1 de junio 2016
Cambridge.– En una de sus semanas típicas, terminando mayo, Donald J. Trump, virtual candidato republicano a la presidencia de los Estados Unidos, volvió a ser noticia. Llamó “violador” a un popular expresidente, cambió de posición en relación con una política tras otra, alardeó con que su compañero de fórmula podría ser “cualquiera” que lo apoye y dijo a la Asociación Nacional del Rifle que Hillary Clinton, la probable candidata demócrata, “sacará de la cárcel a criminales violentos”.
En un nivel tal vez más preocupante para la política internacional, cuando apenas habían pasado horas desde la caída de un avión de EgyptAir en el Mediterráneo, y mucho antes de que se conocieran hechos ciertos, Trump comenzó a expresar sus propias conclusiones sobre lo que había sucedido y a denunciar la “debilidad” estadounidense ante el terrorismo.
Al parecer, ya casi nadie intentará impedir la candidatura de Trump; los republicanos del establishment parecen decididos a aceptar la captura de su partido por un rufián grosero, narcisista, sin preparación e impredecible. Un representante del Partido Republicano que fue auxiliar en el Senado lo explicó en estos términos: “Es mejor montar la bestia que tratar de ignorarla”.
Y los que trataron de ignorarla fueron indudablemente muchos. Apenas Trump anunció a mediados del año pasado su intención de presentarse para la presidencia por el Partido Republicano, politólogos y expertos comenzaron a hallar razones convincentes para desestimar su candidatura.
Yo no estaba tan segura, porque evalué la aparición de Trump y sus posibilidades en el contexto de mis investigaciones de la derecha estadounidense. En 2010 y 2011, Vanessa Williamson y yo estudiamos las fuerzas populares y de élite que llevaron al surgimiento del Tea Party y ayudaron a correr al Partido Republicano más a la derecha.
Más cerca en el tiempo, trabajé con Alexander Hertel-Fernandez y otros investigadores para descifrar diversos cambios en la política partidaria conservadora, que incluyen un aumento de la influencia de Charles y David Koch, dos hermanos multimillonarios cuya red de centros de estudio y organizaciones activistas alentó una agenda económica extrema de libre mercado entre los candidatos y funcionarios republicanos en los niveles de los gobiernos federal y de los estados. Tironeado en varias direcciones por donantes plutócratas y airados populistas nativistas, el Partido Republicano se convirtió en presa fácil para alguien como Trump.
Ya a inicios de la presidencia de Barack Obama, conforme los populistas del Tea Party pasaron al centro de la escena, Trump se volvió popular promoviendo los intentos de deslegitimar al primer presidente negro de los Estados Unidos. Una encuesta de opinión de abril de 2011 sobre la campaña presidencial del año siguiente halló que Trump aventajaba a todos los contendientes del Partido Republicano, con un apoyo especialmente fuerte de los republicanos convencidos de que Obama (como repetía Trump) no cumplía el requisito constitucional de haber nacido en Estados Unidos.
Trump no se presentó en 2012, pero los simpatizantes de base del Tea Party ya tenían los ojos puestos en la inmigración ilegal y el odio a Obama. En el transcurso de las primarias de ese año, al menos la mitad de los votantes republicanos trataron una y otra vez de hallar una alternativa al que terminaría siendo el candidato por su partido, Mitt Romney, pero no lograron unirse en torno de un contendiente viable.
El hecho de que los líderes republicanos no pudieran detener a Obama en 2012 ni revertir sus políticas intensificó la furia de los republicanos populistas contra su propio partido. A inicios del ciclo electoral de 2016, parecía claro que muchos buscarían un candidato “antiestablishment” unificador.
En un intento de apropiarse de esta rebelión de los votantes, el senador tejano Ted Cruz se enfrentó repetidas veces a los líderes del Partido Republicano en el Congreso. Pero Trump, conocedor del funcionamiento de los medios, atacó a Cruz y a los demás contendientes por sorpresa. Ya desde mediados de 2015, adoptó una retórica extremista de nativismo, islamofobia y resentimiento contra las élites del Partido Republicano. Y los medios le proveyeron hasta 2000 millones de dólares en cobertura gratuita, que lo ayudó a obtener y mantener la delantera en las encuestas y la mayoría de las primarias.
