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Trump y el invierno del descontento de EE.UU.

La gran sorpresa de la campaña ha sido el alto nivel de ira y frustración en EE.UU. con los líderes y las instituciones establecidas

Ilustración: PxMolinA.

Peter Hakim

3 de marzo 2016

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Una decisiva victoria en las elecciones primarias de New Hampshire llevó al hombre de negocios y celebridad de la televisión Donald Trump un paso más cerca de convertirse en el 45 presidente de Estados Unidos. Ahora lleva una ventaja sustancial en la mayoría de las encuestas nacionales y estatales para la nominación presidencial republicana, los otros contendientes están muy atrás. En esta etapa de la carrera presidencial, sólo el senador de Texas, Ted Cruz, parece tener bastantes posibilidades de alcanzarlo, aunque otros cinco candidatos republicanos permanecen en la carrera, incluyendo al primer favorito, el ex gobernador de Florida, Jeb Bush. Y hasta ahora, los instintos de Trump para la batalla política han opacado claramente los de su oponente más probable en las elecciones generales de noviembre, Hillary Clinton, que está luchando para hacer frente a desafío inesperado del senador Bernie Sanders por la nominación demócrata.

La fuente del sorprendente atractivo de Trump es el amplio descontento de los estadounidenses con su gobierno, sus líderes políticos y económicos, y también de muchas otras cosas de su país. Los votantes están más enojados y frustrados que en cualquier otro momento de los últimos tiempos. También cada vez están más temerosos por la seguridad de sus familias y el futuro económico, y consternados por lo que parece ser la pérdida de importancia de los EE.UU. en el escenario mundial.

El descontento estado de ánimo del electorado explica el entusiasmo, incluso la adulación, para con los candidatos más intemperantes e intransigentes en ambas partes, no sólo por el políglota ideológico Trump, sino también por Bernie Sanders, el único socialista declarado en el Congreso de Estados Unidos, y Ted Cruz , el conservador de línea más dura del Senado. Ellos son los que claman con más fuerza por cambios radicales en la política, la economía, e incluso la cultura de los Estados Unidos. Los tres afirman que EE.UU. ha perdido gran parte de lo que una vez le hizo ser una nación especial, y que, si no se recupera con urgencia, se habrá perdido para siempre. El plan de Trump es “hacer grande a Estados Unidos de nuevo”.  Cruz exige que “Estados Unidos vuelva” a donde estaba. Sanders quiere revivir el “sueño americano”.

A pesar de que EE.UU. cuenta hoy en día con una de las economías más fuertes del mundo, muchos estadounidenses tienen buenas razones para estar molestos. Los ingresos de las familias de bajos y medianos ingresos están estancados desde hace varias décadas. Algunos de los más vulnerables han perdido terreno. Los buenos trabajos son todavía escasos. Por primera vez en la historia, la mayoría de los padres se preocupan de que sus hijos van a bajar su posición y terminar peor que las generaciones anteriores. Muchos adultos jóvenes están ahogados en la deuda de cosotosos diplomas universitarios que no les han ayudado a lograr a una carrera sólida.


Los republicanos están agitados por lo que perciben como un crecimiento vertiginoso del tamaño del gobierno, y por los altos impuestos y la gran deuda que se requiere para pagarlo. Aparte de sus cohortes más jóvenes, muchos republicanos también están molestos por los rápidos cambios en las bases sociales, culturales y éticas de su país. Están confundidos e incómodos con la legalización del matrimonio homosexual y la marihuana recreativa, y están preocupados acerca de la inmigración y los cambios demográficos que están transformando a una nación blanca, de habla inglesa y de mayoría cristiana en una sociedad multi-cultural, multi-color, multi-idioma.

Los demócratas están especialmente nerviosos por la influencia desmedida de los bancos y las corporaciones que son “demasiado grandes para caer”, pero que están listos para huir al extranjero en busca de trabajo barato y menos impuestos. Partidarios de ambos lados resienten la falta de respuesta de las instituciones del país, públicas y privadas, a las necesidades de los ciudadanos comunes.

