4 de junio 2016
Este martes, el secretario general de la OEA, Luis Almagro, invocó el artículo 20 de la Carta Democrática Interamericana para "promover la normalización de la institucionalidad democrática en Venezuela". Por primera vez desde que existe la casi eterna crisis venezolana, al menos Almagro, y seguramente algunos países más, recurren a este instrumento para atender una de las crisis humanitarias, políticas, diplomáticas y de derechos humanos que ha vivido América Latina en tiempos recientes.
El secretario ha convocado al Consejo Permanente de la OEA a una reunión entre el 10 y el 20 de junio para atender "la alteración del orden constitucional y democrático de Venezuela". Almagro ha resultado ser notablemente audaz y valiente en este tema, y sin duda cuenta con el respaldo de algunos países, pero lo más importante tanto para la convocatoria del Consejo Permanente como para obtener las dos terceras partes de la votación de los miembros y aplicar la Carta Democrática Interamericana al caso de Venezuela, será la posición de los tres grandes.
Empecemos con Argentina. Por un lado, Mauricio Macri ha sido muy explícito en su defensa de la democracia y los derechos humanos en Venezuela y su repudio al régimen cada día más dictatorial de Nicolás Maduro. Sin embargo, las muy legítimas aspiraciones de su canciller, Susana Malcorra, para aspirar al cargo de secretaria general de la ONU han puesto en entredicho la voluntad del gobierno argentino para seguir por esta vía. Sin el apoyo de Venezuela y sus aliados en el Caribe y en Centroamérica, especialmente Cuba, es poco probable que Malcorra pueda surgir como una candidata viable. Por tanto, la posición argentina se antoja ambigua.
En el caso de Brasil, el nuevo canciller, José Serra, ha insinuado que la postura del PT, es decir de Lula, de Dilma Rousseff y de Marco Aurelio García sobre Venezuela va a cambiar radicalmente. Esto representaría un golpe quizás mortal para Maduro y el chavismo en Caracas. Sin embargo, una cosa es decir que va a cambiar la política exterior brasileña y otra muy distinta es traducir eso en votos y posiciones en el Consejo Permanente de la OEA, y ante la gestión del secretario general de invocar la Carta Democrática Interamericana.
Por último, México. La canciller Ruiz Massieu ha cambiado la política de su predecesor de apoyo tácito y de complicidad con Maduro, enhorabuena. Sin embargo, de ahí a que México asuma un papel protagónico de defensa de la Carta Democrática Interamericana parece haber un gran trecho. Se trata de un instrumento hemisférico injerencista, aunque no intervencionista. Al PRI no le gusta. Ruiz Massieu ha insinuado que está dispuesta a revisar el respeto reverencial de los priistas por el anacrónico principio de No intervención. Esta sería una magnífica oportunidad para ella de demostrarlo en los hechos.