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Un centro de avanzada

El Instituto Nacional de Chontales, donde estudié mi secundaria, se destacó por la fortaleza de su enseñanza y su compromiso ético

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En homenaje a los 70 años de fundación del INCh.

I

Entre más pasa el tiempo mayor reconocimiento para mi centro de estudios de secundaria y su profesorado. Su solidez educativa dependía de sus maestros. La distancia me ha permitido valorar sus aportes en el proceso de mi formación. Aunque reconozco que, en mi crecimiento y desarrollo intelectual, a nadie debo más que a mi padre. Mis profesores de secundaria fueron un eslabón esencial. Una buena parte de estos habían sido sus alumnos e incluso sus discípulos —como el profesor Gregorio Aguilar Barea— el más persistente y brillante de todos. Con distintos énfasis contribuyeron en mi despegue académico. Con suma responsabilidad y mucha sapiencia se encargaron de moldear nuestro espíritu, dispuestos a poner las estrellas a nuestro alcance. Al inicio lidiaron con mi mal comportamiento. Después, por la capacidad que asumí el liderazgo como representante estudiantil de mis compañeros de clase y posteriormente de todo el alumnado del Instituto Nacional de Chontales Josefa Toledo de Aguerri, (INCh), la relación con mis maestros fue diferente. Fui un alumno difícil por la manera que asumí la representación que me habían confiado.

Eran los años que la palabra maestro tenía hondo significado, se escuchada con respeto. Ser maestro equivalía a ser forjador y guía de juventudes. Auténticos líderes. Su pasión por la enseñanza iba más allá de la paga recibida. Su compromiso se irradiaba por todos los ámbitos. Traspasaba las paredes de las aulas. Podía sentirse. Aspiraban sentar sobre roca sólida las bases de los profesionales del mañana. El INCh insurgió en la vida nacional contra el oscurantismo. Los maestros fundadores (1946), Orlando Ortega, Luis Felipe Báez, Humberto Figueroa Escobar, Arturo Tablada Solís, Elaísa Sandoval Vargas, Guillermo Rothschuh Tablada y su fundador, Alceo Tablada Solís, se empeñaron por convertirlo —en muy poco tiempo— en referente educativo nacional. El primer director, Leonardo Jerez Suárez, llegó a Juigalpa expresamente con el propósito de sumar esfuerzos, una tarea compleja y difícil, en un entorno conservador cargado de suspicacias y recelos. El INCh resultaba incómodo para los intereses políticos y sociales de la reacción conservadora. Un bastión que interfería sus intereses.


En un país dominado por las paralelas históricas, resultó fácil convencer al general Anastasio Somoza García, sobre la importancia de crear un centro educativo en el corazón del chamorrismo. Chontales era dominado por un pensamiento conservador, y reaccionario. El Ministro de Educación, profesor Ignacio Fonseca, aprobó la solicitud introducida por Alceo Tablada Solís. Contaba con la venia del viejo Tacho. Tenía conciencia de la necesidad de complementar el despliegue de su proyecto más ambicioso: la construcción de la carretera al Rama. Deseaba añadir otros componentes que volvieran perdurable su ambiciosa obra de infraestructura. En materia educativa daba un paso fundamental. En Chontales no existía hasta entonces ningún centro de enseñanza secundaria. Los chontaleños —una vez completada la primaria— tenían que migrar hacia Granada, Managua o León, para continuar sus estudios. Solo una minoría podía marcharse a esos departamentos. ¡Quedarse era letal! La fundación del INCh se festejó como un paso adelante para el desarrollo de Chontales. Vino a colmar un vacío.

II

La creación del Clan Intelectual de Chontales (1952), fue fundamental para la consolidación del INCh. Surgía un liderazgo con la aspiración de sembrar nueva simiente. Entre el núcleo fundacional —liderado por Guillermo Rothschuh Tablada— estaban Gregorio Aguilar Barea y Mariano Miranda Noguera. Ese mismo año se graduaron como bachilleres de la segunda promoción del INCh. Luego pasarían a incorporarse como parte de su cuerpo docente. La combinación de esfuerzos Clan-INCh se tradujo en impulso sostenido para el desarrollo educativo y cultural de Chontales. Al año siguiente, mi padre sería nombrado director del Instituto Nacional Central Ramírez Goyena y el Ing. Víctor Manuel Báez Suárez se haría cargo de su dirección. El Clan realizaba una labor complementaria. Como institución sociocultural impulsaba eventos que tenían como centro de irradiación al INCh. En Chontales empezó el desfile de intelectuales de renombre. Mi padre se encargaba de invitarlos y el Clan funcionaba como anfitrión. Pablo Antonio Cuadra, Socorro Bonilla, Carlos A. Bravo, Nemesio Porras entre otros, hospedaron en casa de mis padres.

La batalla decisiva para la permanencia del INCh se libró en 1952. Los conservadores conducidos por el diputado Dionisio Morales Cruz y el cura italiano Eduardo Rizo, se sentían incómodos ante su actividad educativa y cultural. El INCh se salía de los moldes de la tradición política conservadora. El colmo de excesos —para justificar la destitución de Guillermo Rothschuh Tablada como director— fue acusarlo de blasfemo y de recitar versos que relajaban la moral. Walt Whitman resultaba acre a su envejecido paladar. La campaña de desprestigio en el diario La Prensa fue feroz. Intimidatoria. En una de las paredes del INCh —funcionaba donde ahora queda el Hotel Mayales— había un letrero que decía: En este centro de estudios se preparan hombres para la vida democrática porque este el fin de los pueblos cultivados. Una afrenta que no podían soportar. Desde el púlpito, el cura Rizo amedrentaba y lanzaba la feligresía contra mi padre, a quien ofrecía el infierno. El italiano se comportaba como discípulo aventajado de Benito Mussolini. Era un militante más del Partido Conservador. Un aliado incondicional. Terco y caprichoso inquisidor.

