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Especies en extinción

Las memorias del periodista y editor Juan Cruz

Guillermo Rothschuh Villanueva

4 de septiembre 2016

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La escritura es una mano contra el tiempo.

Juan Cruz

Las memorias de Juan Cruz, periodista y editor consagrado, en vez de causarme desasosiego, me invitaron a la reflexión. Escogió el título indicado —Especies en extinción, memorias de un periodista que fue editor, TusQuets, editores, primera edición, 2013— para abordar dos temas con los que se encuentran vinculados millones de personas en el mundo. Al principio sentí desánimo, hasta que llevaba leídas las primeras cien páginas me percaté que el tema venía siendo abordado de manera oblicua. De manera mesurada y sin ninguna prisa, desandaba el camino de su vida. El punto de partida lo constituye su ingreso al diario El País, el intelectual colectivo de la sociedad española, como lo nombró José Luis López Aranguren. Al ingresar al diario tenía veintiocho años, convirtió en simbólica la mitomanía de redactores, jefes y directivos de usar camisas blancas. A su regreso al diario en 2005 para seguir siendo periodista —fue editor de Alfaguara entre 1992 y 1998— evoca con deje nostálgico, la primera vez que puso pies, en el edificio Miguel Yuste, apegado a la tradición compró camisas blancas nuevas como las que vio en la primavera de 1976. Los oficios compartidos fluyen de forma paralela.

En sus rememoraciones se asoma a los abismos de una época que para muchos agoniza, para saber dónde está viaja en búsquedas de respuestas, desea conocer que aducen quienes se han pasado la vida editando libros y publicando diarios. La mayoría está convencida que no hay nada que hacer. Solo los más audaces argumentan que libro y editor no desaparecerán. Inge Feltrinelli, tiene su propia valoración de lo que ocurre, acepta que los e-books deben afrontarse como una novedad que marca un rumbo. Son el futuro. No lo discute. También agrega convencida, “que el libro de papel es un producto único… son incluso sensuales; se puede oler el papel, se pueden ver las gráficas, se puede tocar… el libro no puede desaparecer en absoluto”. La misma argumentación es a la que yo recurría frente a la tozudez de mi padre. Después de la aparición de Kindle Fire ya no puedo decir lo mismo. Son delgados, las páginas pueden tocarse, leerlos de noche sin perturbar a nadie, (tienen su propio dispositivo de luz), traen incorporado el diccionario de la Real Academia Española, permiten subrayar y escribir anotaciones. Los libros digitales son más baratos. Esto no supone que he desertado de los libros impresos.


Para Robert Silvers, editor-fundador de la revista más prestigiosa de libros del mundo, New York Review of Books, las amenazas son reales y a la vez estimulantes. Un desafío insoslayable. Se siente con un pie en el pasado, pero “contento de afrontar el futuro. Estoy en él. La revista está en él”. Ben Bradlee fue categórico ante Cruz. Mi vida periodística —le confesó— acabó antes de Internet, ¡menos mal! Internet lo ha cambiado todo y has de convivir con ello. Está la opción de exigir que los estándares de Internet sean buenos. “Ese es el futuro, pero tengo la suerte, añadió Bradlee, de que no estaré para verlo”. El otrora director de Le Monde, Jean Daniel, vislumbró lo que podría pasar: Un día este periódico podría ser un suplemento en papel de un periódico en Internet. Una combinación impresa y digital. El legendario Eugenio Scalfari, en un invierno crudo en 2008 en Roma, cuando Cruz le leyó la siguiente noticia: “El periodismo de papel acabará, según unos expertos alemanes, en el año 2018”. Con sorna indagó, “¿Dice la hora”. La gran preocupación e interrogante de Juan Cruz es que si habrá una segunda oportunidad para el oficio. La edición y el periodismo atraviesan momentos de angustia.

Antoine Gallimard, el nieto de quien inventó e hizo que Gallimard fuera más que la Académie Francaise, reconoce que se viven otros tiempos. A estas alturas los augurios no son buenos. Entre triste y melancólico el periodista de El País, cree que la catástrofe que se anunció tantas veces en la feria de Frankfurt está a punto de llegar. La divisa atraviesa continentes. El libro se apaga. Eso no es lo que pensamos los editores de libros objetó Gallimard. Como contrapartida expone que las condiciones para que el periodismo se desarrolle son fantásticas. El problema lo registra en idénticos términos en que los exponen los directores de medios: A nadie se le ha ocurrido aún la fórmula exacta del peaje, y el oficio vive haciendo lo que hizo (en papel, en Internet), pero sin saber a ciencia cierta a quién cobrárselo o cómo cobrárselo. La alegría de lo global trajo la euforia de lo gratuito. Un revés del que no pueden librarse. Cruz no se engaña. El horizonte del oficio más bello se ha oscurecido y ahora está más amenazado que nunca.

Siente bajo sus talones el avance arrollador de una nueva época. De no ser así jamás se hubiese impuesto la tarea de saber qué piensan los editores más encumbrados.

