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Las FARC quieren hacer polìtica: ¿podrán?

El camino de las FARC a la paz pasa por la política, pero no será un tránsito sencillo

Juan Manuel Santos saluda al máximo líder de las FARC Rodrigo Londoño, alias "Timochenko", junto a Raúl Castro después de la firma del acuerdo de Paz. EFE/ORLANDO BARRIA

Carlos Malamud

26 de septiembre 2016

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En su X Conferencia, la primera no realizada en la clandestinidad, las FARC (Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia) se han mostrado predispuestas a transformar su pesada y jerarquizada estructura militar en un moderno aparato político capaz de participar en la luchas electorales e institucionales (“la democracia burguesa”). Más allá de su voluntad, la gran duda es si serán capaces de reconvertirse de soldados en políticos.

Para ello tienen que vencer numerosos obstáculos, comenzando por el hecho de haber vivido durante largo tiempo al margen de la realidad. Esta situación ha condicionado toda su actividad y refuerza la omnipotencia actual de sus militantes. Estaba escrito a fuego en su catecismo que en el contexto de la guerra popular al poder se llegaba por la vía de las armas. La lógica imperante, a la que incluso se subordinaba la política, estaba recogida en el viejo adagio maoísta de que “el poder nace de la boca del fusil”.

Paradójicamente los más encarnizados enemigos del actual proceso de paz, como Álvaro Uribe, Andrés Pastrana o Plinio Apuleyo Mendoza, siguen pegados a la misma lógica. Mendoza señalaba recientemente que “las FARC no van a dejar de lado el objetivo de llegar al poder”. Pero, al tratarse de un objetivo común a todos los que se dedican a la política, la cuestión de fondo es si el movimiento surgido de las FARC contará con el respaldo popular suficiente y actuará según el marco legal establecido. De todos modos, una vez desmovilizado y desarmado, el movimiento insurgente nunca volverá a ser lo que era.

La mencionada omnipotencia de los dirigentes y militantes guerrilleros, junto con su larga experiencia al margen de la realidad, se han vuelto a manifestar durante la X Conferencia al intentar bautizar al nuevo movimiento político como Frente Amplio para la Reconciliación de Colombia-Esperanza y Paz (FARC-EP), lo que implicaría mantener las siglas de la organización. Otros nombres barajados son: Movimiento Bolivariano por una  Nueva Colombia y Partido Comunista Colombiano, aunque puede que se termine imponiendo Partido Popular.


Curiosamente no eran los viejos dirigentes quienes intentaban evitar la desaparición del mítico nombre fundacional sino algunos representantes de las nuevas generaciones. Como dijo un grupo de jóvenes guerrilleras: “Si cambia el significado de las palabras no tiene por qué haber problema”. Para evitarlos, se ha decidido posponer la decisión final a una conferencia fundacional del nuevo partido a celebrar tras la desmovilización y el desarme de la guerrilla, probablemente en mayo del año próximo.

Es verdad, como sostienen diversos testimonios de los negociadores oficiales, que los dirigentes guerrilleros cambiaron su discurso durante los más de cuatro años de conversaciones en La Habana. Algo similar manifestóIngrid Betancourt al referirse a dichas transformaciones. Según ella, de las declaraciones iniciales de los comandantes, “muy doctrinarias, cerradas, llenas de orgullo y casi prepotencia”, o las de líderes como Timochenko “que no se arrepentían de nada”, se pasó a las más recientes manifestaciones, en las que el propio Timochenko “se arrepiente del secuestro y asegura que fue el gran error de la organización”.

El cambio en el discurso no llegó a todos los jefes guerrilleros. Henry Castellanos Garzón, “Romaña”, en una entrevista concedida a La Silla Vacía mostró la soberbia de la que hablaba Betancourt y la sensación de que eran ellos los que habían ganado la guerra. Tras llamar en varias ocasiones “mamita” a la periodista, clara señal de machismo, afirmó tajante: “En las FARC, nosotros estamos resueltos a no pagar ni un solo día de cárcel, no solamente para nosotros sino para el resto de la gente que estuvo dentro del contexto de la guerra y estuvo desarrollando una lucha”. El creador de las “pescas milagrosas” llegó a justificar los secuestros, producidos en el marco de la “rebelión” para “conseguir las finanzas con el fin de sostener una lucha de que no teníamos” y consideró que ese tipo de crímenes está al margen de los delitos contemplados por el Derecho Internacional Humanitario.  Sin embargo, los Acuerdos señalan que ese tipo de delitos cometidos “de forma sistemática o como parte de un plan o política” no serán amnistiados de ninguna manera.

El machismo de Romaña no es una seña de identidad personal sino de toda la organización. Es proverbial la falta de mujeres entre sus cuadros superiores y si quieren avanzar en una estructura paritaria deberán hacer un gran esfuerzo. Lo mismo a la hora de dar cabida a las nuevas generaciones. Los rígidos mecanismos de ascenso del pasado, unidos a estructuras verticalistas de mando y a una desconfianza atávica por la violación de las reglas de la clandestinidad dificultarán el funcionamiento cotidiano del nuevo partido.

Toda indica que este nuevo partido echará a andar rápidamente, pero los obstáculos para su consolidación serán enormes. Y si bien sus principales dirigentes son conscientes de algunos de estos problemas, quedan algunas dudas: ¿Mantendrán, en su nueva vida pública, los nombres de guerra por los que eran conocidos o recuperarán sus viejas señas civiles?, ¿qué pasará con las nuevas incorporaciones, con aquellas personas que no habían estado vinculadas a la lucha armada pero creen en el proyecto de las FARC?Otro tema de interés será el del liderato. ¿Los viejos jefes militares conservarán su poder dentro de la organización o darán entrada a caras nuevas, no contaminadas por el conflicto ni por el estigma de los crímenes cometidos en su transcurso?

Junto a los problemas organizativos hay otro muy importante, como el ganarse la confianza de los colombianos y hacer que su mensaje llegue a la sociedad. Hay que recordar sus bajos índices de confianza entre la opinión pública (su aprobación no supera el 3%) y la dificultad que eso implica en la lucha partidaria. Por eso, no les bastará una mayor implantación en las zonas rurales. Si quieren hacer política en serio deberán desembarcar en las ciudades, con estructuras ágiles, cuadros renovados y un mensaje claro. Éste es su mayor desafío. Su futuro éxito dependerá de que sean capaces de hacer frente a los retos planteados. El camino de las FARC  a la paz pasa por la política, pero no será un tránsito sencillo.


Publicado originalmente en Infolatam.


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Carlos Malamud

Carlos Malamud

Catedrático de Historia de América de la Universidad Nacional de Educación a Distancia e investigador principal para América Latina del Real Instituto Elcano de Estudios Internacionales y Estratégicos.

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