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Estados Unidos regresa a Cuba

La reanudación de las relaciones económicas entre Estados Unidos y Cuba es una prueba para ambos países.

El presidente estadounidense Barack Obama (d) saluda a su homólogo Raúl Castro (i) durante su encuentro en el Palacio de la Revolución en La Habana. EFE/Michael Reynolds

Jeffrey Sachs

23 de marzo 2016

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La visita de Barack Obama a Cuba es la primera que realiza un presidente norteamericano desde Calvin Coolidge en 1928. Inversores norteamericanos, expatriados cubanos, turistas, académicos y timadores llegarán detrás de Obama. La normalización de la relación bilateral planteará oportunidades y peligros para Cuba, y será una gigantesca prueba de madurez para Estados Unidos.

La Revolución Cubana liderada por Fidel Castro hace 57 años fue un profundo agravio para la psiquis estadounidense. Desde la fundación de Estados Unidos, sus líderes han reclamado el derecho al excepcionalismo norteamericano. Tan convincente es el modelo estadounidense, según sus líderes, que todo país decente debe, sin dudar, optar por seguir el liderazgo de Estados Unidos. Cuando los gobiernos extranjeros son tan tontos de rechazar el estilo norteamericano, deberían esperar un castigo por perjudicar los intereses estadounidenses (vistos como alineados con los intereses universales) y amenazar así la seguridad de Estados Unidos.

Con La Habana a apenas 145 kilómetros de los Cayos de la Florida, la intromisión estadounidense en Cuba ha sido incesante. Thomas Jefferson opinó en 1820 que Estados Unidos “en la primera oportunidad que se le presentase, debía tomar Cuba”. Finalmente lo hizo en 1898, cuando Estados Unidos intervino en una rebelión cubana contra España para reivindicar una efectiva hegemonía económica y política de Estados Unidos en la isla.

En los enfrentamientos que vinieron después, Estados Unidos tomó Guantánamo como base naval y reivindicó (en la hoy infame Enmienda Platt) un derecho futuro a intervenir en Cuba. Marines estadounidenses en repetidas ocasiones ocuparon Cuba después, y los norteamericanos rápidamente se apropiaron de la mayoría de las lucrativas plantaciones de azúcar de Cuba, el objetivo económico de la intervención de Estados Unidos. El general Fulgencio Batista, que finalmente fue derrocado por Castro, fue el último de una larga lista de gobernantes represores instalados y mantenidos en el poder por Estados Unidos.


Estados Unidos mantuvo a Cuba bajo su absoluto control y, según los intereses de los inversores estadounidenses, la economía de exportación se mantuvo limitada esencialmente a plantaciones de azúcar y tabaco durante la primera mitad del siglo XX. La revolución de Castro para derrocar a Batista apuntaba a crear una economía moderna y diversificada. Sin embargo, dada la falta de una estrategia clara, el objetivo no se alcanzó.

Las reformas agrarias y la nacionalización de Castro, que comenzaron en 1959, alarmaron a los intereses azucareros norteamericanos y llevaron a Estados Unidos a introducir nuevas restricciones comerciales. Estas escalaron hasta convertirse en recortes en las exportaciones permitidas de azúcar de Cuba a Estados Unidos y un embargo a las exportaciones de petróleo y alimentos de Estados Unidos a Cuba. Cuando Castro recurrió a la Unión Soviética para llenar el vacío, el presidente Dwight Eisenhower emitió una orden secreta a la CIA para derrocar al nuevo régimen, lo que derivó en la desastrosa invasión de Bahía de Cochinos en 1961, en los primeros meses del gobierno de John F. Kennedy.

Más tarde, la CIA recibió luz verde para asesinar a Castro. En 1962, el líder soviético Nikita Khrushchev decidió frustrar otra invasión estadounidense –y enseñarle una lección a Estados Unidos- instalando subrepticiamente misiles nucleares en Cuba, desatando así la crisis de los misiles de Cuba de octubre de 1962, lo que llevó al mundo al borde del aniquilamiento nuclear.

