18 de marzo 2016
TOKIO – El ascenso del multimillonario Donald Trump en la carrera presidencial de los Estados Unidos fue recibido con una mezcla de horror y fascinación. Mientras su campaña, antes vista con sorna, sigue acumulando éxitos (el más reciente, en las primarias de Michigan y Mississippi, y en el caucus de Hawaii), los analistas se esfuerzan por encontrar algún análogo histórico o extranjero que pueda echar luz sobre el fenómeno. Toda comparación es imperfecta, pero el mejor ejemplo que podemos encontrar es Silvio Berlusconi, el magnate de medios italiano que fue tres veces primer ministro de su país. Y es un ejemplo inquietante.
De entrada, Berlusconi y Trump comparten algunos parecidos superficiales, entre ellos varios matrimonios y cierta vulgaridad general. Pero sus cualidades comunes más importantes (y más preocupantes) son la capacidad para dar márketing en vez de sustancia, la predisposición a decir mentiras descaradas a fin de obtener publicidad y ventajas, y la prontitud para silenciar a los críticos intimidándolos.
Las plataformas políticas de Berlusconi, e incluso su ideología fundamental, siempre carecieron de coherencia. Durante sus exitosas campañas, decía lo que hiciera falta para ganar votos; durante sus tres mandatos, usó la misma táctica para formar coaliciones. Su única agenda era proteger o promover sus propios intereses empresariales.
Hasta ahora, Trump siguió básicamente la misma estrategia de decir cualquier cosa con tal de conseguir otro voto. La pregunta es qué implica esto en el supuesto de que logre entrar a la Casa Blanca. El sistema de controles y contrapesos de la Constitución de los Estados Unidos es insuperable en su capacidad de impedir a cada una de las ramas del gobierno salirse de quicio. Pero la manipulación de la opinión pública es un arma poderosa en cualquier democracia, y una que Trump, como Berlusconi, sabe emplear mejor que muchos.
Los mayores éxitos de Berlusconi (especialmente durante los mandatos 2001‑2006 y 2008‑2011; el otro fue 1994‑1995) estuvieron en la manipulación de los medios y de la opinión pública. Italia es un caso notorio de desconfianza hacia el gobierno, un país donde la mayoría de los ciudadanos se resigna a la idea de que casi cualquier figura pública actúa por interés propio; pero Berlusconi se las ingenió para adormecer aún más la conciencia popular. De algún modo logró convencer a los italianos de que su economía y su sociedad funcionaban perfectamente (incluso tras la crisis económica global de 2008), cuando era evidente que no era así. Bajo su liderazgo, Italia perdió muchos años que el gobierno hubiera debido emplear en encarar reformas cruciales.
¿Cuáles fueron las armas de Berlusconi? La mayor parte del tiempo, la broma, la mentira y la sonrisa. Y si eso no bastaba, el hostigamiento, incluido el juicio por calumnias.
De hecho, pocos magnates de los medios (Berlusconi es dueño – directamente o a través de familiares – de los principales canales de televisión comerciales y varios diarios de Italia) han apelado a los tribunales para silenciar a periodistas y otros críticos con tanta liberalidad como Berlusconi. El famoso escritor italiano antimafia Roberto Saviano habló de la “máquina de embarrar” que Berlusconi usaba para desprestigiar a cualquiera que osara cruzarse en su camino. (Aclaración necesaria: como editor de The Economist, Berlusconi me hizo dos juicios por calumnias.)
Todas estas tácticas integran el arsenal de Trump, quien es agresivo con sus oponentes, especialmente si trabajan para los medios. Durante toda su carrera empresarial apeló con frecuencia a la demanda por injurias, y ha dicho que si gana la presidencia intentará controlar las críticas de los medios. Y sin embargo, su mensaje básico es optimista y lo pronuncia con un chiste y una gran sonrisa. Como demostró Berlusconi, ante una población irritada o desilusionada (como gran parte de los estadounidenses hoy), esta estrategia puede ser muy eficaz, y serlo por mucho tiempo.
Algunos analistas que apelaron a la comparación con Berlusconi han destacado una diferencia entre ambos extravagantes multimillonarios: que Berlusconi al menos tiene algo de carisma y mucha más inteligencia para los negocios. Pero esta valoración no solo es demasiado generosa con Berlusconi; también entraña el riesgo de hacer que Trump parezca menos peligroso que su homólogo italiano.
Lo cierto es que más allá del carisma innegable de Berlusconi, los cada vez más numerosos seguidores de Trump también parecen encontrarle cierto encanto, aunque sea en una versión menos atractiva. Además, la evidente inteligencia empresarial de Berlusconi no quita el hecho de que en su carrera empresarial tomó muchos atajos, lo mismo que Trump. Los vínculos de amigos y colaboradores cercanos de Berlusconi con varios clanes de la Mafia en Italia están bien documentados.
Pero nada de esto es particularmente importante, en cuanto a lo que implique para Estados Unidos hoy. Lo importante es que tanto Trump como Berlusconi son seres inescrupulosos y dispuestos a todo para lograr sus (interesados) fines.
Por eso, sería un gran error subestimar a Trump, ya que siempre terminará siendo más fuerte, más escurridizo y más incombustible de lo esperado. El único modo de evitar un desastre tan malo como el de Berlusconi (o peor) es no dejar de criticarlo, exponer sus mentiras y hacerlo responder por sus palabras y acciones, sin importar cuántos insultos o amenazas tenga para quienes lo hagan.
Demasiados italianos subestimaron las mentiras y los defectos de Berlusconi, pensando que se iría pronto sin llegar a hacer mucho daño. Pero no se fue, y provocó un daño cuantioso. Estados Unidos no puede permitirse el mismo error. El precio de la libertad, como gustan decir los estadounidenses, es la vigilancia eterna. La confrontación con Trump no puede darse distracciones.
Bill Emmott fue jefe de redacción de The Economist y es productor ejecutivo del documental The Great European Disaster Movie [La película de la gran catástrofe europea].
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