6 de abril 2016
Panamá, un país que ofrece su bandera nacional a transportistas internacionales, direcciones locales a corporaciones fantasmas, un sistema bancario permisivo para cualquiera con dinero, por mucho tiempo ha sido reconocido como un lugar complaciente para los negocios. En una visita al país a finales de los noventa, fui guiado por un empresario panameño, un amigo, quien me llevó a un hotel y a un edificio de oficinas recién construido en el centro de Ciudad de Panamá. La reluciente torre de vidrio verde se erigía incongruente sobre lo que de otra manera era un agradable distrito de hogares residenciales de uno o dos pisos con vista a las aguas de la bahía y, más allá, al Oceano Pacífico. Muy pocas de las oficinas parecían ocupadas, según noté. “Es lavado de dinero”, dijo mi amigo con impasibilidad.
Le pregunté a mi amigo a qué se refería exactamente con “lavado de dinero”. En los minutos siguientes, con hermosa simplicidad, me dijo cómo funcionaba. Una compañía registrada en Panamá era, como una boda de Tijuana, algo que podría ser montado rápidamente por uno de los muchos abogados astutos de Panamá. Si fueras un narcotraficante, y necesitaras lavar varios millones de dólares al mes de ingreso ilegal podrías crear, por ejemplo, varias docenas de empresas panameñas, todas completamente ficticias, y luego hacer un acuerdo con el dueño de la nueva torre para alquilar tantas oficinas como necesites. Después de algunos minutos de cálculos realizados luego de echarle un ojo la torre y contar su número de pisos, mi amigo concluyó que sería posible lavar hasta cien millones de dólares al año tan sólo con esa torre.
Hay, por supuesto, muchas otras formas de esconder o lavar dinero, y la espectacular filtración de documentos de esta semana de la firma panameña Mossak Fonseca, los llamados PanamaPapers, muestra algunas de las formas que ofrece al sistema bancario offshore, del cual Panamá es parte integral, a la gente adinerada de todos tipos —no exclusivamente a los narcotraficantes— para hacerlo. (Paraísos bancarios como el de Panamá también existen en la casi-nación caribeña de Gran Caimán; en la isla de Jersey y en la Isla de Man; en la sub-nación pirinea de Andorra; y en muchos otros nidos alrededor del mundo. Quizá el más famoso y posiblemente el más lucrativo de todos los bancos offshore es la nación de Suiza)
Pero como quedó demostrado por mi amigo cuando usó la reluciente torre de oficinas como ejemplo, ladrillo y cemento son una manera inteligente de ocultar el dinero de uno, y desde hace tiempo Panamá se ha puesto a sí mismo a disposición de los desarrolladores inmobiliarios que atienden esta economía en auge. Tan exitoso ha sido este recurso para Panamá que, diecisiete años más tarde, el barrio de bajos recursos alrededor de la torre ha desaparecido, reemplazado por numerosas torres nuevas de todos los colores y estilos; una, casi perdida entre el revoltijo de acero y vidrio, tiene la elegante forma de un sacacorchos. El último presidente de Panamá, Ricardo Martinelli, quien dirigió el país desde 2009 hasta 2014 y ahora vive en Miami acusado de corrupción por la Corte Suprema de Panamá, fue un gran creyente de los proyectos de infraestructura pública, construyendo autopistas, caminos oceánicos, y un sistema de metro que costará miles de millones de dólares. La firma que Martinelli favoreció con la mayoría de los proyectos, la brasileña Odebrecht, está en medio de un dramático escándalo de corrupción en su país.
En 1999, cuando finalmente el Canal de Panamá fue regresado a soberanía panameña, sobrevino una gran venta de propiedades en la antigua zona del canal de Estados Unidos, y lo reporté para la revista. Un día, acompañé a Nicolás ArditoBarletta, un economista patricio panameño y antiguo vicepresidente del Banco Mundial, quien estuvo a cargo de la campaña de inversión-promoción, a un paseo en helicóptero por la zona. Todo desde antiguas bases militares hasta puertos estaba disponible. En nuestro tour, Barletta me dijo que la visión para el futuro del país era convertirse “en un poquito de Singapur y un poquito de Rotterdam”. Para uno de nuestras excursiones se llevó a dos potenciales inversionistas de la región catalana de España. Ellos estaban incómodos con mi presencia y luego me enteré por qué. Un hombre llamado Juan Manuel Rosillo, estaba libre bajo fianza por cargos criminales relativos a un fraude fiscal en España. Su amigo y socio era no otro que Josep Pujol, un hijo del Presidente Catalán Jordi Pujol. (Unos meses más tarde, de vuelta en España, Rosillo fue sentenciado a seis años y medio de prisión por sus crímenes pero fue liberado en la apelación. Un año más tarde fue sentenciado a un nueva condena de prisión tras un accidente de tráfico en el que su Bentley atropelló y mató a un joven, pero Rosillo huyó del país —de regreso a Panamá, donde vivió hasta su muerte, en el 2007. En el 2014, Jordi Pujol, antiguo presidente Catalán, reconoció ante investigadores policiales que usó cuentas bancarias offshore por décadas para mover sumas de dinero, el cual dijo fue acumulado por una herencia, alrededor del mundo. Entre los países involucrados en su actividad, la cual sigue siendo investigada, estaba Panamá).
En ese viaje también me encontré con un par de prominentes fugitivos extranjeros que residían en Panamá, entre ellos Jorge Serrano Elías, el antiguo presidente de Guatemala. Serrano había escapado de su país a Panamá tras ser derrocado en 1993. Había sido acusado formalmente en Guatemala de robar decenas de millones de dólares de fondos públicos, pero le habían dado una cálida bienvenida en Panamá y se veía relajado cuando nos encontramos en los campos de un complejo residencial de lujo y club de polo que estaba construyendo a las afueras de la ciudad.
Unos días más tarde, le pregunté al alcalde de Ciudad de Panamá, Juan Carlos Navarro, un hombre educado en Harvard con ambiciones presidenciales, sobre su propia visión para Panamá y cómo se sentía sobre su dudosa reputación, especialmente por su tradición de albergar personajes cuestionables como Serrano. A él no le gustó la línea de cuestionamiento. “Siempre he pensado en Panamá como una especie de Suiza”, me dijo. Frunció el entrecejo cuando sugerí que su país tenía una reputación afuera más como Casablanca o Tánger. “Ellos traen dinero, lo invierten aquí. “¿Qué tiene eso de malo?” dijo. Pero, le pregunté: ¿qué pasaría si un criminal de guerra o el próximo Mengele decidiera venir a Panamá? Navarro se encogió de hombros. “Eso no sería un problema tampoco”, dijo. “Yo lo veo como un servicio proporcionado por Panamá a la comunidad internacional. El mundo puede ver Panamá como un refugio de último recurso… Y si quieren vivir aquí tranquilamente, bienvenidos”.
Podría ser mera coincidencia, pero es interesante resaltar que Erhard Mossack, padre de Jürgen Mossack, propietario de una parte de Mossak Fonseca, fue un antiguo oficial del cuerpo armado de la SS que inmigró a Panamá con su familia después de la Segunda Guerra Mundial. Entonces, como ahora, Panamá fue un lugar extremadamente acogedor.