Sucesos en todo el mundo están haciendo que los estadounidenses se preocupen más que nunca por su propia seguridad. El atentado de las Torres Gemelas en 2001, seguido por la pérdida de dos costosas y prolongadas guerras en Irak y Afganistán, han dejado a la población de Estados Unidos sintiéndose vulnerable, en grave riesgo, incluso en su propio suelo. La aparición de nuevas y más peligrosas amanenazas como ISIS y el creciente número de ataques terroristas en todo el mundo han disparado nuevas alarmas. Por otra parte, países potencialmente hostiles como China, Rusia, e Irán ya no parecen temer el poder de Estados Unidos. Se han vuelto más firme, mientras que EE.UU. se ve más débil. Encuestas recientes muestran que los estadounidenses se sienten más inseguros que en cualquier otro momento desde el 9/11.

Ninguno de los candidatos captura, refleja y refuerza la ira y el miedo de los votantes de Estados Unidos más que Donald Trump y ninguno ofrece recetas más desfachateces para los varios males de Estados Unidos. El diagnóstico de Trump de los problemas es a menudo simplista o simplemente erróneo. Sus soluciones son en su mayoría incoherentes e inviables. Pero la elección presidencial de este año puede ser más sobre el temperamento y el estilo que sobre política, programas o ideologías. Lo que la gente más admira de Trump es su falta de moderación, su ímpetuosidad incluso ruda, su suprema confianza en sí mismo, y su talento para el espectáculo. Nota, su estilo es casi exactamente lo contrario al enfoque metódico, angustioso, de profesor de Obama.

Por ahora, Trump ha demostrado sus habilidades de campaña: su capacidad para enmarcar, expresar y dirigir sus mensajes, para detectar y explotar las debilidades de los oponentes, para llamar la atención y generar entusiasmo. Él ha dominado los medios de comunicación y define los términos del debate, mientras que los otros candidatos se dejan reaccionar a él. Hillary Clinton, por ejemplo, todavía no ha encontrado su mensaje en absoluto. ¿Es una candidata del cambio o de continuidad? Ciertamente ella no está generando entusiasmo ni ha encontrado una manera de sacar provecho de sus fortalezas o de las deficiencias de Sanders.

Por el contrario, Sanders ha manejado al debate del lado demócrata, mientras que Clinton se mantiene fuera de forma, a la defensiva. Su tambaleante inicio frente a un en principio poco conocido, autiproclamado socialista plantea preguntas acerca de las posibilidades de su éxito en contra del célebre, enérgico y más duro de manejar empresario. Sanders tiene un mensaje contundente destacando las grandes desigualdades (de ingreso, salud y poder) en la sociedad y en la política norteamericanas. Como se vio en Iowa y New Hampshire, ese mensaje resuena fuertemente en muchos demócratas, particularmente los jóvenes, pero es probable que sea demasiado poco para arrebatar la nominación de Clinton, por no hablar de la elección general de Trump.

Los candidatos demócratas tienen otros problemas también. Pueden tener dificultad para mantener el apoyo de los miembros del sindicato, que regularmente votan en forma abrumadorapor los candidatos demócratas. Este año, sin embargo, hay ansiedad entre los líderes del sindicato sobre el atarctivo que ejerce  Trump sobre sus trabajadores, que son atraídos por su retórica combativa, sobre todo en materia de inmigración ilegal y en contra de la Asociación TransPacífico (TPP). En ese momento, los demócratas también deben saber que Trump nunca está totalmente casado con ninguna de sus posiciones o declaraciones. Él está dispuesto a revertir su postura siempre que se adapte a él, y suele ser capaz de hacerlo por poco o ningún costo. De hecho, en muchas de las cuestiones clave, ha expresado puntos de vista que difieren drásticamente de sus premisas actuales.

La campaña presidencial de Estados Unidos, desde que se inició, ha estado llena de sorpresas. Nadie predijo que Trump o Sanders serían un gran desafío para candidatos como Clinton o Jeb Bush. Y no es seguro que no vaya a haber nuevas sorpresas en los próximos meses previos a las elecciones de noviembre. La que ha sido la más sorprendente, y más importante, lección para todos los contendientes es el mal humor del país el alto nivel de ira y frustración en los Estados Unidos con los líderes y las instituciones establecidas, con formas tradicionales de hacer las cosas. Hasta ahora esa lección ha sido mejor recogida por Trump. Pero el que gane la elección sólo tendrá éxito como presidente si él o ella comprende y es capaz de responder al descontento que ahora impregna el electorado estadounidense.

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Publicado originalmente en Infolatam.


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