13 de abril 2016
No podemos obviar, en el Día Internacional de Libro en este año 2016, a un siglo transcurrido de la muerte de Darío, el IV Centenario del fallecimiento del célebre autor de una de las más memorables obras del castellano y de la literatura universal. Texto obligado y recurrente, que se renueva en el tiempo, que actualiza la memoria y reconforta el espíritu.
En el librero de mi casa, que era básico y principalmente escolar, en donde se guardaban los textos que mis hermanos iban dejando al aprobar sus grados, más algunos otros que mi padre compraba en abonos, encontré, cuando estaba en los primeros años de la escuela, una edición ilustrada en dos tomos de El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha, una edición de pasta gruesa y azul, con grabados en la portada, pesada y de lujo, con muchas ilustraciones en blanco y negro –con su respectivo pie de página-. Fue lo primero que interpreté, mi primera aproximación a la obra cervantina: observar, una por una las decenas de imágenes que acompañaban cada capítulo; allí estaba la silueta inolvidable de don Quijote, las de Sancho, Dulcinea y Rocinante, los molinos que confundió con gigantes, los frecuentes encantamientos que enfrentó con valentía el caballero andante…
Años después, cuando iniciaba la secundaria en el Instituto Pedagógico, tuve la motivación por leer el texto completo. ¿Dónde quedaron esos dos tomos? Hace poco fui a buscarlos, quien sabe adónde fueron a parar, sobrevivieron al terremoto de 1972 y la insurrección, aunque no sé si a la paulatinas salidas de la casa paterna de cada uno de nosotros… ¡Me hubiera gustado reencontrarme con ese libro querido y en aquel entonces extraño que despertó parte de mis curiosidades!
Es bien sabido que tres de los libros que Rubén Darío descubrió en su niñez precoz y a los que volvía con frecuencia son: La Biblia, Las mil y una noche –nombre que corrigió y dijo que debía ser: Las mil noches y una-, y El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha de Miguel de Cervantes (1616-2016). Cuentan, -así creo-, que antes de escribir alguno de sus poemas memorables, particularmente Marcha Triunfal (1895), estando en la isla Martín García, Río de la Plata, Argentina, recurrió antes a releer algunos capítulos de la ejemplar novela del Manco de Lepanto, que inaugura la narrativa moderna española, no necesariamente para copiarla o referirla, sino para refrescarse y relajarse, con el humor coloquial y la imaginación prodigiosa del inolvidable personaje que superó y se desligó de su autor. Cervantes murió hace cuatrocientos años, pero su creación, subsiste y lo supera.
En 1898 don Miguel de Unamuno, en el contexto de la debacle por la derrota española ante los Estados Unidos, pretendió anular la herencia idealista, histórica, cultural y literaria del Quijote, a pesar que el propio señor de la Triste Figura reconoció: “mis intenciones siempre las enderezo a buenos fines, que son de hacer bien a todos y mal a ninguno”, dijo: “¡Muera Don Quijote!”. A ello Darío respondió con un artículo en el diario La Nación (1899), Buenos Aires: “Don Quijote no puede ni debe morir; en sus avatares cambia de aspecto, pero es el que trae la sal de la gloria, el oro del ideal, el alma del mundo”. Unamuno, así como rectificó la ofensa contra el fundador del Modernismo, -“a quien se le ve la pluma debajo del sombrero”-, años después escribió Vida de Don Quijote y Sancho (1905): “Yo lancé contra ti, mi señor Don Quijote, aquel muera. Perdóname porque lo lancé lleno de sana y buena, aunque equivocada intención, y por amor a ti…”
Esta prodigiosa y voluminosa novela, plagada de expresiones, innovaciones y técnicas narrativas que siempre requerimos aprender, fue publicada por su autor en dos entregas. Contiene cincuenta y dos capítulos y cuatro partes en la primera (1605), y setenta y cuatro capítulos en la continuación o segunda parte (1615).
Don Quijote de la Mancha incluye numerosos relatos, llamados “novelas” en aquel entonces, según el sentido común de la época, se consideraba que la novela era un “relato corto”. El concepto moderno de “relato extenso” se generalizó hasta en el siglo XIX. Uno de estos: El curioso impertinente (capítulos XXXIII y XXXIV, primera parte), es una historia que transcurre en Florencia con un género característico de Italia, que por la forma y sentido, podría catalogarse de “impropia” en la España de inicios del siglo XVII.
El autor estaba obligado, para aprobar la censura social y religiosa, evitar la Inquisición, cuidar las expresiones, las metáforas y la trama para que ninguna atentara contra las creencias, los ritos, los dogmas católicos y la moral española prevaleciente. Cervantes se enorgullecía en el prólogo de las Novelas ejemplares: “A estos se aplicó mi ingenio, por aquí me lleva mi inclinación, y más, que me doy a entender, y es así, que yo soy el primero que he novelado en lengua castellana, que las muchas novelas que en ella andan impresas todas son traducidas de lenguas extranjeras, y estas son mías propias, no imitadas ni hurtadas: mi ingenio las engendró, y las parió mi pluma, y van creciendo en los brazos de la estampa”.
Cuentan en El Ingenioso Hidalgo, que sacaron los huéspedes de la maleta del ventero donde se hospedaban, una obra de ocho pliegos escritos a mano, y el cura, que se encontraba allí, junto a otros, incluido don Quijote y Sancho, escucharon con atención la lectura de El curioso impertinente. Eran dos caballeros ricos, Anselmo y Lotario, solteros e inseparables amigos. Anselmo interesado en pasatiempos amorosos y Lotario en la caza. El primero fue atraído por una doncella principal y hermosa, Camila, a quien el segundo ayudó a acercar. Anselmo se casó, y Lotario, como era de esperarse frecuentó menos al amigo para no importunar al matrimonio. Anselmo tuvo la ocurrencia de probar la honestidad de su esposa y pidió al amigo, cortejar a la joven para probar su fidelidad, quien a pesar de parecerle inapropiado, ante tanta insistencia, accedió. La esposa se incomodó ante los halagos iniciales, pero terminó cediendo y, conociendo la verdad, decidieron expresar lo contrario al imprudente marido.
Aquello, para el amigo Lotario y la prudente mujer, fue insostenible. Camila abandonó la casa para refugiarse en un monasterio, Lotario decidió alejarse en silencio para siempre, Anselmo se percató de la ausencia de la esposa y comenzó a recuperar el juicio que su curiosidad cegó; decidió alejarse y encerrarse en la habitación de un amigo, quien después lo encontró muerto. Una nota estaba escrita: “Un necio e impertinente deseo me quitó la vida. Si las nuevas de mi muerte llegaren a los oídos de Camila, sepa que yo la perdono, porque no estaba ella obligada a hacer milagros, ni yo tenía necesidad de querer que ella los hiciese; y pues yo fui el fabricador de mi deshonra, no hay para qué…”