cosas administrativas, pero las decisiones estratégicas, como ahora que se habla de negociar con la OEA, son decisiones que solo toma Daniel Ortega”, asegura Vargas en referencia a la propuesta de diálogo presentada por Ortega al secretario general de esa organización, el uruguayo Luis Almagro, tras conocerse que la OEA envió al gobierno un informe sobre la situación política del país de cara a unas elecciones sin legitimidad, transparencia ni garantías mínimas, en las que la oposición fue excluida de participar y la observación internacional ha sido prohibida, lo que despeja el camino a la reelección de Ortega y convertirá a su mujer en la vicepresidenta de la República.
La Nicaragua del regreso al poder de Daniel Ortega ha tenido suerte o, para usar el lenguaje oficial, ha sido bendecida por lo que podría llamarse un milagro. Han sido nueve años de estabilidad autoritaria en un país de historia convulsa. No ha habido catástrofes naturales como las que en épocas anteriores han golpeado a una nación vulnerable por su geografía. La economía tiene uno de los mayores índices de crecimiento de la región, promediando el 4.5%, y seguirá creciendo según los organismos financieros internacionales. El país tiene un alto índice de seguridad y la tasa de homicidios es incluso menor que la de Costa Rica. Es un paraíso para las inversiones y el gran capital se siente a gusto negociando directamente con el jefe de Gobierno. La crisis económica internacional que sacudió al mundo en 2009 se sintió con fuerza en Nicaragua, pero Ortega reaccionó con visión de estadista, relanzando su gobierno a través de una alianza económica con el gran capital. El trueque consistió en ofrecer apertura total para los negocios, sin democracia y con autoritarismo político. Fue el punto de inflexión después de la peor crisis del gobierno tras el fraude electoral de 2008 y las sanciones impuestas a Nicaragua por Estados Unidos y la Unión Europea. El país se ha beneficiado durante estos nueve años de la administración Ortega del auge en los precios internacionales de materias primas y aunque la productividad es baja, sus exportaciones se han convertido en un motor del crecimiento económico. Pero Nicaragua sigue siendo un país de migrantes, que envían más de mil millones de dólares anuales a sus familiares: es la política social de los pobres para los pobres, que tiene incluso más impacto en la reducción de la pobreza que los publicitados programas oficiales que la gente recibe “gracias a dios y al comandante”.
Ortega, en vez de aprovechar esta segunda oportunidad para cimentar las bases de un desarrollo futuro sostenible, demolió la frágil institucionalidad, afianzó su control partidario sobre instituciones como la Corte Suprema de Justicia, que ha interpretado la Constitución y las leyes para beneficio del caudillo, acosa a la prensa libre y amenaza las libertades civiles. Ha comprado voluntades gracias al petróleo venezolano y mantiene su política clientelar para garantizarse el respaldo de los más desfavorecidos. Las encuestas le dan un nivel de aprobación altísimo, de hasta un 80% en algunos momentos, y su mujer se beneficia de esa popularidad, aunque no existe certeza de que de verdad Murillo se fíe de esas encuestas. Su base principal radica en la Juventud Sandinista, un aparato centralizado que moviliza a decenas de miles de jóvenes que juran estar viviendo la segunda etapa de la revolución, pero aún está por verse si su fanatismo pasará una prueba de lealtad, si los vientos que hasta ahora han sido favorables cambian de ruta.
La Nicaragua en la que se reelegirá Otega en 2016 es un país ensombrecido por la amenaza de las sanciones de la “Nica Act”, con una fractura política a flor de piel. Nadie espera del presidente un giro de insólita sensatez que permita rehabilitar las instituciones y la democracia. Las elecciones del 6 de noviembre lo mantendrán gobernando por cinco años bajo un modelo autocrático y, a partir del 10 de enero, cuando jure otro mandato, también familiar, con su mujer, Rosario Murillo, como la vicepresidenta. Los opositores advierten que se trata del inicio de una nueva dictadura dinástica en el continente, los empresarios se preparan para una etapa de gran incertidumbre y Rosario Murillo, la heredera, aún tiene que demostrar si podrá ejercer un liderazgo propio.