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Lectores de novelas y cuentos

Los novelistas y cuentistas nos abren una de las puertas de la imitación, de la cual aprendemos desde que nacemos

Pexels.com | Creative Commons

Francisco Bautista Lara

27 de julio 2016

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“Los humanos pasamos la vida imitando… De repente vamos apoderándonos
de la memoria de otro y sin percatarnos, ahogamos nuestra existencia…”
Encuentro

Las novelas y los cuentos son realmente una trampa, se dice que son para divertirse y distraerse, pero esa afirmación es una falacia, “falsa de toda falsedad”, como dirán los litigantes del Derecho (que tampoco es tan “derecho” como dicen), siempre he creído eso, coincido con el ensayo titulado Leer la mente. El cerebro y el arte de la ficción (2011), del escritor mexicano Jorge Volpi Escalante (1968), miembro de la denominada “Generación del Crack”, en ruptura con el “Postboom latinoamericano” –algunos la llaman “Literatura postmoderna”-, de ellos, Pedro Ángel Palou afirma: “A la ligereza de lo desechable y de lo efímero, las novelas del Crack oponen la multiplicidad de las voces y la creación de mundos autónomos”.

Son también tramposas porque parecen verídicas, pero lo que dicen son “puro cuento”, puras mentiras, son una trama montada con astucia y halagos para confundir la realidad y la imaginación, invenciones o recreaciones de la presunta realidad, juntando piezas de distinto origen, tiempo, lugar y circunstancia, mezclando caracteres diversos en los personajes, en donde ninguno es idéntico a lo existente y a la vez, todos, o casi todos, han sido hechos a partir de existencias imaginadas, vividas, propias y ajenas, actuales, pasadas o futuras… El arte de la ficción es engañar por las media verdades, que es lo peor, porque no son mentiras evidentes, y a la gente que lee literatura (no son muchos), aunque parezca mentira, le gusta, le fascina que la engañen, es la mentira que buscamos la que nos hace feliz, nos relaja. Algunos prefieren los engaños sutiles y otros los evidentes, saben que les están mintiendo y lo disfrutan. ¿Por qué? ¿Dónde radica la clave de este asunto tan placentero?

Volpi contradice la tesis que muchas veces ha planteado que la ficción literaria carece de un fin práctico y que sólo busca, al igual que las manifestaciones artísticas en general, “el goce estético”. Afirma que el arte pretende “ayudarnos a sobrevivir y hacernos auténticamente humanos”: “somos humanos gracias al arte”. En particular, el arte de la literatura de ficción nos ayuda adivinar los comportamientos de los otros y a conocernos a nosotros mismos.


La experiencia particular en el prolongado proceso de estudio y reflexión que implicaron mis tres novelas: Rostros ocultos (2005), Manantial (2013) y Encuentro (2015), me llevan a valorar la importancia de observar el entorno, de no ser indiferente a las circunstancias y los comportamientos humanos (individuales y colectivos), como insumo principal de la ficción que pasa a ser, desde el autor y los lectores anónimos, parte de la nueva realidad que ha sido creada a partir de las evidencias. No es cierto que vemos con certeza la realidad circundante, tan solo lo percibimos (con los lentes multicolores de cada uno), y una vez percibida, la recreamos, la arreglamos a nuestra manera y desde el desconocido interior de cada quien, acomodamos las cosas y después, las proyectamos en nuestro comportamiento, en nuestras expresiones y sensaciones. Es una especie de fructífero círculo vicioso, captamos, procesamos lo captado y lo regresamos, nosotros y otros, volvemos de nuevo al ciclo que va acumulando una multitud de supuestos en los que terminamos creyendo con firmeza y son los que determinan lo que somos, o creemos ser, ¿quién sabe?

