5 de marzo 2016
Con relación a la libertad de prensa, no es el momento de fiestas. No hay nada que celebrar en las circunstancias actuales, en el día del periodista. No es un día agridulce, ni agrio ni dulce a secas, en la medida que la sociedad nacional se encuentra en involución. Lo que corresponde en una fecha de reflexión sobre el periodismo, es dilucidar cómo puede cumplir con su función social en circunstancias de opresión totalitaria. Obviamente, es una inquietud combativa, de una labor profesional que nace desde el seno de la sociedad.
El periodismo no es un ejercicio profesional, producto únicamente de formación académica, que pueda desarrollarse o ser evaluado en un tubo de ensayo de laboratorio, al margen de lo que ocurre en la sociedad. Ni para bien…, ni para mal. Es, prevalentemente, un ejercicio crítico. Entendida la crítica como guía del entendimiento para el conocimiento de la realidad social, en transformación y cambio.
Por consiguiente, el periodismo, más que la literatura comprometida, parte de una visión filosófica de la contradicción política de la sociedad. Y ayuda a los lectores, a partir de un análisis concreto, a pensar críticamente, es decir, con método, desde una perspectiva teórica de transformación del mundo.
El periodismo, entonces, se nutre de la dialéctica de las ideologías que reproducen conscientemente las contradicciones sociales concretas, sin que pueda destacarse del conflicto desde una posición neutral, que erradamente se pretenda que sea objetiva. No hay posiciones objetivas, independientes de la militancia combativa de las ideas, en la medida que la hegemonía ideológica adquiere esa apariencia de objetividad, que en realidad legitima al statu quo. Las únicas noticias objetivas, decía Umberto Eco, son los boletines meteorológicos.
El periodismo milita en una causa social
Dicho lo anterior, es posible concluir que el periodismo –de altura- no es la simple libertad de opinión, que parte de una supuesta capacidad de abordar cualquier tema con improvisación diletante. Ni se orienta hacia la publicidad o a la propaganda, para encubrir apariencias. Si alguna similitud profesional nos puede ayudar a comprender la labor periodística sería la del científico forense, que con intuición y comprobación deductiva entrevé, donde prevalece el silencio y la rigidez inmóvil de la muerte, las causas sutiles, incontaminadas, que permanecen escondidas dentro de una realidad cuyo dramatismo corresponde también a leyes naturales.
El periodismo también adquiere relevancia en la medida que se vincula a una causa colectiva, esencial para la sociedad. Por ello, no tienen sentido los lamentos sobre el acoso, la amenaza, el asedio, agresiones, espionaje, chantaje, retiro de publicidad, cierre de espacios, autocensura, etc., que culminan con un grito impotente: ¡No nos dejan ejercer la profesión! Ni tiene sentido la arrogancia de un periodismo aislado de la sociedad, que se complace con efectuar denuncias investigativas por auto complacencia profesional.
Escribía Camus, en la Francia a punto de ser ocupada por Alemania, en 1939: uno de los buenos preceptos de una filosofía digna de ese nombre es el de jamás caer en lamentaciones inútiles ante un estado de cosas que no puede ser evitado. La cuestión en Francia no es hoy saber cómo preservar la libertad de prensa, es la de buscar cómo, ante la supresión de esas libertades, un periodista puede mantenerse libre.
Es decir - agregaría yo -, cómo puede combatir ideológicamente. Con ello, Camus señala que el periodismo no presupone la libertad para operar, precisamente, porque no es concebible sin lucha, sin empeñarse con clarividencia por buscar formas cada vez más ricas de contenido libertario para la sociedad, en las circunstancias concretas. El periodismo busca la libertad colectiva como un depredador a la presa, porque está en su naturaleza de cazador inquisitivo de la verdad socialmente útil. El periodismo, sin autocensuras en su contenido, debe especializarse en revelar las leyes políticas de la realidad social, como la ciencia, que al investigar no busca verdades fáciles o a pedir de boca para ejercer su labor, pero, que sabe influirán en innovaciones tecnológicas de beneficio para la humanidad.
¿A quién sirven los medios?
En una reflexión sobre el día del periodista, los organizadores del evento “Monólogo o diálogo sobre periodismo”, invitaron como uno de los expositores a Miguel Mora, un ciego partidario del orteguismo. ¿Para qué lo invitan, si así descalifican automáticamente el carácter reflexivo independiente del evento? Si el foro se hubiese llamado, “Tareas del periodismo independiente ante el avance del absolutismo”, habría sido evidente que la invitación a Mora estaba fuera de lugar. No puede haber una reflexión sobre periodismo al margen de la realidad política dictatorial, a menos que sea un periodismo enceguecido, claudicante, indigno de su propia función.
