A propósito de las voces que se regocijan con el crecimiento económico que ha experimentado nuestro país gracias al buen manejo de las principales variables macroeconómicas por parte del actual gobierno, recordaba un artículo que leí hace un par de años sobre el trabajo del economista británico Tim Jackson, autor de Prosperidad sin crecimiento: economía para un planeta finito. Jackson es profesor de Desarrollo Sostenible en la Universidad de Surrey y fue el primer economista en Inglaterra en inaugurar la catedra en este campo.
En su obra este pensador moderno hace algunos apuntes sobre la teoría del crecimiento económico como indicador de prosperidad de una nación señalando que hay que buscar otro modelo macroeconómico que no esté basado solo en la persecución del crecimiento a toda costa, sino en la búsqueda de un nuevo equilibrio entre el bien común y los intereses individuales. Jackson presenta dos propuestas interesantes: 1. La redefinición de la prosperidad identificada hasta ahora con la abundancia material y crecimiento económico por un concepto donde se integre nuestra habilidad para progresar como seres humanos dentro de los límites del planeta. 2. Destronar el Producto Interior Bruto como sacrosanta medida de todas las cosas ya que se necesitan otros indicadores del progreso que tengan en cuenta la destrucción ecológica, la calidad de vida y el bienestar social de la población.
Por ultimo Jackson envía un mensaje contundente a los políticos que utilizan el crecimiento del PIB como indicador de prosperidad de sus países llamándolos “analfabetas económicos” y les propone como alternativa al uso del PIB el Indicador de Progreso Genuino (IPG), el cual contabiliza otros aspectos como la distribución de los ingresos, las tareas domésticas y sociales no mercantiles, el desempleo, la disminución de los gastos defensivos (gastos destinados a la protección por alguna disminución del bienestar, como la seguridad armada, el gasto sanitario o la reparación de accidentes), y además contempla negativamente la destrucción medioambiental. Lo anterior conlleva a introducir elementos éticos y morales al estudio de las variables macroeconómicas para no provocar que los gobiernos se vean abocados a perseguir objetivos instrumentales y se olviden de satisfacer las necesidades reales de la población.
El autor es economista