20 de junio 2016
La esperpéntica acción de José López al intentar introducir casi nueve millones de dólares a través de los muros de un convento de clausura ha mostrado el verdadero rostro del kirchnerismo y su vinculación con un extendido esquema de corrupción. Durante mucho tiempo se ha querido vender a través de un relato bien estructurado que kirchnerismo y progresismo eran sinónimos y que el matrimonio Kirchner era la punta de lanza del socialismo del siglo XXI en Argentina.
Para todos aquellos que no lo sabían, o no lo querían saber pese a las incontables evidencias, el populismo instalado durante 12 años en Argentina tenía entre sus objetivos el enriquecimiento de sus principales dirigentes y allegados. El kirchnerismo no rechazó el sistema capitalista porque era un capitalismo de amigos.
Pese a su nombre y apellido corrientes, José López no era un cualquiera en la estructura kirchnerista. Era un auténtico pingüino que acompañó a Néstor Kirchner en la gobernación de Santa Cruz como responsable de las obras públicas provinciales. Tras el desembarco K en la presidencia, ocupó cargos relevantes en el ministerio de Obras Públicas durante 12 años y siempre tuvo línea directa con el matrimonio presidencial. Salvo que fuera un agente plantado por la KGB durante la Guerra Fría es muy difícil calificarlo de infiltrado en el movimiento social y popular, como apuntó una Hebe Bonafini cada vez más desconectada de la realidad.
Las fotos de fardos repletos de billetes de 100 dólares fueron una bofetada para muchos argentinos que aún recuerdan escenas similares en un antro propiedad de Lázaro Báez, otro millonario hecho a sí mismo y también salido de las entrañas kirchneristas. Ahora bien, el episodio del convento puede suponer un antes y un después en la trayectoria política de Cristina Fernández y en sus pretensiones de volver al poder. A partir de aquí todo indica que podría haber comenzado el declive del kirchnerismo, un grupo condenado a convertirse en un referente residual en la vida política argentina.
El Frente para la Victoria (FPV), denominación oficial del peronismo kirchnerista, ha visto cómo su fuerza parlamentaria continua menguando inexorablemente. Tanto en el Congreso como en el Senado nacionales muchos han roto la disciplina partidaria y algunos más podrían hacerlo en un futuro próximo. En el Parlasur (Parlamento del Mercosur), López es el segundo diputado regional afectado por escándalos de corrupción. La primera fue Milagro Sala, dirigente kirchnerista de Jujuy, que lleva tiempo encarcelada por distintas causas. Los esfuerzos bolivarianos por convertirla en una perseguida política han fracasado de forma notoria.
La imagen de Cristina Fernández no deja de caer, junto con sus opciones de futuro y las de su hijo Máximo. Un 63% de los argentinos cree que ella estaba al tanto de lo ocurrido y que la corrupción no era ajena ni a su gobierno ni al FPV. De ahí que uno de los principales temas de discusión sea el futuro político del kirchnerismo y de sus más connotados dirigentes, especialmente aquellos que no se han distanciado de la señora, como Axel Kicillof. En relación directa con todo esto está la actitud del peronismo y su reorganización, así como su impacto sobre el actual gobierno y su continuidad, con el obvio trasfondo de las elecciones de medio término de 2017.
Señalaba en esta Ventana en noviembre pasado, tras la victoria de Mauricio Macri en la segunda vuelta, las dificultades de Fernández para mantenerse como referente político y retornar triunfal a la presidencia en 2019. Su alejamiento del poder, la pérdida del control de los resortes del estado, comenzando por los presupuestos y siguiendo por los medios de comunicación, advertían lo peor. Si bien entonces mantenía ciertas expectativas y buena parte del peronismo tradicional seguía condicionada por las mismas conductas serviles repetidas durante 12 años, hoy las cosas han cambiado y los mecanismos de ciega obediencia o de deferencia se han quebrado o están a punto de hacerlo.
Muchos referentes peronistas, incluyendo gobernadores o ex gobernadores, ya hablan abiertamente del fin del kirchnerismo. La pérdida del miedo de unos facilita el de los otros y así sucesivamente. Pero a diferencia de momentos anteriores no será sencillo reconstruir el peronismo ni encumbrar nuevos liderazgos. El peronismo actual no se parece en nada al de comienzos del siglo XXI, cuando decidió virar al populismo bolivariano tras el gran abrazo de Hugo Chávez y Fidel Castro.
Bajo el impacto del viento de cola de los prodigiosos precios de las materias primas, centenares de miles de argentinos salieron de la pobreza y se incorporaron a las clases medias. Y si bien no sabemos a ciencia cierta su número, ya que otra de las virtudes de la “década ganada” fue el falseamiento sistemático de las estadísticas con fines políticos, sí conocemos sus nuevas demandas y exigencias al gobierno y a la dirigencia de los partidos. Entre ellas, su menor tolerancia a la corrupción. Brasil y Guatemala son dos casos del fenómeno, pero no los únicos.
El suceso, por llamarlo de alguna manera, de los dólares de López y el declive del kirchnerismo hasta su probable desaparición muestra que en política no hay atajos. Mucha gente bienintencionada quería construir una opción de izquierda progresista, defensora de las libertades y de la igualdad social, aunque también hubo numerosos oportunistas ansiosos de medrar. Unos y otros se subieron al tren del populismo kirchnerista, contemplado como una poderosa arma de futuro. Pero la realidad es más terca que la utopía y más allá de las promesas la corrupción del régimen los condujo al fracaso más estrepitoso. Pensar que Chávez o los Kirchner iban a construir el socialismo del siglo XXI era tanto como creer que el rey desnudo estaba ataviado con ricas telas y bordados.
Publicado originalmente en Infolatam.