“Somos rehenes de la ficción”, y agrego: “nos complace serlo”. Nos gusta imaginarnos o vivir, mientras leemos otras vidas, distintas a la nuestra o similares, nos distraen esas divergencias y nos encarnamos en el personaje que queremos imitar o rechazamos, asimilamos sus estados de ánimo y nos trasladamos, de nuestra posición de lector pasivo, a la de un lector activo, que entra en la ficción y complementa lo que el texto no dice, nos incomoda el autor que va por un rumbo que no nos gusta o nos complacemos. No necesitamos ver las imágenes de las escenas que narran ni el rostro de los personajes, cuando sucede, en textos ilustrados o películas basadas en relatos leídos, solemos desencantarnos, porque restringe nuestra imaginación que se goza expandiéndose en la soledad y el silencio, en la intimidad de la mente, como una terapia necesaria o un ejercicio sicológico y mental de subsistencia y evasión.

Entonces, según el ensayista mexicano, cuando nos referimos a la belleza estética del texto, debemos reconocer que “no es más que un anzuelo”, para atrapar nuestra atención y llevarnos adonde nos quiere llevar, o adonde nos gusta ir. Es un placer fecundo y creativo para alimentar nuestro cerebro ansioso de novedades y nuestra emotividad en busca de emociones, a veces extremas, que nos pueden deprimir y excitar, que en la aparente serenidad del lector silencioso, se agitan las neuronas y aceleran las palpitaciones cardíacas, y algunos, los desinhibidos y espontáneos, sueltan el llanto y ríen a carcajadas ante las provocaciones del texto. Después vagarán en nosotros las imágenes relevantes, algunas quedarán, otras, el tiempo borrará de la memoria, pero sin dudas, se agregarán a lo que somos en el subconsciente que alimentamos desde la conciencia y viceversa.

Desde niño, aprendemos de las simulaciones, de lo que vemos, escuchamos, percibimos y leemos. La lectura nos permite imaginar lo que no sabemos, suponemos o hemos experimentado, comparamos los hechos con lo que conocemos y sacamos deducciones que se van modificando. La ficción es un desahogo de lo que no nos atrevemos o no podemos, de lo que apenas sospechamos, de lo que no podemos tocar, nos libera y a la vez nos hace dependientes ¿De cuántos libros estamos hechos? ¿De cuantas experiencias hemos venido siendo constituidos? Somos lo que comemos, somos lo que leemos. Al leer, podemos tener la posibilidad de comprendernos y comprender mejor a los otros, talvez podríamos ser mejores personas, pero eso no es una certeza, solo un supuesto, ¿qué es ser mejor persona? ¿La cordura o la locura?, ¿el ignorante o el letrado? depende lo que nos metamos en la cabeza y de las transformaciones que, a partir de ello, asumamos. Allí está, por ejemplo, don Alonso Quijano, con los libros de caballería, que lo llevaron a ser Don Quijote, por fortuna, hombre noble y comprometido con las causas en las que creía, aunque solo él imaginaba, ¿qué importa?

La ficción es necesaria, es una herramienta indispensable para conocer nuestra naturaleza y evolucionar, para interpretar nuestra existencia y descubrir. Los contadores de historias ficticias, los novelistas y cuentistas, nos abren una de las puertas de la imitación, de la cual aprendemos desde que nacemos. Nos llaman la atención las imágenes, los ruidos, los silencios, los colores, queremos escuchar historias breves y después aprendemos a leerlas. Cada lectura actualiza nuestros referentes, borra, agrega o confirma, modifica o reinventa los códigos mentales y emocionales en constante reelaboración, hasta que un día, queden como una página en blanco para volver a empezar... en otro. Es el hambre insaciable de buscar y encontrar, para volver a buscar y seguir encontrando hasta que cese el hambre y cese la búsqueda, como argumentamos en nuestra última novela: Encuentro.

www.franciscobautista.com


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Francisco Bautista Lara

Francisco Bautista Lara

El autor es escritor, académico y consultor nicaragüense, especialista en seguridad ciudadana y policía. Economista, master en Administración y Dirección de Empresas.

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