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Sobre las medidas económicas en Venezuela

La crisis está metida en la vida de la gente, que hoy entiende que no hay confianza. Y sin confianza no hay inversión

La crisis está metida en la vida de la gente

Luis Vicente León

20 de febrero 2016

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Y, finalmente, el anuncio. El discurso presidencial dedicó las primeras cuatro horas a una introducción sobre la magnitud y las causas de la crisis.

Y me parece que fue exitoso en mostrar la magnitud. No era tan difícil.

La crisis está metida en la vida de la gente, que hoy entiende que “no hay real”, pero tampoco abastecimiento. Ni inversiones ni capacidad productiva. Ni electricidad ni agua. Ni leche ni papel tualé. Y también entiende que, sobre todo, no hay confianza. Y sin confianza no hay inversión.

Con respecto a las causas de la crisis, me huele a objetivo fallido. El presidente regresó a su estrategia de evadir responsabilidades: la guerra económica. Nada nuevo, nada creativo, nada potable si consideramos que el 67% de la población no se cree ese cuento. Por cierto: la minoría que sí lo cree puede que no evalúe positivamente la gestión de este “general” que dirige esta guerra tan perdida.


Finalmente llegamos al momento estelar de los anuncios concretos.

En mi opinión, el más importante y relevante de todos fue el aumento del precio de la gasolina. Ésta es una decisión que va en una dirección positiva. Y, aunque no se atrevió a llegar a los precios internacionales, representa un incremento porcentualmente significativo. Pero es una medida aislada y ni resuelve por sí misma el problema ni elimina los estímulos al contrabando de extracción, aunque ayude a contraer la demanda de gasolina, dejando disponible más producto para exportación, a la vez que permite cubrir un pedazo del hueco fiscal, que hasta ahora está siendo financiado con dinero de monopolio del BCV a PDVSA. Esta medida del aumento es racional, pero sólo será estable si se mantiene una estrategia de ajuste permanente de los precios de la gasolina en una economía inflacionaria.

Lo segundo relevante es la devaluación anunciada. Bueno… medio anunciada, porque en verdad no quedó muy claro cómo se implementará ni cuándo.

Rescato que, luego de tanto negarse, el gobierno haya reconocido la necesidad de devaluar, que es una verdad inocultable como el sol. Pero una vez que entrompan la decisión, repiten los mismos errores que nos han traído hasta aquí: mantiene un tipo de cambio múltiple (primer gran error) y mueve el primer tipo de cambio de una tasa absurdamente barata de 6,30 Bs/$ a otra absurdamente barata de 10 Bs/$, con lo que asume todos los costos de la devaluación, con muy pocos de sus beneficios. Fundamentalmente no logra equilibrar ni reducir la demanda de divisas oficiales. Tampoco eliminar el arbitraje. Decide “crear” un segundo tipo de cambio que anuncia como diseñado en grandes mesas de trabajo de donde debe haber salido humo. ¡Una novedad nunca antes vista! Un tipo de cambio flotante, seguramente manejado por un BCV que evitará que flote en contra de lo que el gobierno considere conveniente. Es decir, otro SICAD u otro SIMADI.

¿Les parece razonable predecir que tendrá el mismo éxito que esas dos experiencias previas?

El resto de los anuncios son cotidianos. Que si un aumento del salario mínimo, que pulverizará la inflación. Que si una tarjeta para controlar la adquisición de alimentos y medicinas, como las captahuellas y la cédula. Una reestructuración de la distribución pública de alimentos, que luego de una exhaustiva investigación tardía descubrieron que estaba podrida, sin darse cuenta de un detalle: que el fracaso de los controles e intervenciones no se debe a su mala implementación sino al control y al intervencionismo en sí mismo.

Y eso es algo que en Venezuela vuelve a mostrar los mismos resultados que ha tenido en todas partes y en todos los momentos históricos donde ha sido aplicada.

¿No lo cambian? Nada cambia.

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Este artículo fue originalmente publicado en ProdaVinci.


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