Las memorias de Juan Cruz contienen una larga disertación sobre los autores que conoció como editor de Alfaguara y otros tantos que ha entrevistado en su condición de periodista. La conducta del editor de libros dista un mundo del editor de periódicos. Conoce muy bien las dos caras de ambos oficios. Como editor de libros debe mostrarse obsequioso, condescendiente con los autores. Aun cuando no forma parte de las reglas escritas estar contemporizando con sus egos se ve obligado hacerlo. El tiempo del editor de libros queda a disposición de los autores las veinticuatro horas del día. Las llamadas ocurren en horas inesperadas. Su comportamiento resulta un tanto parecido al de médicos, curas y ginecólogos. El teléfono puede sonar en cualquier momento. Deben interrumpir fiestas, cumpleaños y despertarse cuando apenas empiezan a conciliar el sueño, para escuchar sus quejas, aquietar sus incertidumbres, alimentar su egolatría, disipar dudas y elogiar sus libros. La constante presión también proviene de los agentes literarios. Su preocupación radica en que deben preservar las firmas de los escritores de renombre en sus catálogos. El temor a perderlos planea sobre sus cabezas.

Los editores de periódicos se ubican en el otro extremo, su poder es de vida o muerte: tachan, enmiendan, añaden y deciden los títulos cuando no están de acuerdo con las sugerencias de los periodistas. En casos extremos rompen los textos o exigen que se reescriban. Su labor es prima-hermana de los gatekeepers. Los periodistas bajo su mando deben estar disponibles cuando los requieran y pueden mandarlos al carajo si consideran que han sido llamados por una trivialidad. Sobre este aspecto Cruz no habla. Su enfoque está concentrado en desentrañar las señales que anuncian el fin del periodismo. Su preocupación es doble. El desaliento proviene de los clamores que pululan en los predios de las editoriales con el ascenso de las publicaciones de libros digitales y en las salas de redacción, al comprobar el avance arrollador del periodismo digital. Los despidos y reducciones en las contrataciones ante la baja captación de anuncios resultan funestos para sus dueños. Cruz creyó —con evidencias en mano— que había llegado el momento de dejar constancia para la posteridad su andar por esos mundos. Siente que ha llegado la hora del desenlace. Los oficios a los que consagró su vida están a punto de expirar.

Me regodee al leer sus relaciones con autores consagrados, su admiración y cariño por los cuatro autores fundamentales del boom: García Márquez, Carlos Fuentes, Julio Cortázar y Mario Vargas Llosa. Escurre las desavenencias surgidas por incomprensiones a la hora de encomiar algún autor y la falta de interés que le atribuían otros que concedía a sus obras. Arturo Pérez Reverte lo zahería, consideraba que El País lo ninguneaba. El temor a que desertara de Alfaguara lo atormentaba. Las tentaciones que recibía de otras editoriales las llegaba a contar.  Pérez-Reverte y Julián Marías, se hermanan al asumir ellos mismos las funciones de publicistas. Cruz cree que el celebrado autor de La reina del Sur, El tango de la Guardia Vieja y Hombres buenos es el escritor más atento en la defensa de sus intereses. No podría ser de otro modo. Atiende todo el proceso de producción de sus libros: guarda de manera muy celosa los manuscritos, se encarga de la cubierta, los interiores, la publicidad, las campañas de promoción y las fotos que corresponden a cada salida. Una actitud similar asume el autor de Los enamoramientos, Javier Marías.

Las memorias de Juan Cruz vinieron a confirmarme la colusión de intereses entre editoriales y medios de comunicación. Durante el último quinquenio —siendo conservador— he comprobado la laxitud con que proceden y elogian los periódicos, radios y estaciones televisivas, propiedad de los conglomerados mediáticos, ciertas obras literarias. Encomian libros que no lo merecen de forma exagerada con el ánimo de atraer lectores. Una práctica generalizada. Las reglas del mercado terminaron de imponerse. La aparición de textos de baja calidad en los catálogos de editoriales de renombre, —Alfaguara, Mondadori, Aguilar, Anagrama, Random House— resultan alarmantes. Se publica para ganar dinero. Los estadounidenses siempre han llamado industria editorial a la publicación de libros. No olvidemos que ellos son dados a  consagrar best-sellers. No ocultan su propósito. Cruz está convencido que los escritores españoles “están dejándose seducir por los contratos y por los agentes, se han olvidado de los editores, de los críticos, y escriben como si estuvieran maravillados”. Sella su largo viaje con la creencia que las especies peligro de extinción, “siempre tendrán un segunda oportunidad sobre la tierra”.

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Guillermo Rothschuh Villanueva

Guillermo Rothschuh Villanueva

Comunicólogo y escritor nicaragüense. Fue decano de la Facultad de Ciencias de la Comunicación de la Universidad Centroamericana (UCA) de abril de 1991 a diciembre de 2006. Autor de crónicas y ensayos. Ha escrito y publicado más de cuarenta libros.

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