Suele creerse equivocadamente que el núcleo del apoyo a Trump está formado por trabajadores fabriles desplazados y sumidos en la incertidumbre económica. En realidad, el ingreso anual medio de sus votantes es alrededor de 72 000 dólares, muy por encima de la mediana estadounidense de 56 000 dólares. Sus simpatizantes se parecen a los del Tea Party: son predominantemente varones mayores blancos de clase media. Como la mayoría de los republicanos, dicen tener temor por la economía, pero los diferencia el hecho de no creer en la legitimidad de Obama, el rechazo a la inmigración y el resentimiento por la supuesta decadencia nacional de Estados Unidos.
Entre los simpatizantes de Trump es más probable hallar estereotipos negativos sobre los negros y los hispanos que entre los otros republicanos. Y parece bastante probable que, como descubrimos en relación con el Tea Party en 2011, los simpatizantes de Trump estén de acuerdo con las prestaciones sociales para “estadounidenses reales” como ellos, al tiempo que se oponen al gasto público destinado a minorías y gente de bajos ingresos.
De modo que la agenda de Trump se parece a la de muchos partidos populistas europeos: una mezcla de rechazo a la inmigración, patriotismo económico y beneficios sociales para los ciudadanos nativos. Pero ningún partido estadounidense importante ofreció un programa similar, e incluso ahora se le oponen los líderes y principales donantes del Partido Republicano que durante los años de Obama corrieron al partido más hacia una postura derechista de libre mercado. En el Congreso y en las legislaturas de los estados, los republicanos adhieren a posiciones extremas generalmente impopulares: reducción de impuestos a los ricos, desregulación para las empresas, recorte de los programas sociales y límites a las actividades de los sindicatos.
Pero es probable que el extremismo de libre mercado del Partido Republicano le haya resultado contraproducente. Cuando casi todos los contendientes republicanos para 2016 suscribieron esa agenda, Trump aprovechó la oportunidad para promover el nativismo y el proteccionismo con la promesa de poner a “Estados Unidos primero”. En los comentarios despectivos de Trump sobre los inmigrantes hispanos, las mujeres independientes y las minorías “arribistas”, su base de simpatizantes oye una promesa de “hacer a Estados Unidos grande otra vez” reafirmando la hegemonía del varón blanco.
Nada de qué sorprenderse. Las élites del Partido Republicano llevan años jugando con fuego al alentar el nativismo populista y los temores racistas para movilizar a los votantes blancos de más edad. La continua difusión de alusiones racistas en los medios conservadores estadounidenses ya había degradado por completo el discurso del Partido Republicano, mucho antes de que apareciera el candidato Trump, quien de por sí es una persona de los medios.
¿Puede Trump ganar realmente? Los funcionarios republicanos electos, temerosos de enfrentarse al sentimiento de los votantes, comienzan a declararle su apoyo. Si bien algunos donantes ricos están redirigiendo su dinero hacia candidatos al Congreso y de nivel de los estados, muchos otros ya adhirieron a Trump, y otros lo harán más tarde, en la medida en que parezca capaz de vencer a Clinton.
En cualquier sistema bipartidario tan polarizado y parejo como el actual sistema electoral estadounidense, una sola crisis (por ejemplo, un atentado terrorista) puede bastar para inclinar la balanza. Los políticos, donantes y líderes de grupos activistas del Partido Republicano ahora tratan de convencerse de que con Trump instalado en la Casa Blanca, podrán manejarlo para que implemente la agenda republicana. Ya hay en juego una designación crucial para el Tribunal Supremo, y Paul Ryan, líder de la Cámara de Representantes, tiene listo un presupuesto de recorte del gasto público para que lo firme un presidente republicano.
Ryan, que todavía no apoyó oficialmente a Trump, comenzará a recibir cada vez más presiones para que lo haga. Los republicanos montarán la bestia que crearon, y esperarán que no los devore.
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Traducción: Esteban Flamini
Theda Skocpol, profesora de Gobierno y Sociología en la Universidad de Harvard, es coautora de The Tea Party and the Remaking of American Conservatism [El Tea Party y la reconstrucción del conservadurismo estadounidense].
Copyright: Project Syndicate, 2016.
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