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La globalización es la única respuesta

Ningún país puede generar prosperidad a largo plazo para su población por sí solo

Anabel González

11 de agosto 2016

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Washington.– El referéndum para decidir la salida del Reino Unido de la Unión Europea (brexit) y las elecciones presidenciales en Estados Unidos han mostrado, entre otras cosas, que la falta de confianza pública en la integración global va en aumento. Esa desconfianza podría descarrilar los nuevos acuerdos comerciales que están en proceso de negociación e impedir que se inicien otros en el futuro.

El peligro implícito de este escenario no debería subestimarse. El aislacionismo y el proteccionismo, llevados al extremo, podrían poner en peligro el motor económico del comercio que ha traído paz y prosperidad al mundo durante décadas.

Como exministra de Comercio de Costa Rica, sé cuán difícil es para los países –desarrollados y en desarrollo por igual– diseñar políticas comerciales que beneficien a toda su población. Pero porque manejar los efectos de la globalización es complejo, no significa que deberíamos rendirnos y desistir.

En el mundo en desarrollo, el comercio ha generado un alto crecimiento y avances tecnológicos. Según el Banco Mundial, desde 1990 el comercio ha ayudado a reducir a la mitad la cantidad de personas que viven en situación de pobreza extrema.  Estos logros, aunque notables, no son necesariamente permanentes. Si los países de ingreso alto cierran su acceso  –y el de sus consumidores– a los mercados mundiales, son los más pobres del mundo los que más sufrirán.


El comercio prospera en un entorno abierto de participantes que actúan de buena fe y regido por reglas claras. A falta de esto, las fuerzas de la globalización pueden transformar la cooperación en conflicto. Por eso los encargados de formular políticas deberían concentrarse en cuatro ámbitos.

En primer lugar, los países deberían desmantelar sus medidas proteccionistas, y comprometerse firmemente a no implementar políticas que distorsionen los mercados mundiales.

Segundo, los países deberían aunar esfuerzos para actualizar las normas internacionales que rigen el comercio  a fin de responder a las cambiantes condiciones económicas, y tienen que implementar efectivamente los acuerdos negociados.

En tercer lugar, los países  e instituciones como la Organización Mundial del Comercio deberían trabajar en conjunto para eliminar las barreras que aumentan los costos del comercio. En particular, deben abolir los subsidios agrícolas, eliminar las restricciones al comercio de servicios, mejorar la conectividad, facilitar el comercio transfronterizo y la inversión, y aumentar el financiamiento para el sector.

Por último, y lo más importante, los países ricos deberían respaldar los esfuerzos de los países en desarrollo para integrarse más a  la economía mundial. Visto el impacto del comercio en la reducción de la pobreza, esto es un imperativo moral; es además indispensable para la paz y la estabilidad.

Es claro que el comercio debe generar beneficios para todos los países y para todas las personas, desde aquellos trabajadores que sufren por los cierres de plantas en Europa o Estados Unidos hasta los agricultores de subsistencia que se encuentran atrapados en economías informales en África y Asia del Sur. Sin embargo, aquellos que sugieren que el comercio es un juego de suma cero están simplemente evitando referirse a las preguntas difíciles: ¿quién debería asumir los dolorosos costos de los ajustes provocados por el comercio y las nuevas tecnologías? ¿Qué políticas podrían facilitar que las personas desplazadas puedan buscar nuevas oportunidades? ¿Cómo pueden los países mantener el crecimiento basado en la productividad en una época de trastornos frecuentes y repentinos?

Los desafíos de la integración global no son nuevos, pero tampoco pueden ser ignorados. Los encargados de políticas deberían prestar atención a las enseñanzas de la historia económica. Por encima de todo, deberían considerar que incluso durante periodos anteriores de rápido cambio tecnológico, muchas más personas se beneficiaron del comercio libre y abierto que de las barreras proteccionistas.

Ningún país en el mundo de hoy puede aislarse de los bienes, servicios, capital, ideas o personas del exterior. Más bien, los líderes deberían promover más comercio para incluir a más personas. Para ello es necesario adoptar reglas internacionales para gestionar la apertura y la interdependencia; establecer redes de protección social más sólidas; invertir en innovación, educación y capacitación, e infraestructura, y crear un entorno regulatorio más propicio para las empresas y los emprendedores con el fin de fomentar un mayor y más inclusivo crecimiento.

Ningún país puede generar prosperidad a largo plazo para su población por sí solo. Mayor cooperación internacional e integración económica son el único camino posible.

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Anabel González es Directora Senior de la Práctica Global sobre Comercio y Competitividad del Grupo Banco Mundial.
Copyright: Project Syndicate, 2016.
www.project-syndicate.org

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