29 de agosto 2016
El miedo es una de las emociones más primitivas del ser humano y, aunque no lo parezca, desempeña un papel clave en la política. Hay estudios muy interesantes de psicología social y de sociología política sobre las distintas estrategias de utilización del miedo como instrumento de poder.
El miedo paraliza, en unos casos. En otros el miedo obliga a escapar o a esconderse. Pero hay ocasiones en que el miedo obliga a luchar, aunque sea en condiciones desiguales.
Pero dejaremos para otra ocasión las teorías sobre el miedo y la política. Vayamos a nuestra realidad. Es evidente que el objetivo primordial de un régimen dictatorial es someter a la población. Es decir, doblegar la voluntad de la gente para que acepte sin resistencia las decisiones o imposiciones del dictador. Lo sabemos porque como país lo hemos padecido en carne propia.
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Distintos instrumentos se utilizan para doblegar la voluntad de la gente. Uno de los instrumentos privilegiados es la represión. Pero debemos estar claros de que el propósito de la represión no es garrotear por garrotear, encarcelar por encarcelar o matar por matar. La finalidad de la represión es someter. Someter por la intimidación. Someter por el miedo.
Miedo a perder el empleo. Miedo a la Dirección General de Ingresos. Miedo a que me garroteen. Miedo a que me cancelen la beca. Miedo a que no me permitan litigar o a que no gane ningún caso en los juzgados. Miedo a que no me den el cupo para estudiar medicina. Miedo a que no me den autorización para establecer el negocio. Miedo a que me invadan la propiedad. Miedo de que no me promuevan al cargo a que tengo derecho. Miedo a que retengan las mercaderías en la Aduana. Miedo a que me inventen un delito y me manden a la cárcel. En fin, son múltiples y variados los mecanismos del miedo.
Por la vía del miedo, el régimen pretende paralizar a la gente. Y un pueblo paralizado es el mejor aliado de un régimen dictatorial. Un pueblo paralizado lo acepta todo con resignación. Un pueblo paralizado no habla, no se mueve, no resiste. Un pueblo paralizado es un pueblo en paz. Pero no la paz resultado de la concordia y el contento. Es la paz que emana del sometimiento. Es la paz del miedo. Es la paz de los dictadores.
Resulta evidente que uno de los campos de batalla frente a un régimen dictatorial se despliega precisamente en el territorio del miedo. El somocismo gobernó mientras tuvo capacidad de imponer miedo. Cuando la gente perdió el miedo, hasta allí llegó la dinastía.
En este marco debemos situar la caminata que en repudio de la farsa electoral se realizó el sábado, en Masaya.
Esa acción de protesta es relevante por la cantidad de gente que se movilizó, sin que se alquilara un solo bus. Cada quien, por sus propios medios.
Es relevante porque pudo atravesar Masaya, prácticamente de punta a punta, desde la rotonda situada a la entrada de la ciudad, hasta la plaza Pedro Joaquín Chamorro, en Monimbó. Es relevante por el ánimo de los asistentes. Es relevante por las señoras, mujeres y pobladores que salían a las puertas y ventanas de sus casas con la bandera de Nicaragua en sus brazos.
Pero lo más relevante es que se rompió la barrera del miedo. Ya el encuentro realizado en Acoyapa, el 14 de agosto, promovido por un conjunto de organizaciones chontaleñas revelaba el estado de ánimo de la gente. En Masaya se confirmó.
Debemos tener en cuenta que aún las empresas encuestadoras que tradicionalmente han sido complacientes con el régimen revelan que es una minoría la que respalda a Ortega. Somos mayoría los que queremos un cambio. Un cambio con elecciones de verdad. Un cambio para vivir en un país libertades, derechos y leyes. Un cambio para vivir en un país con oportunidades para todos. La inmensa mayoría de los nicaragüenses somos gente decente. Queremos vivir en un país decente, con un futuro decente, gobernado por gente decente.
Pero esta mayoría que somos debe expresarse públicamente. Debe expresarse en las calles. Debe expresarse en conversaciones con los familiares, con los amigos, con los vecinos, en el trabajo, en el colegio, en las universidades. Somos mayoría y no podemos permitir que una minoría nos haga prisioneros de su voluntad. No podemos permitir que una minoría nos conduzca al abismo.
El desafío que tenemos por delante, cada uno de nosotros, es vencer el miedo. Es la primera batalla que debemos ganar.
Cuando el pueblo pierde el miedo, el régimen, cualquiera que sea, ya perdió la pelea.
Tenemos que llevar el espíritu de Masaya a cada municipio del país para repudiar la farsa electoral y preparar las condiciones para el cambio de régimen.
Somos mayoría y podemos lograrlo.