“Hay en Nicaragua libertad de expresión -dijo, en efecto, Mora- porque yo puedo decir lo que quiero sin temor”.
Y esta expresión infantil, en un momento de ascenso del absolutismo resulta cínica. Máxime cuando, simultáneamente, matones organizados –protegidos por el aparato orteguista- atacan impunemente a cuchilladas y a tubazos a un matrimonio que recoge firmas para que la población manifieste si le inspira desconfianza el actual Consejo Supremo Electoral.
No sólo no hay libertad de expresión para los no orteguistas, sino, que hay un control intimidatorio criminal sobre toda la población, incluidos los orteguistas (lo que deriva, al interior de esa organización verticalista, en servilismo). El servilismo es, quizás, la selección más degradante de parte de los oprimidos.
En realidad, habrá libertad de expresión cuando la información sea obligadamente accesible, y se pueda decir –sin consecuencias fatales- no lo que se quiera, pero, sí la verdad que el gobierno no quiere que se diga. Al fin de cuentas, por ley y, más aún, por razón, la labor de la prensa es la de ejercer un control crítico sobre el poder. En tal sentido, es que la prensa recibe el nombre de IV Poder. Nuevamente, Mora, por afiliación orteguista, está fuera de ese control crítico.
Los medios pueden influir en la vida política del país –escribe Umberto Eco- solamente creando opinión. En un Estado totalitario, agrega Chomsky, el gobierno más que enviar mensajes cifrados prefiere los bastones como forma de control del pensamiento, con el auxilio de la propaganda para reducir al público a alguna forma de apatía.
Las encuestas revelan que en Nicaragua hay apatía, y los orteguistas, reaccionario de espíritu hasta la médula, lo celebran como si se tratara de un triunfo ideológico y no de una desgracia política para la nación. La apatía política, es decir, la no participación del ciudadano en la gestión pública, es un rechazo a la conciencia y al desarrollo humano. No obstante, recalca Chomsky, hay un poder aglutinador de las palabras, tanto para inducir al letargo de las masas (como rebaño desconcertado), como para un despertar colectivo.
Este despertar colectivo, es el campo de acción –legal o clandestino- de la prensa independiente.
¿El periodismo investigativo goza de buena salud?
Carlos Salinas, uno de los panelistas del evento periodístico anteriormente señalado, afirma que frente al avance dictatorial el periodismo de investigación goza de buena salud. Como si se tratara de un juego de esgrima, donde el duelo, es decir, la confrontación es exquisitamente personal, y persigue tocar con el florete la humanidad del adversario y basta.
El periodista sería, talvez, una suerte de quijote que con su lanza al ristre desfacería entuertos. Salinas se destaca, subjetivamente, de lo que él llama “incapacidad ciudadana para enfrentar el autoritarismo de Ortega”, y sigue su aventura solo con Rocinante, cabalgando el primero de todos los rocines del mundo.
El absolutismo se ha consolidado como una ameba que crece a medida que fagocita con sus pseudópodos los derechos ciudadanos. El daño mayor, a la libertad de prensa, no se deriva del control de medios, sino, de la degradación cultural, producida por un régimen que logra dirigir caprichosamente, a discreción de una pareja abusiva, el rumbo de la sociedad. Lo que desorienta –por fuerza- el horizonte de la labor periodística.
En ese contexto absolutista, Guillermo Rothschuh, como si no ha pasado nada, apunta a la crónica periodística, como tabla de salvación del periodismo frente a las nuevas tecnologías que masifican la construcción informativa. La narración periodística sobre la cotidianidad, sobre la persona cualquiera, sobre la atención a la rutina, es incapaz de descubrir la lucha de intereses bajo la cantidad de sucesos particulares, anecdóticos, aparentemente casuales. Y, sobre todo, no descubre –en esta debacle histórica de la sociedad nicaragüense- las alternativas que se deben abrir para transformar progresivamente la realidad.
Albert Camus escribía que los espíritus libres y clarividentes, en una situación opresiva, debían despertar las almas como periodistas independientes, sobre la posibilidad de vivir una vida libre, un modo de vida no fascista.
Ingeniero eléctrico