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Aproximaciones a un enigma

Hemos pasado de un marco relativamente claro del actuar de Ortega a un clima no sólo de desconcierto, sino de palpable temor e inseguridad

Un manifestante contra el gobierno de Daniel Ortega. Carlos Herrera | Confidencial.

Gioconda Belli

28 de junio 2016

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¿Qué le pasa a Daniel Ortega? Creíamos que había aceptado convivir con ciertas reglas del juego democrático y que las encuestas y los altos números de favor popular para él y Rosario Murillo, le permitirían continuar la sui-generis política de zanahoria y garrote que llevaba hasta ahora. Yo hasta me atreví a sugerir que la praxis de este gobierno se podía calificar como una “dictablanda”. Lo dije pasándome yo misma de democrática, en el sentido de que a menudo el discurso que tildaba de “dictador, tirano y otro Somoza” a Ortega, me parecía demasiado similar al tono sandinista de los ochenta, y al mismo tono que usa Ortega. Son discursos blanco y negro, pensaba yo. No hay ningún chance de inclusión o de comprensión de las razones del disenso mutuo. Parece que el uno solo pudiera existir si el otro no existe. Y la verdad es que, como ciudadanos del mismo país, tendríamos que aspirar a poder coexistir, no importa cuán diferentes sean nuestras ideas.  Quienes abogamos por la democracia, no podemos sonar iguales que un liderazgo populista que no ha tenido empacho en devorar a los propios hijos del partido antes que soportar sus desacuerdos.

Triste ha sido darme cuenta que mi pequeño optimismo político era infundado, y que hablar de dictadura o de la sombra de Somoza, no ha sido prematuro o vano, aunque siga pensando que es necesario otro lenguaje.

Así que ya estamos en el populismo puro y duro que aborrece la democracia y que ha logrado, a través de la manipulación de leyes e instituciones, conservar el espejismo de una formalidad democrática, mientras vacía de contenido y obstaculiza la participación en el juego político de ese sector de la población, grande o pequeño, que no piensa de la misma manera.

El endurecimiento de las últimas semanas, me atrevo a afirmar, es una directa consecuencia de los problemas de Nicolás Maduro con una oposición cada vez más capaz de señalar responsabilidades y malos manejos y cada vez con más respaldo popular. Sumemos a eso alguno que otro consejito: “no dejes que la oposición exista, chico, córtala por lo sano antes de que tenga oportunidad de crecer. Mira lo que pasa en Venezuela.”  En el esquema populista radical de Ortega, la idea de elecciones libres, de alternabilidad en el poder, es un truco burgués. Esa fue la manera de pensar de la izquierda hasta la crisis del socialismo real. El fracaso de este, condujo a una crisis ideológica que dio dos resultados: una parte de la izquierda se democratizó; se dio cuenta de que un socialismo impuesto a base de la privación de libertades, no construía ni al hombre nuevo, ni la sociedad justa. Otra parte abrazó el populismo: libre mercado, manipulación de las culturas populares y un reducido espacio democrático basado en “elecciones” amarradas para que se acepte el modelo a nivel internacional. Pero Ortega ya vio lo que pasó con el peronismo en Argentina, en Bolivia con el referéndum de Evo, y ve lo que pasa en Venezuela. Él no quiere que en Nicaragua exista esa alternativa. La receta más fácil: terminar la oposición antes de que levante cabeza y se organice.


Es interesante que le quita la representación legal al PLI a Eduardo Montealegre justo cuando este había logrado alguna tracción con la elección de Luis Callejas y Violeta Granera como fórmula; y con personas conocidas como Berta Valle o Ana Margarita Vijil, dispuestas a ser diputadas. Luis y Violeta, me atrevo a especular, habrían logrado entusiasmar a buen número de gente del campo y de las ciudades, porque son un binomio honesto, caras nuevas, más jóvenes. Además durante los procesos electorales, la gente suele abrir su percepción a lo que está bien o mal a su alrededor y siempre los partidos que no gobiernan pueden prometer más. El punto es que Ortega cortó las alas de una alternativa opositora configurada sobre una alianza amplia. La Suprema le sirvió en bandeja el litigio engavetado hacía cinco años. Rosales y Solís se prestaron disciplinados al juego, si es que no le dieron la idea y zas, cayó la guillotina.

No se asombre nadie que multitudes no hayan salido a la calle a protestar. La figura de Eduardo Montealegre no arrastra mucha gente. Si Luis y Violeta y Ana Margarita y Berta u otros diputados hubiesen estado en campaña más tiempo, de seguro podrían haber reunido buenas concentraciones, pero el régimen no les dio tiempo. Fue una operación quirúrgica con unos drones llamados Rosales y Solís. Ambos bien conocidos por otros “fallos” legalmente insostenibles, pero “artísticamente” construidos.

Paradójicamente, la maniobra fue tan burda y la guillotina tan obvia que a la larga lo que lograron fue deslegitimar las elecciones y legitimar a la oposición.

Luego están las expulsiones que tienen tan preocupado al COSEP, que hasta ahora ha sido interlocutor contento de Ortega. Un profesor y dos trabajadores de las Aduanas (los tres ciudadanos de EE.UU.),  según dicen los medios, expulsados a menos de 24 horas de estar en el país. Una investigadora mexicana acosada hasta que se marchó y los seis internacionalistas de ese movimiento del Buen Vivir que fueron acusados de manejar explosivos primero y después declarados inocentes, pero deportados y puestos, como quién dice, “de patitas en las fronteras norte y sur”. Hasta ahora eso no se había visto. Nicaragua ha sido un país abierto. Reporteros e investigadores de todas las nacionalidades se han podido reunir, no con el gobierno, pero sí con gente pro y contra del mismo. De un sopetón, se cambiaron las reglas en estas últimas semanas. Una medida ciertamente extraña por no decir innecesaria, pues no hay nada conocido que lo justifique. EE.UU. ha estado de lo más amable con este gobierno y la embajadora Dogu fue de lo más diplomática aún en sus quejas.

Lo que sí hay que decir es que hemos pasado de un marco relativamente claro del actuar de Ortega a un clima no solo de desconcierto, sino de palpable temor e inseguridad. ¿Era necesario? Sería que, como en Roma, alguien consultó el oráculo, vio desastres y decidió impedir los malos augurios?

Imposible saberlo. Solo podemos aproximarnos a una respuesta y esperar que se recapacite. Quizás los que dan las órdenes realicen que los malos augurios se cumplieron todos al otro lado del Atlántico con el Brexit, y no siembren más vientos, ni invoquen tempestades.

 

Managua, junio 28, 2016


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Gioconda Belli

Gioconda Belli

Poeta y novelista nicaragüense. Ha publicado quince libros de poemas, ocho novelas, dos libros de ensayos, una memoria, y cuatro cuentos para niños. Su primera novela “La mujer habitada” (1988) ha sido traducida a más de catorce idiomas. Ganadora del Premio La Otra Orilla, 2010; Biblioteca Breve, de Seix Barral (España, 2008); Premio Casa de las Américas, en Cuba; Premio Internacional de Poesía Generación del ‘27, en España y Premio Anna Seghers de la Academia de Artes, de Alemania; Premio de Bellas Artes de Francia, 2014. En 2023 obtuvo el premio Reina Sofía de Poesía Iberoamericana, el más prestigioso para la poesía en español. Por sus posiciones críticas al Gobierno de Daniel Ortega y Rosario Murillo, fue despatriada y confiscada. Está exiliada en Madrid.

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