Dispuestos a deponerlo de la dirección del INCh, los reaccionarios se jugaron el todo por el todo: visitaron los hogares de los estudiantes pidiéndoles a sus padres no les enviaran a clases. Otra acusación en su contra: tratar de corromper la mentalidad de los alumnos. El día D fue el 6 de junio. Para su contrariedad y angustia no alcanzaron su objetivo. El estudiante Ronald Bendaña Castrillo, se colocó al frente de sus compañeros. A las ocho de la mañana los estudiantes se presentaron como nunca a sus aulas. La frustración de los cruzados fue enorme. En la hora del todo o nada perdieron la batalla. Nunca imaginaron semejante revés. Apostaron que el clero disponía de un ascendiente total sobre una feligresía mayoritariamente católica. Jamás pensaron que los padres de familia y los estudiantes acuerparan al director. Chontales comenzaba a ser otro. A los padres de familia les interesaba que sus hijos se formaran dentro de una nueva concepción educativa. Aparte de su formación académica querían que tuviesen otra visión de la vida. Una divisa que ostentaban con orgullo los profesores del INCh. Eran adelantados.

III

En un contexto dominado por la urgencia del progreso, el compromiso de los profesores con los estudiantes —casi todos provenientes de familias pobres— era absoluto. Desde sus inicios, el INCh funcionó como factor de cambio. Sus primeros profesores y los que tuve la dicha que me impartieron clases, sabían que el prestigio del centro de estudios, radicaba en el peso de la enseñanza impartida. Entre más exigentes y más altos los estándares de calidad, mayores probabilidades para garantizar la continuidad de nuestros estudios universitarios. Goyo había adquirido múltiples compromisos. El más importante dentro del INCh era en como profesor de gramática y literatura— hacia afuera— como dirigente del Clan e impulsor del museo arqueológico que hoy lleva su nombre. Mariano Miranda Noguera nos llevaba por los campos de Chontales, para afianzar nuestros conocimientos en Ciencias Naturales. En la clase de Moral y Cívica nos ponía a leer en voz alta. A su empeño se debe la fundación de la Escuela de Antropología Unan-Managua. Un visionario. Como dirigente magisterial sufrió los desmanes del somocismo.

A la niña Elaísita —educadora de avanzada— le fueron confiadas materias sumamente claves: matemáticas, álgebra y química. Se distinguió como impulsora del INCh. Tuve la dicha de ser su alumno. Todavía recuerdo las palabras que utilizaba para invitarnos a pasar al pizarrón a resolver alguna ecuación: El buen soldado no pide ni rehúsa viaje. Cuando nos equivocábamos sentenciaba: Vísteme despacio que llevo prisa. Como creyente repetía Todopoderoso solo el Señor. Jofiel Acuña Cruz me impartió literatura en cuarto y quinto año. Tenía un don especial. Calmo y generoso. En esa época el boom de la literatura latinoamericana había estallado. De manera aviesa me encargaba de leer a mis compañeras los pasajes más eróticos de La ciudad y los perros o de La casa verde. Siempre les gustó que lo hiciera. Monsieur Robletó, el médico de los pobres, tenía un sistema especial: nos llamaba por orden alfabético. Todos apostábamos al cien. Doña María Castrillo, comprometida y entusiasta, se multiplicaba para que aprendiéramos inglés. Su belleza se convertía en estímulo. Jovial y encantadora. Totalmente entregada a su magisterio.

Alcanzamos a recibir clases de Lógica (tercer año) y Filosofía (cuarto y quinto año). El profesor de ambas materias, doctor Edmundo Gaitán Solís, llegaba vestido de blanco impoluto. Jamás aplazó a nadie. Decía que la vida se encargaría de hacerlo si no nos esmerábamos. Róger García Ríos debutó con nosotros como maestro de Química. El profesor Octavio Gallardo —al resultar como su mejor alumno en la clase de Geografía de Europa— me obsequió La Madre de Máximo Gorki. Eran los estímulos que recibíamos del profesorado. En la clase de Iniciación Artística, la profesora Lylleana Rothschuh Tablada, descubrió que le estaba dando gato por tigre: había presentado tres veces el mismo puñal dibujado de manera distinta. No la pude estafar. Payin Lanzas nunca me dio clases. Su metodología sigue siendo elogiada por sus alumnos. El director —Víctor Manuel Báez— destacaba como profesor de Matemáticas y Física. ¡Nuestros maestros se esmeraban porque fuésemos buenos estudiantes y mejores ciudadanos! ¡Deseaban convertirnos en triunfadores! El Instituto Nacional de Chontales era un centro de avanzada, debido a la fortaleza de su enseñanza y su compromiso ético.


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Guillermo Rothschuh Villanueva

Guillermo Rothschuh Villanueva

Comunicólogo y escritor nicaragüense. Fue decano de la Facultad de Ciencias de la Comunicación de la Universidad Centroamericana (UCA) de abril de 1991 a diciembre de 2006. Autor de crónicas y ensayos. Ha escrito y publicado más de cuarenta libros.

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