31 de agosto 2016
Washington DC.– Donald Trump, el candidato presidencial nominado por el Partido Republicano de Estados Unidos, ha vuelto a hacer ajustes en la organización de su campaña, probablemente revelando con ello más de sí mismo y su estilo de gestión de lo que quisiera que la gente viera. Pocas campañas presidenciales han tenido cambios de equipos tan caóticos como esta.
Hoy encabezan el equipo de Trump dos personas que nunca han estado a cargo de una campaña presidencial y cuyos instintos políticos se contradicen entre sí.
Kellyanne Conway, su nueva gerente de campaña, es una especialista en encuestas electorales que por años ha analizado datos de estudios de la derecha republicana convencional (el ala derecha del partido es lo que podemos considerar como “convencional”, ya que en esencia su centro ha desaparecido). Durante las primarias republicanas, trabajó para el “súper PAC” que apoyara a Ted Cruz, el encarnizado rival de Trump. Conway es una republicana convencida e inteligente de quien se puede esperar una influencia constante y sensata en la campaña. Si logra imponerse (y si Trump puede atenerse a una línea temática) veremos un candidato republicano más razonable.
Por otra parte, la decisión de Trump de nombrar a Steven Bannon como director ejecutivo de su campaña hace presagiar de todo menos constancia y sensatez. Antes de su nombramiento, Bannon era jefe ejecutivo de Breitbart News, una publicación en línea de extrema derecha e hipernacionalista (de hecho, promueve la superioridad de la raza blanca). Es conocido por ser un nihilista combativo que no se detiene ante nada con tal de ganar.
El nombramiento de Bannon dejó boquiabiertos a los republicanos tradicionales. Trump, que según las encuestas de agosto se encuentra muy a la zaga de Hillary Clinton, ha estado recibiendo presiones cada vez mayores para acercarse a los cuadros dirigentes del Partido Republicano. A menos que adopte un enfoque más tradicional, no podrá atraer a los votantes blancos de los suburbios, un electorado clave que sigue estando en el aire.
No se puede decir precisamente que Bannon aprecie a la dirigencia republicana. Bajo su gestión, Breitbart News atacaba una y otra vez al Vocero Republicano de la Cámara Baja, Paul Ryan. Este verano lo atacó por apoyar un proyecto de ley general para financiar el programa de refugiados sirios del Presidente Barack Obama, y por enviar a sus hijos a una escuela católica privada. Incluso respaldó al oponente de Ryan a las primarias parlamentarias por Wisconsin, un partidario de Trump que acabó rotundamente derrotado (16% a 84%).
Breitbart News también condenó al líder republicano en el Senado, Mitch McConnell, publicando una columna que lo acusaba de una actitud blanda ante Clinton para no perder las buenas relaciones con los donantes que se oponen a Trump.
¿Qué ha producido la dicotomía Conway-Bannon? Las primeras señales sugieren que Conway está suavizando algunos de los rasgos más ásperos del candidato. Por ejemplo, Trump, que nunca se disculpa, manifestó hace poco vagos “remordimientos” por sus ofensas. Lo que es más importante, se ha ido alejando de su dura postura antiinmigración, expresada en promesas como crear una “fuerza de deportación” especial para expulsar a los 11 millones de indocumentados de los Estados Unidos. Sin embargo, no está claro hacia dónde está moviéndose, ni si sus partidarios le permitirán salirse con la suya en lo que respecta a este cambio.
En contraste, parece que Bannon quiere dejar que “Trump sea Trump” y apoyar su rechazo a abandonar la controvertida retórica de las primarias hacia una actitud más “presidencial”. Supuestamente quiere dar rienda suelta a Trump para que siga sus instintos más básicos y escupa veneno a Clinton a medida que se caliente la campaña. Pero eso no caerá muy bien en el electorado que Conway espera conquistar.
Hay pocas razones para pensar que el reordenamiento de su plantilla genere un candidato renovado y más coherente. A lo largo de la campaña ha vacilado mucho entre el buen porte y la belicosidad, algunas veces dentro del mismo día.
En particular, su nombramiento de Bannon sugiere que está desesperado, asustado y confundido. Si bien no está tan claro cuánto desea llegar a presidente, sí sabemos lo mucho que detesta perder.
Y, sin embargo, no parece entender los aspectos básicos de la política presidencial, ni la diferencia entre primarias y la campaña principal. Sigue alardeando de haber derrotado a todos sus oponentes republicanos, aunque, debido a la manera de funcionar del proceso de las primarias, es más fácil derrotar a 16 rivales que a uno o dos.
Trump también confunde a los entusiastas partidarios que acuden a sus actos con el electorado de las presidenciales. No parece enterarse de que lo que dice a sus ardientes seguidores también llega a un público mucho mayor y menos empático. Esa es una de las razones clave de que sus índices bajaran tanto en agosto. Y entonces hizo lo que suelen hacer los candidatos en problemas: cambiar de equipo.
Bannon reemplazó a Paul Manafort, cercano a las elites que detesta y que había intentado fortalecer los lazos de éstas con Trump. Manafort cometió el gran error de intentar hacer que Trump cambiara y decir a los republicanos tradicionales que podría manejárselas con el candidato. Incluso políticos sin un ego tan sobredimensionado como el de Trump vacilarían ante una actitud así.
Para cuando Manafort salió de escena, prácticamente había tirado la toalla y Trump ya no le hacía caso. Mientras tanto, su pasado como asesor y representante de grupos de presión para dictadores incómodos de todo el mundo ya estaba afectándolo. Un ejemplo es su trabajo para el Presidente ucraniano Víctor Yanukovich, aliado del Presidente ruso Vladimir Putin que tuvo que huir a Rusia tras su derrocamiento en 2014.
El Departamento de Justicia de EE.UU. ha comenzado a investigar las actividades de cabildeo de Manafort en favor de Yanukovich, sembrando otra sombra de amenaza a la campaña. Si bien al principio los influyentes hijos de Trump habían favorecido a Manafort, cambiaron de opinión cuando comenzó a atraer la atención errónea de los medios, por ejemplo a través de preguntas sobre la hasta ahora inexplicable afinidad de Trump hacia Putin. Puede que Manafort ya no esté en la campaña de Trump, pero sus vínculos con Ucrania interesarán a la prensa por un buen tiempo.
Aún no termina la campaña presidencial de 2016, por lo que sigue siendo posible que Trump acabe por llegar a la Casa Blanca. Su poco tino para tratar con las personas, que ha quedado tan en evidencia en las últimas semanas, es otra razón que subraya lo peligroso que es esta posibilidad para la democracia estadounidense.
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Traducido del inglés por David Meléndez Tormen
Elizabeth Drew escribe con regularidad en la New York Review of Books. Su último libro es Washington Journal: Reporting Watergate and Richard Nixon’s Downfall (El diario de Washington: el informe de Watergate y la caída de Nixon).
Copyright: Project Syndicate, 2016.
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