13 de febrero 2016
A pesar de que nos encontramos en uno de los momentos más inciertos de la campaña electoral en los EE.UU.—en que no se sabe con certeza qué candidato y qué partido tiene la ventaja— hay dos tendencias claras. Primero, a los candidatos extremistas de cada partido les está yendo bien. Segundo, el extremismo es mucho agudo en el Partido Republicano que en el Demócrata.
En el Partido Republicano, la noticia principal es el ascenso, prácticamente oligopólico, de los extremistas: Trump, Cruz, y Rubio. Los tres están compitiendo por el título de quién es el más feroz.
Trump, por ejemplo, se jacta de su menosprecio por los inmigrantes. Los mexicanos son “violadores”; los musulmanes odian a los americanos, y a todos los indocumentados (los 11 millones de ellos) hay que deportarlos. Sugiere terminar con el matrimonio igualitario. Se mofa del “political correctness,” el término que se usa en los EEUU para evitar lenguaje ofensivo contra grupos no-dominantes, lo cual incluye a las mujeres. No cree en el calentamiento global. Quiere desmantelar Obamacare. Durante las navidades hizo un llamado a boicotear a Starbucks porque la empresa no usó “Feliz Navidad” en sus campañas publicitarias.
Cruz está de acuerdo con todo este extremismo pero va más allá. Para diferenciarse de Trump, está procurando ser considerado como una suerte de ayatola cristiano, acercándose a los fanáticos religiosos entre los evangélicos protestantes, y abogando posturas extremas con respecto al aborto, la abstinencia, y la homosexaulidad. Ha dicho que hombre que no comience el día “de rodillas” (alusión religiosa), no merece ocupar la Oficina Ovalada—lo cual es una crítica contra el secularismo tanto de Obama como el de Trump. Está completamente de acuerdo con la libre tenencia de armas (para todos salvo para quienes nos odien). Ha dicho incluso que estaría dispuesto a utilizar métodos de “interrogación realzada” (en otras palabras, la tortura) si fuese necesario por seguridad nacional.
Cruz quiere ser el inquisidor en jefe del país. En el 2014, se mostró de acuerdo con forzar un default de la deuda de EEUU, lo cual hubiera provocado una hecatombe financiera mundial, sólo para forzar al gobierno a bajar los gastos. Si Trump peca de vago y desconocedor de detalles, Cruz asombra por lo detallado que puede ser su extremismo: ha propuesto no uno sino dos planes para reemplazar Obamacare.
Rubio, que empezó siendo algo más moderado, se ha vuelto cada vez más extremo. En su discurso, ha llegado casi a igualar el extremismo anti-inmigratorio de Trump, pese a su condición de hijo de inmigrantes (cubanos) y de haber apoyado en 2013 un proyecto de naturalización para inmigrantes. Ha igualado también la religiosidad dogmática de Cruz, pese a que ha tenido largos episodios en su carrera política alejado de la religión. Rubio sigue siendo más pragmático en temas de comercio internacional (está a favor del Acuerdo Trans-Pacífico), pero en la mayoría de los demás temas, cada vez se diferencia menos de Trump y Cruz.
En el partido Demócrata, el hito principal es el espectacular ascenso de Bernie Sanders, representando el ala más izquierdista del partido. En todos sus discursos, tiene un mismo enemigo: los ricos, la banca privada, las aseguradoras. Critica a Obamacare con el mismo desdén que cualquier republicano, aunque por razones diferentes, porque tiene un componente privado. Promete universidades gratis para todos, sin aportar explicación de cómo cubrir los gastos salvo “obligando a que los ricos paguen más impuestos.” En Latinoamérica, Sanders sería tildado como populista cualquiera, que promete más de lo que puede ofrecer, se cree abanderado del pueblo, y ofrece un discurso de odio contra ricos.
Lo sorprendente no es que los discursos de extremo existan. Se dan en todos los países libres. Lo curioso es que se hayan convertido tan prominentes en ambos partidos. Entre los republicanos, si bien es cierto que no a todos los extremistas les ha ido bien (Ben Carson, Rick Santorum), lo más importante es que los extremistas han aplastado a los moderados (Jeb Bush, John Kasish). En palabras de David Brooks, comentarista famoso del New York Times, los extremistas han “secuestrado” al partido.
Pero lo cierto es que el extremismo es más extremo en el partido Republicano que entre los Demócratas. Primero, el discurso de Sanders no se ha vuelto hegemónico dentro de su partido. Compite contra el discurso más moderado de Hillary Clinton, pero no lo desplaza. Y aunque Sanders pueda ganar en los estados más de izquierda como New Hampshire, es dudoso que pueda ganar en muchos estados más.
Segundo, el discurso de Sanders, aunque más de izquierda que el de Clinton, está mucho menos alejado de las preferencias medias de los votantes. Sanders está más apegado a los procedimientos democráticos. En cambio, a Trump no se le conoce apego a reglas democráticas, pues nunca ha ocupado un cargo. A Cruz se le conoce su apego únicamente a reglas que sirven para obstaculizar. A Rubio se le critica su falta de interés en participar en debates y votaciones en el Senado.
Además, Sanders apoya muchas medidas populares como aumentar el acceso a la educación, subir los impuestos de los ricos, disminuir la influencia de los super-PACs en las campañas electorales. En cambio, la mayoría de las posturas de los tres extremistas republicanos están todas muy alejadas de lo que la mayoría de los americanos prefiere. Posturas como bajarle los impuestos a los ricos, desmantelar a Obamacare, restringir más los abortos, flexibilizar el uso de armas, hacer caso omiso al calentamiento global, imponer tarifas a las importaciones de China, reanudar el hiper-intervencionismo militar están al extremo de lo que aún los votantes medios de la derecha prefieren.
De hecho, el lunes el diario inglés Financial Times publicó una nota en la que alerta que el inclusive el sector empresarial (“corporate America”) está cada vez más aterrada de Trump y Cruz. El extremismo de los Republicanos ha enajenado a los más conservadores.
Casi todos los analistas coinciden que el extremismo en la política es nocivo. En algunos casos, el discurso anti-estatu quo propaga el desencanto, lo cual puede generar abstencionismo. En otros casos, el discurso anti-estatu quo genera mayor polarización entre la población y entre el resto del sistema político.
La polarización es peligrosa en cualquier país, pero es especialmente problemática en un país cuya constitución impone tantos frenos y contrapesos. El sistema de gobierno de los EE.UU. está diseñado para que el Presidente necesite el apoyo de diversos grupos de veto, pero la polarización imposibilita dichos acuerdos. El resultado es inacción y parálisis. Y la parálisis puede, a la larga, hacerle daño a ambos partidos indistintamente, pues erosiona la popularidad de todos los políticos, gobierno y oposición por igual.
*Publicado en Infolatam. Profesor de Ciencias Políticas en Amherst College