Por la admirable restricción tanto por parte de Kennedy como de Khrushchev, y por una dosis no menor de buena suerte, la humanidad se salvó; los misiles soviéticos fueron retirados y Estados Unidos prometió no lanzar otra invasión. En su lugar, Estados Unidos redobló la apuesta en cuanto al embargo comercial, exigió la restitución de las propiedades nacionalizadas y empujó irrevocablemente a Cuba a los brazos abiertos de la Unión Soviética. El monocultivo del azúcar de Cuba se mantuvo en pie, aunque su producción ahora se dirigía a la Unión Soviética en lugar de a Estados Unidos.

El medio siglo de una economía al estilo soviético, exacerbado por el embargo comercial de Estados Unidos y otras políticas relacionadas, se cobró un precio muy alto. En términos de poder adquisitivo, el ingreso per capita de Cuba sigue siendo aproximadamente una quinta parte del nivel de Estados Unidos. Sin embargo, los logros de Cuba en cuanto a fomentar el alfabetismo y la salud pública son sustanciales. La expectativa de vida en Cuba es igual que en Estados Unidos, y es muy superior que en la mayor parte de América Latina. Los médicos cubanos han desempeñado un papel importante en el control de las enfermedades en África en los últimos años.

La normalización de las relaciones diplomáticas crea dos escenarios muy diferentes para las relaciones entre Estados Unidos y Cuba. En el primero, Estados Unidos revierte sus malos hábitos de antes y le exige a Cuba que tome medidas draconianas a cambio de relaciones económicas bilaterales “normales”. El Congreso, por ejemplo, podría exigir inflexiblemente la restitución de la propiedad que fue nacionalizada durante la revolución; el derecho ilimitado de los norteamericanos a comprar tierra y otras propiedades cubanas; la privatización de empresas estatales a precios de liquidación, y el fin de políticas sociales progresistas como el sistema de salud pública. La cosa podría tornarse desagradable.

En el segundo escenario, que significaría romper con los antecedentes previos, Estados Unidos ejercería el autocontrol. El Congreso restablecería las relaciones comerciales con Cuba, sin insistir con que Cuba se reinvente a la imagen de Estados Unidos u obligar a Cuba a revisar las nacionalizaciones post-revolución. Tampoco se obligaría a Cuba a abandonar la atención médica financiada por el estado o abrir el sector de la salud a inversores privados norteamericanos. Los cubanos aspiran a una relación así, de mutuo respeto, pero se encrespan ante la perspectiva de un servilismo renovado.

Esto no quiere decir que Cuba debería avanzar en la aplicación de sus propias reformas lentamente. Cuba debería actuar con celeridad y hacer su moneda convertible para el comercio, expandir los derechos de propiedad y (con sumo cuidado y transparencia) privatizar algunas empresas.

Estas reformas basadas en el mercado, combinadas con una sólida inversión pública, podrían acelerar el crecimiento económico y la diversificación, protegiendo al mismo tiempo los logros de Cuba en el área de la salud, la educación y los servicios sociales. Cuba puede y debe apuntar a una democracia social al estilo de Costa Rica, en lugar del capitalismo más crudo de Estados Unidos. (El primero de los autores de este artículo creía lo mismo respecto de Polonia hace 25 años: debería apuntar a una democracia social al estilo escandinavo, en lugar del neoliberalismo de Ronald Reagan y Margaret Thatcher).

La reanudación de las relaciones económicas entre Estados Unidos y Cuba es, por lo tanto, una prueba para ambos países. Cuba necesita reformas significativas para explotar su potencial económico sin poner en peligro sus grandes logros sociales. Estados Unidos necesita ejercer un autocontrol sin precedentes e inusual, a fin de darle a Cuba el tiempo y la libertad de maniobra que necesita para forjar una economía moderna y diversificada que esté esencialmente dirigida y operada por el propio pueblo cubano y no por sus vecinos del norte.

*Jeffrey D. Sachs es director del Earth Institute en la Universidad de Columbia. Hannah Sachs está estudiando historia cubana en la Universidad de Yale.

www.project-syndicate.org


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