17 de marzo 2016
Los inquilinos más sensatos del Palacio de Planalto admiten que la entrada de Luiz Inácio Lula da Silva en el gobierno es la última carta que Dilma Rousseff podría desempeñar para evitar el impeachment.
Hoy por hoy, en los cálculos de fieles a favor del gobierno, pero no ciegos, el gobierno no tiene suficientes votos para bloquear el juicio político, siempre y cuando el proceso se inicie en el Congreso.
Paréntesis: hay quienes, entre el gobierno, creen que ni Lula obrará el milagro de salvar a Dilma, considerada como en estado terminal. Cierra paréntesis.
El siguiente punto inevitable es especular sobre lo que Lula va a proponer para salvar al gobierno. Analistas bien informados dicen que va a actuar en tres direcciones, a saber:
1) Para intentar recuperar el prestigio del gobierno casi inexistente, propondrá aumentar la Bolsa Familia, lo que, por supuesto, beneficiará a 14 millones de familias o a 40 y pico millones de personas.
Si eso ya era un vivero de fidelidad al lulismo, ahora lo será todavía más lo que ayudará, eventualmente, a atenuar la soledad de la presidenta.
2) Cómo ahora muchos analistas anticipan, tratará de desbloquear el crédito, por lo que la economía volverá a moverse con cierta agilidad.
El crédito más fácil fue quizás el gran secreto de la expansión del consumo interno en el período de Lula – y, por extensión, para al prestigio con que terminó el mandato.
3) Ayuda a los Estados, empantanados y muchos insolventes. Sin embargo, esto no es caridad, sino de interés: el objetivo es conseguir que los gobernadores presionen a las bancadas estatales para votar en contra del impeachment.
No me pregunten de dónde saldrá el dinero para este tipo de medidas. Ni se ni veo de donde y tal vez el propio Lula no lo sabe. Pero siempre ha sido voluntarista y confiado en que la voluntad política -palabra más que desgastada – basta para producir la magia.
Una parte importante del paquete de Lula es intangible: su labia. O, de manera más objetiva, su capacidad de articulación política, que le permitiría mantener al PMDB del lado del gobierno, lo que, como todo el mundo sabe, es la clave de toda la historia.
Si va o no a resultar sólo el tiempo dirá. Pero esta fuga hacia adelante, sea por la designación de Lula, sea por planes más o menos heterodoxos, significa también declarar la guerra a los mercados.
Es significativo que la mera posibilidad de que Lula asumiese la función ministerial hizo aumentar el dólar y provocó la caída de la bosa. El carácter explícito de sus planes – expansionistas, cuando el mercado pide una austeridad extrema -sólo puede causar más turbulencias.
Además, siempre es necesario contar con el imponderable que, por lo tanto, no entra en el análisis. Nadie sabe qué otra cosa puede salir del caso Lava Jato. Nadie sabe si el juez Sergio Moro pedirá la prisión de Lula y, si lo hace, si el Supremo estará de acuerdo o no.
Si el nombramiento de Lula es la última carta del gobierno Dilma, su salida (o por orden judicial o por el fracaso de sus planes) significa, obviamente, el final del juego.
De una forma u otra, el gobierno de Dilma ha terminado. Ahora, para bien o para mal, es el Gobierno Lula-3.